Capitulo 11

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Me quedo trabajando hasta tarde; no es raro en mí. Solo quedo yo en la oficina. Hasta Tom Love se fue hace más de una hora. Pero aún tengo mucha energía. Será culpa del traje... o del sexo. Me río por dentro. Sí, probablemente tenga más que ver con el sexo que con el traje. Tengo la mesa y las manos cubiertas de estadísticas, datos y números. Son las piezas con las que voy a construir los sueños profesionales de Alfonso.

Y si tengo éxito, ¿qué ocurrirá? ¿Qué sucederá si logro abrir una senda que lleve a Maned Wolf a dominar todo el mercado? ¿Y si envuelvo en papel de regalo ese mapa del tesoro y lo dejo a los pies de Alfonso? ¿Lo impresionaré? ¿Me subirá a un pedestal? Pero eso no es lo que quiero. Me gusta cómo me ve él. Su afecto tiene algo de realismo crudo. La atracción que sentimos el uno por el otro es casi brutal... Y hacemos el amor sin ningún tipo de angustia o aflicción.

Lo que quiero de él es que me dé las gracias, con los ojos, con la boca, con la lengua. Quiero que se arrodille ante mí no para venerarme, sino para ponerse a mi servicio. En eso estoy pensando cuando suena el teléfono.

Es él. Como de costumbre, resulta... de lo más oportuno.

—¿Dónde estás? —pregunta.

—En la oficina, jugando con números... para usted.

—Ah, dudo que tus acciones sean completamente altruistas.

La deficiente cobertura hace que su voz suene ronca. Tiene tanta textura que siento que debería ser capaz de verla.

—No —admito—. Lo cierto es que disfruto haciéndolo.

—No logro imaginar nada más espectacular que a ti disfrutando.

—Tranquilícese, señor Herrera, ¿o intenta insinuarme algo?

Hay una pausa. Sé lo que está pensando. No esperaba que estuviera tan juguetona. Le dije que no dejaría que me volviera a tocar.

Pero soy un rubí, no un diamante. Ya no tengo claro lo que quiero, soy muy consciente de ello... Y el haber aceptado esa incertidumbre sabe a triunfo.

Y cuando triunfo, me entran ganas de jugar.

—Ya has trabajado suficiente por hoy.

No es una pregunta.

—¿Ah, sí?

—Nos vemos en la entrada.

La llamada se corta.

Sin dudarlo un segundo, apilo los papeles llenos de números en un montoncito. No está todo lo organizado que debería, pero un poco de descuido resulta apropiado.

Me quito la americana y abro el maletín. Dentro está la camisa transparente. Me quito la camisola y el sujetador, antes de ponerme la camisa. Mientras vuelvo a ponerme la americana, me ensordece el latido de mi corazón. Esta vez no finjo. Sé perfectamente lo que voy a hacer. No sé si será la última vez o no. No me importa. Mi cuerpo tiene ganas de explorar y esta vez no siento la necesidad de ocultarlo.

Bajo a la calle y tan solo pasan unos minutos antes de que Alfonso Herrera llegue en un Alfa Romeo 8C Spider plateado. Sus líneas puras y su elegante potencia encajan a la perfección con mi estado de ánimo. No dice nada mientras sale del coche y me abre la puerta. Al sentarme en el asiento del copiloto, le oigo comentar justo antes de cerrar la puerta: «Me gusta tu traje».

Hacía siglos que no iba en un deportivo y jamás me había montado en uno así. El asiento me abraza como un amante y, al mismo tiempo, me mantiene bien derecha, preparada para reaccionar ante cualquier aventura que el vehículo pueda ofrecerme. Todo es de color plateado o negro; esta hermosa bestia no necesita colores chillones para ser el centro de atención.

El desconocido (AyA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora