Capítulo 30: Por favor

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Penúltimo

Junio, 27

Merody

Uno de los días más oscuros de mi vida comenzó conmigo en la universidad.

Mabel, Cristian e Ignacio estaban sentados alrededor de mí en un círculo, charlando de forma animada entre ellos, mientras todos nos refugiamos del sol inclemente bajo la sombra de un árbol en el campus.

Escuchándolos discutir sobre lo mal que estuvo una fiesta universitaria el fin de semana pasado, ojeo un libro y pienso que sus vidas son sencillas. No parecen tener mayores preocupaciones más allá de la escases de Vodka en una fiesta y además, gozan de buena salud.

—Vamos, los brownies no estaban tan mal.

—Los «brownies» tenían marihuana, Cristian. —replica Mabel con molestia.

Ignacio la secunda y Cristian simplemente se ríe de manera despreocupada.

Con la nariz metida en mi libro pienso en que Leandro, de poder estar aquí, estaría de parte de Mabel. De hecho, diría algo como: «Las drogas son malignas, Cristian. Una vez que las pruebas, no eres capaz de dejarlas.»

—¿Tú qué opinas, Merody? —inquiere Mabel, viéndose cansada de discutir con su compañero. Las chispas que han venido brotando entre los dos, me hace ver que en un futuro, ellos terminarán de novios.

Aparto los mechones de cabello sueltos de mi rostro y bajo mi libro.

—Yo digo que para divertirse no se necesita drogas ni alcohol, sólo buena compañía.

—Bueno, tal vez alcohol sí se necesite. Al menos un poco. —objeta Ignacio y ríe junto al otro. Mabel rueda los ojos, pero sonríe dándose por vencida.

—¿Tú qué hiciste el fin de semana, Mer? —Me pregunta en su afán por integrarme a la conversación y manteniéndose expectante, tal vez esperando que le cuente algo fascinante.

Bueno, la realidad es otra.

—Estuve con Leandro en el hospital. —contesto con un encogimiento de hombros, porque esa ya se ha convertido en una —dolorosa— respuesta rutinaria.

Su gesto cae.

—¿Está internado?

—Sí —Peino la grama y luego le arranco pequeños pedazos—. No se ha sentido bien, así que los médicos han decidido que lo mejor era hospitalizarlo para monitorear de cerca su estado.

—Entonces, ¿tu novio no va a recuperarse? —pregunta Cristian de manera no tan sutil, por lo que Mabel lo reprende e Ignacio pasa su brazo sobre mis hombros, con una mirada de compasión en sus ojos.

Estaba empezando a acostumbrarme a esa pregunta incómoda y a esas miradas desagradables.

—Somos bastante optimistas —digo cuando el nudo de emociones en mi garganta me lo permite—, pero el cáncer es implacable, así que nada está asegurado.

—Bustamante va a mejorar, Mer —interviene Nacho. Esboza una pequeña sonrisa con la que trata de transmitirme ánimo—. Ya lo verás.

(...)


Le creí a Ignacio, y ese fue mi primer error. Lo hice porque quería conservar la esperanza de que el chico de hermosos ojos mieles iba a estar bien, como muchas veces había pensado. Y fue un error garrafal haberlo hecho, porque cuando recibí una llamada desde el hospital, no estaba preparada.

Yaqui es el nombre de una de las enfermeras a las que les di mi número de teléfono para que me avisaran cualquier situación que se presentase, y la que hizo la llamada que sentenció aquel día de Junio como el más oscuro.

Leandro convulsionó y está mal —dijo de manera apresurada—. Ven ya.

El profesor Ruiz, de Redacción II, me miró desde su escritorio de forma recriminadora, pero yo estaba en estado de shock. 

Solté mi bolígrafo sobre la hoja de mi examen parcial y me levanté de súbito del pupitre.

—Bracamonte, ¿qué es lo que está haciendo? Está en medio de un examen.

—Tengo que irme, recibí una llamada de emergencia. —digo de manera robótica, colgándome en bolso en mi brazo luego de lanzar en él mi teléfono.

No me importaba nada en ese momento, lo único que quería era llegar al hospital y ver qué estaba sucediéndole a mi chico.

El profesor Ruiz impidió mi salida durante unos minutos, amenazándome con aplazarme la materia, bajo la mirada perpleja de mis compañeros. Sin embargo, logré escabullirme de su barricada en la puerta del aula y corrí por los pasillos hasta lograr ver borroso, siempre con un ruego rodando en mi mente.

Por favor, que Leandro esté bien.

Por favor, no te lo lleves.

Por favor, no derrumbes mi mundo.

(...)

Llegué al hospital con la respiración descontrolada, sintiendo un fuerte dolor en mi pecho. No estoy segura de si saqué la llave de mi carro del contacto o de si cerré la puerta con seguro, porque mi único objetivo era llegar hasta el piso donde se encuentra Leandro. Afuera, en el pasillo, no veo a Carlota, pero sí a varias enfermeras, entre las que se encuentran Lidia y Yaqui, que me impiden el paso a la habitación, con la excusa de que los médicos están tratando a Leandro en esos momentos.

Me desespero hasta tal punto que el vigilante del lugar tiene que advertirme que si no me tranquilizo, va a sacarme del lugar. Me obligo a hacerlo y a comprender que ellos no me entienden. No comprenden qué se siente estar en mi lugar, el dolor por el que estoy pasando.

Ellos no saben que con cada minuto que pasa, mi alma se descompone más.







No olvides que te amo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora