Capitulo 9

1K 71 6
                                    


No voy a casa. No tiene sentido, cuando puedo quedarme en la de él, en su casa que es más grande que la mía, en su cama en la que me brinda placer y satisfacción. Cuando llego, él está usando un traje oscuro y una camisa gruesa de vestir blanca sin corbata. La formalidad y la accesibilidad en un vistazo. Un contraste seductor.

Pero el resto de sus preparaciones me paran. Su mesa de comedor está cubierta de lino blanco. Hay un lugar para dos velas en el centro de la mesa. Es un cliché romántico más apropiado para el amor marcado por los paseos a medianoche y los pétalos de rosa que un romance definido por los juegos de poder y desviaciones sexuales.

Él lee el escepticismo en mis ojos y se ríe.

—Podemos tener momentos de tranquilidad y de tradicionalismo en ciertas ocasiones. Podemos tener todo lo que queramos.

Esto también me hace reír, tiro nerviosamente de la manga de mi chaqueta. Mi confianza se tambalea cuando se trata de nosotros dos.

—No es que sea necesario —dice—, pero, ¿te gustaría cambiarte para la cena?

Miro mi traje blanco. Las imágenes de vino tinto y aceite de oliva bailan a través de mi cabeza.

—Sí —le digo definitivamente—, creo que sí.

—Asumí otro tanto —dice su risa remitiendo una sonrisa burlona—. Te he comprado algo más hoy. Un vestido. Está en mi cama esperando por ti.

Estoy a punto de decir algo cuando oigo a alguien en la cocina.

—¿No estamos solos? —Incluso mi pregunta me hace temblar un poco. Recuerdos de haber sido arrasada en esa barra... había sido tan intenso,

aterrador y estimulante... No sé si puedo hacerlo dos noches seguidas. No creo quererlo.

Pero si él me lo pide, ¿lo haría? ¿Es eso lo que se necesita para mantener el equilibrio? ¿Tengo que rendirme todas las noches?

Sin embargo, cuando Alfonso llega a mis manos su tacto es tranquilizador, no exigente.

—Es el cocinero y su ayudante. Les contraté para la noche. Ellos cocinan para nosotros, eso es todo.

El alivio es más fuerte de lo que pensé que podría ser. Me agarra los hombros y me besa los labios suavemente con sólo un toque de pasión.

—Gracias.

—Dame las gracias por el vestido —dice en voz baja—. Los eventos de esta noche están establecidos tanto por tu estado de ánimo como por mis ambiciones. Soy mejor reconociéndolos que tú.

No estoy segura de entender lo que quiere decir, pero está bien. Por el momento todo está bien.

En la parte baja el vestido es rojo. Rojo como las palabras pintadas en la puerta de la taberna clandestina, rojo como el pelo de Genevieve, rojo como un rubí.

El último pensamiento me perturba. No he pensado en Dave desde hace un tiempo. Está desapareciendo más y más en mi pasado. ¿Cuánto de lo que recuerdo de mi relación con él es real y cuánto sólo refleja la realidad de lo que funciona mejor para mí? Los recuerdos evolucionan rápidamente, es como el virus de la gripe animal. La gripe de este año se parece poco a la gripe que mató a tantos sólo unos pocos años atrás. El virus evoluciona, hemos tomado nuestras vacunas, y ahora no nos puede lastimar de la forma que una vez pudo... atrás cuando se veía diferente, atrás cuando aún no estábamos preparados.

Me deslizo en el vestido. Está hecho de terciopelo, un tejido que normalmente consideramos como hortera y anticuado, como algo que puedes ver en una versión del Cascanueces de 1970, aunque incluso eso no sucedería porque los actores sudarían en exceso.

El desconocido (AyA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora