Merody
Leandro estuvo inconsciente trece días luego de haber convulsionado.
Casi dos semanas en las que poco dormí, escasamente comí y en las que diariamente estuve metida en el hospital esperando su reacción. El nueve de Julio finalmente esos ojos se abrieron y su boca hizo el esfuerzo de sonreírme. Mi libro favorito cayó en mi regazo y me levanté corriendo para estar más cerca de él.
—Dios mío, Leandro —jadee—. Al fin te despertaste.
—¿Cuánto tiempo estuve dormido? —Me pregunta con voz rasposa, además sus ojos se ven desorientados.
—Casi dos semanas —contesto distraída—. Voy a llamar al médico.
Su agarre en mi antebrazo hace que me detenga.
—Espera —dice él—. No te vayas tan lejos, ¿sí?
—No lo haré —le prometo, sonriéndole con ternura—. Ya regreso.
Salgo de la habitación y correteo por el pasillo hasta encontrarme con el doctor de guardia.
—Leandro despertó. —Le anuncio con una sonrisa.
El doctor se apresura a tomar sus implementos y trasladarse hasta la habitación. Mientras éste lo revisa, yo me limito a observarlos a través del cristal fuera de la habitación. La piel de Leandro está muy pálida y bajo sus ojos hay unos círculos extraños de color oscuro, sus labios se ven secos y veo que ha perdido peso durante estos últimos días.
Muerdo mi labio inferior preocupada y llamo por teléfono a Carlota, quien se había ido antes a su casa para cambiarse de ropa. Cuando me atiende se oye asustada, pero el alivio la embarga cuando le notifico que su hijo ha reaccionado.
Vuelvo a la habitación luego de finalizar la llamada y el médico y Leandro se continúan realizando preguntas mutuamente.
Lidia, la enfermera, se encuentra aquí y me sonríe desde el monitor cardíaco, donde chequea las funciones cardíacas y respiratorias de Leandro.
—¿Ella puede quedarse conmigo ésta noche? —cuestiona Leandro, tomándome desprevenida.
El doctor voltea verme con una ceja alzada y me sonrojo.
—No lo sé, Leandro —comenta inseguro—. Tu estado no es el mejor y las políticas del hospital dictan que...
—Al diablo con eso, doctor —exclama de pronto Leandro, interrumpiendo al médico—. Yo me haré cargo de las «consecuencias», ¿está bien?
Él (el médico) no dice que sí, pero tampoco se niega, por lo que después de terminar su chequeo, se retira en silencio, al igual que Lidia.
—¿Estás loco? ¿Cómo se te ocurre hablarle así al doctor? —Le reprocho cerrando la puerta.
Leandro sonríe y me cruzo de brazos al pie de la cama.
—Fue sólo una petición —dice él removiéndose en su lugar—. Además, no creo que te desagrade la idea. ¿Me das agua?
Trato de reprimir mi sonrisa mientras le sirvo agua en un pequeño vaso de plástico.
—La verdad, no —repongo extendiéndole el vasito. Leandro lo toma con el ceño fruncido—. Las normas del hospital dicen que no se puede quedar nadie de noche y los médicos siempre querrán lo mejor para el paciente. Hay que hacerles caso.
Tomo de vuelva el vaso cuando él me lo tiende y le pregunto si quiere más agua, a lo que él niega con la cabeza.
—Si no quieres quedarte conmigo, está bien, lo comprendo. —dice él cabizbajo.
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No olvides que te amo©
Teen FictionCuando Merody Bracamonte y Leandro Bustamante se conocieron, no se imaginaban el impacto que iban a producir uno en la vida del otro. Ellos están justo en la etapa en donde todo se vive con demasiada intensidad, por lo que vivirán episodios que los...