Capítulo 12: Promesa

1.5K 123 6
                                    

Merody

Particularmente me encantaban las cenas de Navidad. Cuando era apenas una niña que no me preocupaba por «cuidar mi figura», me atragantaba de comida hasta que el vestido que llevaba se ajustaba en el área de la cintura. Mi abuela paterna siempre me llamaba la atención, porque deseaba que yo siguiera el camino de mi tía Clara, quien es una de las modelos más exitosas que pueden haber en el país. Sin embargo, esta cena, aunque deliciosa, estaba sumida en un ambiente incómodo. Sólo estábamos la señora Carlota, Leandro y yo, que más que charlar, nos concentramos en nuestros platos. Si no fuese casi medianoche, me habría ido a casa y Leandro lo presentía, porque no paraba de verme de reojo, esperando que en cualquier momento yo decidiese salir corriendo. No obstante, era una chica de diecinueve años bastante respetuosa, por lo que no lo haría.

Carlota se aclaró la garganta.

—Leandro me ha comentado antes que estudias Periodismo, Mer —dice. Yo tomo la servilleta de tela para limpiarme las comisuras y asiento, fingiendo una sonrisa—. ¿Cómo te va? Yo soy periodista también, pero... estoy un poco retirada del medio.

Miro con suspicacia su gesto de incomodidad.

—Me va bastante bien —digo echándole una mirada de reojo a mi novio quien se encuentra aparentemente tranquilo mientras cena—. Inicialmente quería estudiar arquitectura como mi padre, pero encontré mi verdadera vocación gracias a... alguien en especial.

—¿Ah, si? —He captado la atención de la señora Carl—. Eso es maravilloso, ¿se puede saber quién fue quien te impulsó a estudiar tan maravillosa carrera?

Leandro me mira de frente, curioso también de saber la respuesta.

—Claro —murmuro sonriendo inocentemente—. Fue mi ex novio.

La mesa queda en silencio nuevamente.

Si, lo sé. Sé que dije que era una chica educada incapaz de hacer una escena, pero créanme cuando les digo que valió totalmente la pena haber dicho eso y ver cómo el rostro de Leandro se desencajaba al tiempo que apretaba los puños sobre la mesa.

—Bueno, pues qué bien —Carlota sonríe nerviosa—. De todas maneras, si llegas a tener alguna duda, puedes contar conmigo para esclarecértela.

—Si, muchas gracias.

Ella anuncia que buscará el pastel de frutos secos y confitados que preparó como postre, al tiempo que se lleva con ella los platos sucios, evitando en todo momento mi ayuda.

Cuando estamos solos Leandro y yo me encojo de hombros, levantando mi copa de vino para darle un sorbo, con una sonrisilla maliciosa tambaleándose en mis labios.

—Sé lo que estás haciendo. —gruñe él.

—¿En serio? —Ladeo la cabeza para verlo, dejando la copa sobre la mesa—. ¿Y qué se supone que estoy haciendo?

—Te estás vengando de mí por no haberte dicho de qué hablaba mi mamá.

—Chico listo.

Nuestros ojos entrecerrados se desafían entre si. Ninguno va a darse por vencido.

—Pero pudiste haberte vengado usando a alguien más, no precisamente al imbécil de sobrenombres idiotas.

Si no me encontrara tan molesta, pude haberme reído a carcajadas de su tono al hablar.

—¿Sobrenombres idiotas? —repito apretando mis labios.

—Aquella vez, cuando nos encontramos en la cafetería, nunca pensé que algo podría ser más ridículo hasta que él dijo: «Yo soy Nacho, y ella es Mer». Fue tan idiota. —dijo e hice lo imaginable: me reí.

Su imitación de Ignacio fue tan estúpidamente linda, que no puede evitar reírme a carcajada mientras él rechinaba los dientes.

—Me alegra que por lo menos tú te diviertas. —dice soltando un bufido. Me recompongo, respirando agitadamente.

—Mi seudónimo siempre ha sido «Mer», no me lo puso él. —explico, jugueteando con el borde del mantel de encaje color beige.

—Ya.

—Bueno, ¿y qué me dices de Malena? Ella tampoco me cayó muy bien.

—Malena es sólo una amiga, te lo dije esa vez. —suelta con una sonrisilla misteriosa, pero cuidado voy a replicarle, su madre aparece con un pastel que nada más verlo, se te antoja.

—Aquí les traigo el postre, chicos —anuncia ella con una enorme sonrisa que puedo constatar que es real—. Comámoslo antes que tengamos que darnos el abrazo de Feliz Navidad, ¡escuché en la radio que sólo faltan diez minutos para las doce!

El pastel está tan delicioso, que se deshace en la boca de lo esponjoso, así que lo saboreo con lentitud, por lo que cuando oficialmente son las doce, aún me encuentro comiendo y sólo atino a recibir los abrazos de la señora Carl y su hijo, el primero más eufórico que el segundo.

La señora Carlota anuncia media hora después que se va a dormir, por lo que ahora Leandro y yo estamos en un lugar sobre el tejado de la casa, donde se puede tener una vista bastante buena de la ciudad y del cielo, donde estallan sin descanso los fuegos artificiales. 

En la calle bajo nuestros pies están un grupo de personas alegres dándose abrazos y compartiendo vasos de bebidas, bailando al ritmo de la música.

—No me gusta que estemos peleados. —digo en un susurro, dejando el plato que traje conmigo a un lado.

Leandro refugia sus manos en los bolsillos de su chaqueta azul marino, antes de mirarme de lado.

—Tampoco a mí. —admite barriendo toda mi cara con sus bonitos ojos. 

—Entonces dime qué te sucede —pido con esperanza—. Sólo así podemos arreglarlo todo.

—No es tan fácil —repone mirando a la aglomeración de personas que antes yo veía—. ¿Confías en mí?

Su pregunta me toma por sorpresa y asiento sin vacilar.

—Claro que sí —contesto—. Y también te quiero. Si fuera de otra manera, no estaría aquí.

—Yo también te quiero, Merody. —Me atrae hacia sí en un abrazo que estaba necesitando desde hace mucho rato.

—Entonces dime la verdad —musito mi súplica—. Me estoy empezando a poner paranoica.

El guarda silencio unos minutos donde sólo escuchamos la bulla exterior.

—En Año Nuevo te lo diré todo. —dice. Me separo para poderlo ver a los ojos. Hay duda en él todavía, pero también decisión. ¿Es eso posible?

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo —asiente—. En Año Nuevo sabrás todo lo que ocurre.

—Gracias —sonrío—. Ahora, ¿podría mi novio darme un beso de Feliz Navidad?

Logro mi objetivo al hacerlo reír y me toma de la barbilla, dejando que nuestras narices frías se rocen con ternura.

—Estaba esperando a que lo pidieras. —bromea, pero no se tarda demasiado en hacer lo que le pido con demasiada eficiencia.

Cuando estamos así, en nuestra propia burbuja, siento que nada puede hacerla estallar. Pero su secreto amenaza con no solo explotarla, sino crear profundas heridas en nuestros corazones.

Y en mi alma. 


No olvides que te amo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora