Capítulo 20: Magia

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Merody

El tener el cabello empapado y que éste no chorree toda la casa me hace querer darme unas cuantas palmaditas en la espalda por haber tomado la magnifica idea —y tal vez una de las mejores primeras decisiones del año—, de haberme cortado el cabello.

Son aproximadamente las ocho de la noche, estamos en la cálida casa de playa familiar y Leandro está cocinando un rico platillo de vegetales, porque aunque no son de su agrado, tiene que consumirlos para mantenerse en un estado «óptimo» de salud.

Ato una pañoleta roja en mi cabeza y entro en la cocina, inspirando disimuladamente el delicioso olor que impregna el lugar. Leandro está al pendiente de una cacerola en la estufa, por lo que no se da cuenta de mi llegada, así que me le acerco y abrazo su espalda, sobresaltándolo un poco.

—Me asustaste. —admite mirando por encima de su hombro con una sonrisa tímida.

—¿Pensaste que sería una fantasma que vendría a seducirte? —pregunto risueña. Su cuerpo vibra cuando se ríe de mi ocurrencia.

—Tal vez —contesta y señala con un tenedor un sartén en la isla de mármol—. ¿Cómo se ve eso? Es una corona de arroz con verduras y hortalizas.

—Delicioso —digo sinceramente. Me aparto y rodeo la isla, para echarle un mejor vistazo a la comida—. ¿Dónde aprendiste la receta?

—Una vez fui a comer a la casa de mi amiga Malena y su madre preparó éste platillo. Como me quedé tan encantado con él, busqué la receta en Internet y aprendí a prepararlo. —explica con naturalidad, y yo, que había tomado un tenedor para echarle una probadita, lo dejo suspendido en el aire antes de poder llegar a mi boca.

Ya no me parecía tan apetecible como al comienzo.

—Ah. —pronuncio escueta, dejando el cubierto en el plato.

Leandro me mira y se da cuenta de mi gesto, por lo que se ríe nuevamente.

—¿Qué pasa? —inquiere acercándose a mí, luego de apagar la llama de la cocina.

—Nada. ¿Ibas a comer muy seguido a la casa de tu amiga? —pregunto con desdén fingido.

—Lo normal —responde con un encogimiento de hombros—. La señora Marcia era muy amable conmigo y me hacia una que otra invitación.

Asiento frunciendo la boca y mirando la chispa en los ojos de Leandro.

—Qué bien. —digo finalmente y dirigiéndome hacia el refrigerador para tomar una botella de vino blanco. El único vino que me gusta tomar.

—¿Estás celosa, Mer? —pregunta apoyado en la isla con una pose arrogante.

—¿Yo? Nada que ver —digo destapando la botella—, pero como tu novia, tengo derecho a preguntar, ¿o no?

—Claro que sí —repone ayudándome con mi labor, a pesar de mi resistencia—. ¿Comemos ya o tienes algo más que preguntarme?

Como su tono de voz suena irónico, no hago más que reírme suavemente y optamos por sentarnos a comer. Al comienzo estamos callados, simplemente saboreando la exquisitez que él ha preparado. Había escuchado antes que los pequeños momentos de la vida eran los mejores, y definitivamente tenia que estar de acuerdo con eso. Estar así, en silencio, sólo disfrutando de la compañía del otro, parecía el mejor de los planes para los dos.

—Tú ve por el helado, yo me encargo de levantar los platos. —le sugiero cuando terminamos de cenar. Nuestra siguiente actividad sería mirar una película y comer helado de uva.

Leandro asiente y besa mi mejilla antes de dirigirse al refrigerador.

Seis minutos después, estamos acomodándonos en la habitación perfecta para mirar una película del tipo distópica, el género favorito de los dos.

La verdad la historia era bastante interesante, me encantaban las críticas que se le hacían a las sociedades en este tipo de películas y que la hacían ver como indeseables; pero eso de que cuando una pareja mira una película juntos y terminan toqueteándose, no era del todo un mito.

Cuando estábamos a más de la mitad de la película, Leandro me giró hacia él para repartir pequeños besos por todo mi cuello, haciéndome soltar entrecortados suspiros producto de la maravillosa sensación que esa acción me brindaba. Una sorpresiva lluvia caía en el exterior, y emitía un sonido agradable como fondo, y si los besos que compartíamos no fueran tan candentes, probablemente estuviera temblando del frío. Cerré los ojos y me concentre totalmente en los efectos que él me brindaba, en los te quiero susurrados al oído y me aferré al sentimiento de querer prolongar todo lo posible este momento.

Las lágrimas se me saltaron a los ojos cuando, minutos antes volvernos uno solo, compartimos una profunda y mágica mirada. La magia tenía muchos significados y maneras de interpretarla, pero esa mirada que me dedicó tuvo el poder eclipsar todo lo demás y detener el tiempo. Encantarme de manera que me hacia sentir lo mucho que nos queríamos, alentarme a ser valiente y no temer a los que sucedería el día de mañana. 

Porque en ese instante no existían los miedos, tampoco los celos ni el cáncer. Sólo éramos Leandro y Merody, juntos en un hechizo de caricias.

Y justo a eso, yo le llamo magia.

No olvides que te amo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora