Capítulo 26: Memoria

1.1K 120 6
                                    

Merody

Estaba debatiéndome entre odiar a Leandro por apartarme de él en el momento que más me necesitaba, o adorarlo por querer siempre —lo que él consideraba—, lo mejor para mí.

Hasta ahora, estaba ganando la primera opción.

Pensé que ya había tocado fondo en lo relativo al chico de ojos mieles, pero descubrí que siempre se podía sufrir un poco más.

—Espero que no te arrepientas de haber venido después de verlo. Puede que él ya no sea el Leandro que tú recuerdas. —Me advierte Carlota, mientras separamos nuestras bolsas en el maletero de mi coche.

Le echo un vistazo de reojo. Sus ojos están enrojecidos por nuestro llanto anterior y las comisuras de sus labios están decaídas.

Apoyo mi cadera sobre el maletero y suspiro. No quiero llorar otra vez.

—Soy consciente de eso. Estuve preparándome todo el camino —admito—, pero lo que más me aterra es que él no me quiera cerca y me eche.

—Oh, eso no va a pasar, Merody —me tranquiliza—. El amor que ustedes se tenían era muy bonito, y no creo que se haya esfumando tan rápido.

—Eso espero. —repongo con algo de temor.

Todavía no se me había olvidado el horrible episodio vivido hace tres meses.

(...)

De manera extraña, cuando entro a la casa, todo me sigue pareciendo familiar.

Todo sigue estando igual a como estaba hace varios meses atrás, salvo la sala de estar, donde hay un nuevo espacio que dejaron los muebles corridos hasta estar casi pegados a la pared. La señora Carlota me da la bienvenida a su hogar y la sigo hasta la cocina, donde se encarga de vaciar el contenido de las bolsas del supermercado, mientras me tomo un vaso de agua.

—¿Quieres que te acompañe a arriba? —Me ofrece, guardando en la parte de arriba de una repisa un par de paquetes de arroz integral.

—No, no es necesario. Creo que voy a estar bien. —Le respondo con una pequeña sonrisa, después de meditarlo.

—De acuerdo. Ya te sabes el camino. —Realiza un gesto hacia las escaleras y me regala una sonrisa a la que no puedo darle una definición. Tal vez estaba mezclada entre nervios, fuerza y timidez.

Le agradezco y me dirijo hacia las escaleras, subiendo muy lentamente los escalones. Cuando tengo la enorme letra «L» frente a mi nariz, me entran los nervios y tengo que secar mis sudorosas manos en mi short antes de golpear con los nudillos la puerta. Mi corazón salta de la emoción al escuchar la voz de Leandro del otro lado, dándome la autorización para entrar.

Dios mío, había extrañado tanto su voz.

Ingreso a la habitación con una tímida sonrisa, pero me quedo asombrada en la entrada de la habitación al verlo. Él está sentando en el borde de su cama, vistiendo un pantalón oscuro de chándal, una sudadera gris y un gorro —de los que usaba Aleana— sobre la cabeza rapada. 

Leandro no me mira al instante, está entretenido observando unas cosas en su cámara de fotografía, cosa que agradezco, porque no sé exactamente cuál es la cara que tengo en este instante. Sin embargo, cuando nota que nadie se acerca, levanta la vista y me observa. Y entonces mi corazón empieza a latir tanto que llego a pensar que puede darme un ataque. Esos dulces ojos mieles que tanto me encantan se quedan mirándome durante mucho tiempo, como si me estuvieran observando por primera vez. Yo me quedó allí, de pie, esperando que su recorrido cese, porque el único deseo que tengo es el de ir corriendo hasta él y besarlo como hace mucho tiempo no lo hago. 

Por supuesto, no lo hago y sólo me limito a saludarlo.

—Hola, Leandro.

Silencio.

—¿Leandro? —susurro, porque él simplemente yace ahí, sin decir nada.

—¿Quién eres tú? —pregunta, frunciendo sus cejas con confusión.

Yo amplio mis ojos, tragándome un jadeo.

¿Qué?

—Soy Merody, Leandro —digo suavemente—. Acaso... ¿acaso no me recuerdas?

Durante unos minutos él se esfuerza en mirarme otra vez, y yo espero pacientemente a que Leandro se digne a decirme que es una broma pesada de su parte, pero no lo hace.

—Discúlpame, pero no sé quién eres. —dice, luciendo avergonzado.

Yo parpadeo rápidamente para alejar las lágrimas, pero un nuevo dolor en el pecho se instala. Agradezco que en ese momento aparezca Carlota, quien trae una bandeja con dos vasos de jugos mora.

—¿Todo bien, chicos? —pregunta con una sonrisa, pero cuando intercambia una mirada entre un incómodo Leandro y una llorosa Merody, ésta desaparece—. ¿Qué sucede?

—Leandro me dice que él no me recuerda —le murmuro aguantando la estúpidas lágrimas—. Que no sabe quién soy.

Carlota abre la boca y voltea a ver a su hijo, quien se encoge de hombros.

—Es como cuando vi a Martín. —dice él.

—¿Martín? —pregunto—. ¿El vecino? ¿Tú amigo de la infancia?

Leandro asiente escéptico, como si no encontrara la razón del porqué sé esa información.

—Sí —Carlota afirma de todas maneras, parece estar pensando en algo—. Martín fue a visitarlo al hospital cuando le estaban administrando el último ciclo de quimioterapias, pero Leandro... no lo recordaba. El médico nos dijo que eran normales en el cáncer cerebral las pérdidas de memoria, pero no había vuelto a ocurrir... hasta ahora.

Miro otra vez a Leandro, quien ya lo estaba haciendo con anterioridad. Parece curioso de descubrir quién soy, mientras yo me encuentro en shock sin poder creer que el chico del que todavía estoy enamorada, no me recuerde.

Él se levanta de la cama y se acerca a mí, haciéndome contener el aliento. Está pálido, ojeroso y visiblemente más delgado, pero para mí sigue siendo el chico más hermoso de la ciudad.

—¿Van a decirme quién eres o no? —inquiere con fastidio. Contra todo pronóstico, sonrío por su tono.

Me había hecho falta cada parte de él.

—Soy Merody, o Mer, como solías llamarme —digo. Dudo en qué decir a continuación, pero término diciendo—: Y también soy una antigua... amiga.

—Ex novia. —Me corrige Carlota, lanzándome una mirada de reproche.

Leandro arquea las cejas un poco perdido, pero después me sonríe como la primera vez que lo hizo, con tan solo un lado de su boca.

—¿Cómo es que pude haberte olvidado? —susurra cuando se acerca más a mí, con la mirada fija en mis ojos—. ¿Cómo es que ése par de hermosas esmeraldas se pueden olvidar?

Eso es lo mismo que yo me pregunto, cariño, si yo aún te tengo grabado en mi corazón, ¿cómo pudiste olvidarte de mí y de lo que fuimos?


No olvides que te amo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora