Capítulo 11: Oculto

1.5K 138 3
                                    

Merody

Una sonrisa se aprieta sobre nuestros labios cuando Leandro me toma de las mejillas y alineamos nuestras miradas.

—Yo también te quiero —murmura. Mi corazón salta de alegría en mi pecho—. Y lo único que lamento al decírtelo, es que te haré mucho más daño.

Me alejo un poco para mirarlo fijamente, pero él me rehúye.

—¿De qué estás hablando? —Siento como mi frente se arruga. De pronto, me alarmo—. Por favor, no me digas que tienes a otra por ahí.

—No. —Leandro ríe suevamente—. ¿Me crees un mujeriego?

—No, pero como que me inquieta eso que me dijiste —digo—. Una vez me rompieron el corazón, y créeme que pensé que esa sensación no podría ser tan real, pero lo es. Aparte de desagradable —acoto en un susurro.

—Te refieres a Ignacio, ¿verdad?

—Sí. —Entrelazo mis dedos con los suyos y me maravilla lo bien que encajan—. En el cumpleaños de mi mejor amiga lo vi besándola como si no hubiese un mañana.

—Qué canalla —bufa, apretando nuestros dedos para darme ánimo. Le sonrío débilmente—. Puedes estar tranquila, no se trata de nada de eso.

—¿Entonces de qué se trata? —cuestiono, preparándome para recibir su respuesta, cualquiera que sea.

Sin embargo, el tono de llamada de mi celular lo interrumpe justo cuando comienza a hablar.

Suspiro al tiempo que saco de mi bolsillo trasero del jeans el aparato.

—Papá. —contesto cruzando mis piernas como un indio sobre la cama.

—Mer —Mi seudónimo es pronunciado en un aliviado murmullo—. ¿Dónde has estado? Nos tenías a todos muy preocupados.

—Lo siento —Me apresuro a decir—. No era esa mi intención.

Leandro se re-acomoda por décima vez en la cama, apoyando su espalda en la cabecera de la misma y manejando con su mano libre el control remoto. Deja el canal de película donde están transmitiendo el clásico de Daniel el travieso y el espíritu de la Navidad.

Ruedo los ojos divertida.

—¿Dónde estás? —Repite mi papá con un tono de voz más alto.

—Estoy con Leandro. —respondo. El susodicho me mira de soslayo y medio sonríe.

—¿Y debería suponer que Leandro es...?

—Mi novio. —completo la frase con naturalidad. Leandro me envía una mirada preocupada y me padre se infunda en un tenso silencio.

—Tenemos que hablar, señorita. Espero que estés a tiempo para la cena de la Víspera.

—Tal vez no llegue esta noche a casa. —digo mientras muerdo el interior de mi mejilla.

Mi padre puede ser el mejor del mundo entero, pero también el más receloso con el tema de los novios.

—¡Merody Esmeralda! —Rechina con dureza—. Mas te vale que te presentes en unas horas, o vas a estar en serios problemas.

Pa, te amo —empiezo—, pero ya no estamos para estas cosas. Disfruta de la víspera con mis hermanos, que, al fin y al cabo, son los que deben pasarla bien en Navidad. Yo ya estoy mayorcita.

Él calla unos minutos, mientras me encargo de mirar pensativamente mis medias. Leandro mira la tele dándome mi espacio.

—¿Estarás bien?  pregunta con duda y respiro profundamente, porque sé que mi padre ha cedido.

—Mejor que nunca. —contesto con una tímida sonrisa. Leandro me aprieta la mano otra vez.

—De todas maneras cuídate, ¿sí?

—Te lo prometo —digo—. Hasta mañana, papá. Salúdame a todos.

—Con gusto —acepta resignando—. Hasta mañana, Mer.

Después de colgar el teléfono, me pongo cómoda recostándome a un costado de Leandro. Ya no tiene fiebre, pero se mantiene bastante cálido.

Abraza mi cintura y apoya su cabeza encima de la mía.

—No debiste hacer eso. —susurra mientras los dos miramos la película navideña.

—Tenía que haberle dicho a mi papá que tú no eres mi novio, sino mi segundo padre, porque ¡siempre me dices qué hacer! —digo medio en broma.

—Eso es porque te queremos, y no nos gustaría que pasaras un mal rato.

Sus palabras me conmueven y lo abrazo más fuerte, aspirando su olor.

—Te quiero —Le digo por segunda vez, al tiempo que lo beso.

Más afortunada no podría sentirme con mi propio regalo de Navidad.

(...)

Salgo del cuarto de baño apagando la luz y secando mis manos con papel absorbente. Camino por el pasillo y me asomo a la habitación de Leandro, quien nuevamente está dormido.

Cierro suevamente la puerta y decido bajar a la planta baja, donde la madre de Leandro se encuentra haciendo la cena. Saludo cuando entro al espacio inundado por un aroma delicioso, ofreciéndome a picar los vegetales faltantes para el guiso.

—¿Cómo está? —pregunta la señora Carlota, mezclando varios ingredientes dulces en una cacerola.

—Bien, ahora está dormido. —Le contesto tomando las cebollas y colocándolas sobre la tabla de madera—. Me dijo que le dolía un poco la cabeza, pero afortunadamente no le ha dado más fiebre.

—Menos mal —suspira. Deja de batir para mirarme, así que hago lo propio—. Muchas gracias por venir y estar al pendiente, creo que eres la única persona en el mundo capaz de lograr que mi hijo se tome una sopa.

Ríe, pero hay tristeza en sus ojos.

—No es nada, de verdad —Me le acerco y toco su mano. Ella me sonríe con cariño—. Quiero muchísimo a Leandro, y lo único que quiero es que se recupere y vuelva a ser el de antes.

Su labio inferior tiembla y con asombro miro como dos gruesas lágrimas se deslizan por sus mejillas ruborizadas.

—Eso es imposible, mi niña —dice en un gimoteo—. Leandro nunca volverá a ser el mismo.

Me alarma su llanto, por lo que me decido a preguntarle:

—Entiendo su angustia, pero ¿por qué se pone así, señora Carlota? —digo cauta. Ella sorbe por la nariz—. Quizá lo que tenga Leandro sólo sea un virus.

—Ojalá sólo fuera eso. —dice con ironía. De pronto me mira con sorpresa y yo cada vez entiendo menos la situación.

—¿Leandro no te lo ha dicho? —pregunta con incredibilidad.

—¿Decirme qué?

—Que sufre de...

—Mamá. —El sonido de la voz de Leandro nos sobresalta a las dos y nos giramos a verlo.

Está somnoliento, pero no le quita la vista de encima a su madre, quien asiente imperceptiblemente y entonces sé que hicieron un acuerdo.

Uno que no sana para nada mi intriga.

¿Qué me está ocultando Leandro? 

No olvides que te amo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora