Capítulo 25: Déjà vu

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Merody

El tiempo parecía correr a gran velocidad y no se detenía a esperar por nada ni por nadie. Al menos ese fue mi primer pensamiento cuando le eché un vistazo al calendario y me di cuenta que habían pasado tres meses.

Estábamos a inicios del mes de mayo, lo que representaba una fecha especial para la familia, puesto que dentro de muy pocos días, exactamente el día siete, se celebraría el cuarto cumpleaños de Ángel, mi hermano menor. Mi padre quería que fuera más bien una celebración sencilla y familiar, pero Ángela ya estaba llamando a su antiguo jefe (dueño de una agencia de festejos infantiles) para organizar algo medianamente grande.

Si Ángel no va a recordarlo del todo en el futuro, ¿para qué hacerlo? —protestó mi padre, al que oí de manera lejana. Probablemente se encontraba en la sala.

Porque al menos pasará un buen rato, Mateo. —Le respondió ella de manera cansona, a la que escuché de igual forma.

Le sonreí al espejo y coloqué una horquilla en el lugar correcto de la pequeña trenza que me había hecho a un costado de mi cabeza. Mi cabello seguía lo suficientemente corto como para no poder recogerlo del todo, pero sí para poder trenzar unos cuantos mechones; así que ese había sido mi peinado más recurrente. Nunca me arrepentí de haberlo cortado tanto, porque cuando vi la enorme sonrisa de Aleana al usar la peluca hecha con mi cabello, supe que había valido la pena. Ella había sido dada de alta hace un mes y medio, por lo que sólo compartíamos un pequeño saludo a través del teléfono.

 En cuanto a Leandro, me evitó a toda costa en mis visitas al hospital. También ignoraba los mensajes y llamadas que le hacia luego de nuestra dolorosa —al menos para mí— ruptura, así que decidí darme por vencida y seguir adelante sin él, porque al parecer, era lo único que podía hacer.

La herida todavía no había sanado completamente, pero había un enorme avance en el proceso, y tenía que agradecerle a Ignacio por eso. Después de la horrorosa noche de mi despecho en el bar, Nacho y yo habíamos tenido un acercamiento positivo, más del estilo amistoso que romántico, pero aproximación al fin.

También había limado asperezas con Valeri y Cata, dos de mis antiguas amigas, siendo un proceso más sencillo con la segunda que con la primera, quien todavía me veía como una rival. Además, había hecho dos amigos adicionales: Mabel y Cristian, dos chicos alegres y simpáticos con los que había conectado en la clase de Diseño Impreso, una de las tantas clases extras que había tomado en mi afán por mantener mi mente ocupada en algo que no fuera pensar en Leandro.

Salgo de mis melancólicos pensamientos y me miro una segunda vez en el espejo de cuerpo entero de mi habitación. Está haciendo un ambiente bastante cálido, así que elegí ponerme unos shorts vaqueros y una blusa celeste de tela muy fresca, junto con unas zapatillas planas para ir al supermercado. Ángela me pidió de favor que fuera yo la encargada de comprar los ingredientes necesarios para la elaboración del pastel de cumpleaños de Ángel, y acepté ir gustosa.

(...)

Voy chequeando la lista de ingredientes al ritmo que voy arrojando productos a la cesta colgada de mi brazo, por lo que no me percato de la presencia de alguien conocido en el pasillo hasta que choco con ésta.

Mis mejillas se encienden de la vergüenza y me apresuro a disculparme, pero las palabras se atoran en mi garganta al reconocer a la señora frente a mí.

—Señora Carlota. —murmuro más que impresionada.

—Niña. —dice y alza una ceja hacia mí. Cuando parece que va a seguir con su camino sin decir nada más, me apuro a preguntarle:

—¿Cómo han estado? —Trago saliva después de eso, porque un nudo de emociones se ha instalado en mi garganta.

—Supongo que no mejor que tú. —Me responde hosca, girándose de nuevo hacia mí, después de haberme dado la espalda. Su tono de voz, combinado con la mirada fulminante que me dedica, me descoloca bastante.

¿Por qué me está tratando así?

—¿Por qué dice eso?

—Bueno, tú no has tenido que lidiar con el cáncer —me suelta—. Pensé que eras distinta. Me tomó por sorpresa el que te alejaras en la peor parte.

Frunzo las cejas con confusión.

—Yo no me alejé. Leandro lo hizo —digo. Ella se río irónicamente y logró terminar de irritarme—. Se lo estoy diciendo en serio, Carlota. Ese día, cuando la llamé por teléfono para saber dónde se encontraba Leandro, fue el mismo día donde él me rompió el corazón sin miramientos.

»Traté de arreglar las cosas luego, pero Leandro se encargó de dejarme muy en claro que deseaba que lo dejara en paz, así que no me quedó más remedio que hacerlo.

Mi pequeño discurso la deja escéptica, mientras yo respiro de manera acelerada.

—Eso no fue lo que él me dijo —admite un minuto después, continuando con su desconfianza hacía mí. Emito un suspiro cansado—, pero tampoco dudo que mi hijo haya hecho de todo para distanciaste de él y del... sufrimiento. Ha sufrido tanto, Merody. —Se lamenta.

—¿No ha presentado ninguna mejoría? —Le pregunto con tristeza. Conservaba la fe de que Leandro había estado «bien», dentro de lo que cabe.

Carlota, quien se encontraba cabizbaja, levanta la mirada para escrutarme la cara, con gesto confuso.

—¿Leandro no te lo dijo? —Me pregunta sorprendida, y la sensación de déjà vu me embarga de nuevo.

Niego lentamente con la cabeza, casi con miedo. Entonces, Carlota cubre con una mano su boca al tiempo que sus ojos se vuelven acuosos.

—¿Qué pasa? ¿Qué es eso que Leandro no me contó? —cuestiono con la angustia apretando mi corazón.

—El cáncer avanzó, Merody —dice ella, entre pequeños sollozos—. Ahora está en la etapa IV, ¿sabes lo que eso significa?

Claro que lo sabía, por eso rompí a llorar ahí mismo, en ese mismo momento. Cuando me enteré de lo que sufría Leandro, realicé investigaciones en pro de saber cómo ayudarlo y prepararme para lo peor, pero nunca imaginé que él llegaría hasta la etapa IV, la más temida por todos.

La etapa casi terminal.

No olvides que te amo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora