Capítulo 22: Descorazonamiento

1.1K 106 10
                                    

Merody

Hay pocas veces en la vida donde sientes que andas en una nube, donde te atreves a por fin tocar con tus manos el cielo; pero cuando menos te lo esperas, estás en el suelo, con un enorme dolor en el pecho por el desencanto que te causó la persona que te llevó tan alto, para después arrojarte sin miramientos.

Conocía cuándo una persona estaba a punto de disculparse, por eso, cuando Leandro dio un paso al frente con la boca abierta y yo di uno atrás, él también lo supo.

—Merody —Mi nombre se escuchó extraño en su voz. Más lágrimas seguían cayendo de mis ojos, a pesar de que les rogaba que se detuvieran—. ¿Cómo supiste que estaba aquí?

Arquee las cejas.

—De todo lo que me podrías haber dicho, ¿eliges preguntarme cómo es que llegué hasta aquí? Eres increíble. —resoplo y quito de mis mejillas la humedad.

—Esto... es complicado explicártelo.

—Complicado —repito incrédula—. Dijiste que ella es tu amiga, ¿no? —él asiente—. Bueno, sólo quiero saber el porqué me estás mintiendo acerca de dónde (y con quién) estás.

Leandro se queda en silencio, y para empeorar la situación, Malena hace acto de aparición, preguntándole quién se encuentra en la puerta. Cuando me mira, no oculta su sorpresa.

De mala gana le echo un vistazo de pies a cabeza (quien afortunadamente está vestida), y me descubro comparándonos. Sí, ella es guapa, morena y curvilínea, así que no tenemos ninguna similitud. No me explico el porqué Leandro puede estarme —posiblemente— engañando con ella.

—Hola, Merody —me saluda con una sonrisa tensa—. No te esperábamos por aquí.

Me río sin humor.

—Oh, claro no. Estoy más que segura que no me esperaban —suelto con ironía. Le lanzo una mirada a Leandro, quien se mantiene pegado a la puerta si emitir sonido—. Sin embargo, doy por hecho que son lo suficientemente educados como para invitarme a pasar a su «reunión de amigos».

Ellos se miran y comparten tal complicidad, que me hace apretar los puños.

Malena se aclara la garganta.

—La verdad, Merody, ésta vez tendrás que disculparnos, pero no te nos puedes unir. Estamos tratando un tema muy privado. —dice.

Mi padre me enseñó que la violencia no está justificada bajo ningún concepto, pero justo ahora me entran unas ganas tremendas de darle una bofetada a Leandro para que reaccione, porque no puedo creer que vaya a permitir que su «amiga» me eche así. 

Lo miro por tercera vez, pero me esquiva totalmente la mirada. Sus ojos dulces como la miel no quieren verme, y yo estoy tan confundida por su actitud, que de nuevo me apetece llorar.

—¿Por qué me estás haciendo esto? —le pregunto con voz ahogada.

Leandro toma una gran bocanada de aire y luego me toma del brazo, guiándome hasta la acera.

—Merody, ahora tengo un montón de problemas, no te conviertas en uno más, ¿sí?

—Estás siendo cruel conmigo, Leandro —me quejo, odiándome a mí misma por ser tan sumisa—. Soy tu novia, habla conmigo de esos problemas. Sabes que puedes confiar en mí, hemos pasado muchas cosas juntos. Lo de anoche fue...

—Un buen momento —me interrumpe—. Fue divertido y lo disfrutamos, pero ahora ha llegado el momento de que cada uno se ocupe de sus propios asuntos. Ya no hagas más dramas, por favor.

En ese instante, me suelto de su agarre como si su mano me hubiese quemado, tropezando dos pasos hacia atrás.

Estoy llorando de nuevo, buscando en su mirada algún indicio de que todo esto es una broma de mal gusto, pero lo único que encuentro es la frialdad con la continua descorazonándome.

—Vete a casa, Merody. —dice en un susurro.

—Lo haré —asiento secándome las lágrimas—. Ya es suficiente humillación de por vida. No sé qué fue lo que te sucedió para que te pusieras así, pero estoy casi segura de que esto —Nos señalo a ambos—, es una gran actuación. Tú no eres el Leandro del que yo me enamoré.

Rompo el listón verde que me rodea la muñeca y se lo lanzo al pecho. Él lo deja caer al suelo y cierra los ojos, como si estuviera dolido.

Fulmino con la mirada a la chica de pie en la entrada de la casa, antes de girar sobre mis talones para largarme de allí.

Conduzco por la ciudad sin un rumbo fijo, sólo lamentándome y permitiendo vivir el luto que significa la caída de Leandro del pedestal donde, sin querer, lo había tenido todo este tiempo.






No olvides que te amo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora