Capítulo 28: Perduremos en el tiempo

1.2K 126 2
                                    

Merody

No sé cuánto tiempo lloré hasta quedarme dormida, pero acabo de ver la hora en mi celular y descubrí que son las ocho y treinta seis de la mañana y mi cabeza palpita de dolor, así que no debo haber dormido mucho. Siento mis ojos hinchados, y lo menos que quiero es levantarme de la cama para ir a desayunar y ver la cara de decepción y dolor de mi padre y Ángela.

Una posible salvación llega cuando mi teléfono vibra sobre la cama.

—¿Hola? —respondo, sin fijarme previamente en el nombre de quién llama. Mi voz suena ronca.

Quiero hacerte una invitación oficial a desayunar. —Me sorprendo cuando oigo la voz de Leandro.

—¿Qué te hace pensar que no he desayunado ya?

Bueno, tu voz suena somnolienta, así que eso me brinda una pista.

Resoplo una risa y me tapo medio rostro con el almohadón más cercano.

¿Cómo podría dejar al chico con el que soy capaz de sonreír en el momento más difícil de mi vida?

—Me encantaría ir —murmuro—, pero no me siento muy bien.

¿Estás enferma? —pregunta y la alarma en su voz me provoca un apretón en mi corazón.

Estoy enferma del alma, cariño.

—No, es eso —digo mientras me incorporo en la cama hasta quedar sentada—. ¿Quieres que vaya ahora?

Sí, yo cocinaré. —dice él, trayéndome recuerdos del último día feliz que tengo con él: el día de playa.

Sonrío con tristeza.

—De acuerdo, estaré allí lo más pronto que pueda.

Te espero. —Y colgó.

Doy un largo suspiro recostándome de nuevo en mi cama, restregando mis ojos adoloridos, antes de decidir levantarme por completo.

—Merody, ¿estás despierta? —Me sorprendo al escuchar la voz de Ángela, seguidos de varios golpes en la puerta de mi habitación. Me siento otra vez en mi cama, permitiendo que entre a mi habitación. Su rostro está neutro y su cabello rojizo se mantiene recogido en una coleta alta. Ella siempre me ha parecido una mujer guapísima, pero la belleza interior es la que supera a la del exterior. Eso queda demostrado cuando miro la bandeja con el desayuno que trae en sus manos.

Cuando coloca la mesita entre las dos con café moca, frutas y jugo de toronja, una lágrima se escapa de mis ojos.

—Perdóname, Ángela —me lanzo a sus brazos por encima de la mesita—. Sé que ayer te dije cosas horribles que no te merecías, pero es que estaba tan dolida...

—Lo sé —musita interrumpiéndome, al tiempo que acaricia mi cabello—. Entiendo por lo que estás pasando. No tengo nada que perdonarte, linda.

Me separo de ella y en seguida aparta de mi cara las lágrimas derramadas, sonriéndome con dulzura.

—Dios mío, Ángela. Eres un ángel —gimoteo—. Sé también que te dije que no eras mi madre...

—Lo que es cierto —me interrumpe con un susurro, agregándole edulcorante a su café.

—Pero yo te quiero como tal. —completo la frase.

Sus ojos verdes se alinean con los míos y un brillo se instala en ellos.

—Yo también te quiero como una hija, Merody. —expresa y reímos suavemente. Siento como si un peso se hubiese quitado de mis hombros, así que me permito suspirar con alivio.

No olvides que te amo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora