Capítulo 10: Un momento muy especial

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La segunda planta de la casa está dispuesta por un pasillo en donde están ubicadas dos habitaciones y un cuarto de baño, además de varios cuadros con fotos familiares, donde se encuentra el retrato del fallecido padre de Leandro.

Me encamino hacia la puerta con una «L» grande y de color blanco, sonriendo ante el recuerdo del primer día en el que vine acá.

—¿No estás muy grande para estás cosas? —Le pregunté con curiosidad, mientras recortaba con cuidado el patrón hecho de cartulina de la enorme letra. Él soltó una carcajada y negó con la cabeza.

—No, Mer —alarga la última letra de mi seudónimo y me provoca un cosquilleo en el vientre. Me removí incómoda en la cama—. Es sólo un elemento decorativo. Y no es para nada infantil querer personalizar la puerta de mi habitación para que me ubiquen con facilidad. —aclara, preparando los pinceles que posteriormente utilizaría.

—Si tú lo dices... —me encogí de hombros y adopté un tono de voz burlón—. Señor soy-un-decorador-de-interiores-que-quiere-que-lo-ubiquen.

—Yo sólo quiero que tú me ubiques. —Resaltó en un murmullo.

Sonreí nerviosa.

—¿Y qué te hace pensar que volveré? Si cuando vengo, me pones a recortar. Con lo pésima que soy para esas cosas. —Hago un puchero, pero no recibo réplica de su parte.

Levanté la mirada encontrándome con la fija de Leandro.

—Estoy seguro de que volverás. —susurró, dejándome lela.

Y bueno, aquí estaba, tal y como él lo había previsto.

Toco suavemente la puerta, pero no escucho nada del otro lado. Con lentitud me atrevo a empujarla y miro por la ranura que se forma.

Está muy oscuro ahí dentro.

Las ventanas están cerradas con las cortinas azul marino echadas, evitando que cualquier rastro de luz dé directo al bulto enrollado en las sábanas color gris de la cama, ubicada en el centro de la habitación. Con un largo suspiro, me decido a entrar completamente a la estancia, dejando en el escritorio la taza con la sopa tibia y mirando a un dormido Leandro durante cinco minutos. 

Me siento a su lado y siento un apretón en el pecho cuando toco su frente y percibo la alta temperatura que tiene. Además, respira irregularmente y está más pálido que nunca.

—Idiota, no me dijiste que estabas tan mal. Estas ardiendo en fiebre. —le regaño, aunque no me oye—. Leandro.

Le llamo, pero no reacciona.

—Leandro, despierta. —le remuevo con más fuerza, logrando que sus párpados se muevan. No oculto mi alivio cuando veo que sus ojos se abren.

—Oh, Dios —resopla de mal humor cuando me mira. Yo me cruzo de brazos—. Te dije que no vinieras.

—Y yo te dije que igual vendría —le recuerdo y me levanto en busca del envase de plástico que dejé junto al ordenador y la pila de libros de fotografía en el escritorio—. Aparte, deja de ser tan gruñón, traje caldo de pollo conmigo.

Le muestro el bote con una sonrisa entusiasta.

—Puaj —dice incorporándose en la cama. Su aspecto es como el una persona muy enferma y hace me preocupe de sobre manera; pero esa camisilla blanca se ajusta muy bien a su torso, lo que me distrae por unos momentos—. Perdiste tu tiempo preparándome eso, porque no voy a tomármelo.

—En realidad, lo hizo la señora del restaurante de la esquina —confieso pensativa, revolviendo el líquido con la cuchara que he traído conmigo. — Y nadie ha perdido nada, porque quieras o no, vas a tomártelo —sentencio y él alza una ceja. —Mira que eres antojoso, venir a enfermarte justo en la víspera navideña...

—Bueno, parece que ha dado resultado mi estrategia de llamar tu atención. —Me interrumpe con voz insinuante. Me sonrojo.

—Ya, en serio. —le corto y acerco la cuchara a su boca. Él la mira como si le estuviera ofreciendo veneno en vez de caldo—. Tómatelo. Prometo que te sentirás mejor luego.

—No me gusta. —protesta. Yo ruedo los ojos y le acerco más el cubierto.

—Venga, no seas infantil.

—Voy a vomitarlo.

—No lo harás.

Leandro mira inseguro el líquido amarillo claro y yo aprovecho para terminar de convencerlo.

—Por favor —le ruego—. Nos quitarías un gran peso de encima a tu mamá y a mí.

Media hora —y una súplica más— después, finalmente no queda nada en el envase y miro con satisfacción la frente sudorosa de Leandro.

—¿Ves? Te dije que no era tan malo. —Le digo, dejando a un lado el bote mientras él vuelve a recostarse. Yo me acomodo a su lado, apoyándome contra el cabecero y cruzando mis pies, envueltos en calcetines con motivos navideños.

—No deberías estar aquí —dice luego de un rato de estar en silencio. Yo giro mi cabeza para mirarlo, pero sus ojos están cerrados —. Es casi Navidad. Tu familia debe de echarte de menos.

—Lo que echo de menos es verte bien —le susurro cuando oigo una queja de dolor de su parte, mientras coloca dos dedos sobre su sien—. ¿No será mejor que vayamos al hospital? Te noto muy mal, tal vez puedas tener algo grave y no lo sabemos. —digo, sintiendo de pronto un nudo emociones alojándose en mi garganta.

Me causa terror el que algo malo le pase a Leandro.

—Yo ya sé qué tengo. —responde con voz neutra, haciendo más presión sobre su frente.

—¿Ah, si? —le miro inquieta, a pesar de que él no lo hace—. ¿Es grave?

—Nada que no pueda con unos analgésicos, así que estate tranquila.

—Esta bien, voy a confiar en tu palabra —asentimos. Leandro realiza la acción con más lentitud —. ¿Qué tal si vemos una película? Así a lo mejor se me pase el remordimiento por no haber ido a comprar los regalos.

Agarro el control remoto y enciendo la tv, pasando los canales mientras muerdo mi labio distraída. Ángela y mi padre deben de estarse preguntando dónde estoy.

—Al menos no puedes quejarte —Leandro se medio incorpora con una extraña sonrisa en el rostro—. Yo sí te compré tu presente.

Paro de hacer zapping y lo miro de manera fulminante.

—¿Que tú qué? —Él repite lo anterior y yo entrecierro los ojos—. ¿Cuándo lo hiciste?

—Hace un tiempo —dice evasivo, sin embargo, sé que se está divirtiendo—. Sé que te dije que lo haríamos junto, pero lo vi un día y no pude contenerme. Tuve que comprarlo.

—¿El qué? —inquiero con curiosidad y puede que un poco de emoción, también—. Te juro que si es algo muy costoso...

—Ya, no seas tonta —De pronto, pasa por encima de mí para poder abrir el cajón de la mesa de noche a mi lado y mi corazón se dispara—. Espero que te guste —dice cuando vuelve a estar en su lugar inicial y me tiende una bolsita muy linda.

La abro con el pulso alterado y una pequeña sonrisa en el rostro. Mis ojos se abren más de lo usual cuando miro a la hermosa pulsera que había en el interior.

—Es verde, como el color de la esperanza —Él la toma y rodea mi muñeca izquierda con el listón, abrochándolo. El dije que trae consigo en forma de corazón hace un lindo sonido cuando lo muevo. Miro a Leandro con las lágrimas agolpándose en mis ojos—. Y como el color de tus ojos, que tanta luz y esperanza han traído a mi vida.

Sus palabras causan tal efecto en mí, que no me permiten decirle nada. Nunca antes nadie me había declarado su cariño de una manera tan hermosa y lo único que puedo hacer es besarlo, mientras las lágrimas corren libremente por mis mejillas y humedecen las suyas.

—Te quiero. —Le confieso sobre sus labios y jamás algo había sido tan real. 

Era un momento muy especial, el mejor de mi vida. 

No olvides que te amo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora