Capítulo 27: No estoy tan segura

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Merody


Ese día llegué a casa cuando estaba a punto de caer la tarde. La sala de estar estaba desierta, pero escuchaba las voces de los gemelos en la parte de arriba, combinados con los gritos divertidos de Ángel.

Coloqué las bolsas con los ingredientes en la isla de la cocina y después de descubrir que Ángela había preparado jugo de toronja, me serví un vaso grande y me dirigí nuevamente a la sala. Me senté en mi mueble favorito, ubicado estratégicamente al frente del retrato de mi madre, queriéndome sentir «cerca» de ella.

Me llevé el vaso a la boca y la contemplé.

Mi padre siempre me decía que era idéntica a ella, lo cual no podía discutirse. Linda Santiago de Bracamonte era una mujer con cabello rubio en ondas muy marcadas, labios finos y ojos verdes hipnotizadores. No era que yo consideraba que tenía ojos hipnotizadores, pero el color de mis ojos definitivamente lo había heredado ella. No la había conocido: no había podido recibir un beso suyo, o un abrazo de soporte, tampoco había percibido su olor, pero con tan sólo las fotografías que mi padre aún conservaba de ella, había sido suficiente para que yo la amara y la reconociera como mi mamá, la mujer que fue capaz de poner en riesgo su propia vida con tal de traerme al mundo.

¿Habrá sido esa la mejor decisión? ¿No hubiese sido mejor adoptar o quizá alquilar un vientre? ¿Realmente vale la pena venir a este mundo, donde se sufre tanto?

Esta tarde había sido por demás intensa, así que no me sorprendía cuestionarme tales cosas.

La pérdida de memoria de Leandro me había dejado estupefacta, y también un poco perturbada. Él no parecía acordarse de lo vivido durante casi cuatro meses de relación, pero cuando veía una de las tantas fotos de nosotros que tenía en su habitación y en la cámara, parecía sentir que yo era algo especial para él, lo que me brindaba un poquito de esperanza. Pero no la suficiente. 

Me fijo nuevamente en los ojos de mi madre, haciéndole un ruego silencioso para que me brindara fuerza para poder soportar esta situación.

«¿Cómo es que ése par de hermosas esmeraldas se pueden olvidar?», recuerdo las palabras de Leandro justo cuando escucho bajar a papá las escaleras.

—Mer, al fin llegaste. —Me dice en un murmuro, besando mi frente. Cierro los ojos ante el contacto y me adhiero a él en un abrazo, obligándolo a recostarse conmigo en el mueble.

—Hola, papá. —Lo saludo, aún con los ojos cerrados.

—¿Qué te pasa? —pregunta, meciéndome suavemente.

Él me conoce más que nadie, y sabe que yo no tengo ningún tipo de filtro para contarle las cosas, aunque éstas merezcan un sermón de su parte.

—Estoy triste —Le respondo con sinceridad. Abro los ojos y me quedo mirando el retrato, pensativa—. Quisiera que ella estuviera aquí.

Mi padre y yo nos quedamos callados unos minutos, sólo estando abrazados y oyendo las lejanas voces de los niños y Ángela.

—Todos los que están allá arriba son especiales para mí —continúo un rato después—, pero en serio me encantaría que mi madre estuviera aquí conmigo, para brindarme el consejo que tanto necesito en estos momentos.

Papá me toma por los hombros para lograr verme a la cara. Tengo que apartar la mirada, porque su escudriño parece que busca leer mi alma.

—Estoy consiente de que ni Ángela, ni yo, vamos a poder llenar ese vacío jamás —comienza, yo asiento lentamente—, pero puedes estar segura de que siempre vamos a estar para ti, Mer.

No olvides que te amo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora