Capítulo 24: Una flor marchitándose

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Merody

Los presentimientos son una cuestión seria.

Desde que había notado que Leandro no estaba a mi lado en la mañana, presentía que algo malo había pasado, pero no me imaginé que ése «algo» sería de tal magnitud.

Sentada en un taburete del primer bar que me encontré en el camino, pienso en las personas que prefieren vivir en la ignorancia. Los entendía, saber la verdad puede tornarse muy cruel.

Coloco mi brazo sobre la barra, apoyando en la palma de la mano mi mejilla, mientras observo al barman servirles una bebidas de colores curiosos al par de mujeres ruidosas a mi lado derecho. Después, se dirige a mí con una sonrisa coqueta.

—¿Estás bien, burbuja? —Me pregunta jocoso. Desde que había entrado aquí, no había parado de llamarme así porque, a su juicio, era idéntica a una de las Chicas Súperpoderosas.

Sonrío y meneo la cabeza.

—Estaré mejor cuando me rellenes el vaso. —Le contesto, señalando el objeto en cuestión.

—¿Estás segura? Creo que ya has bebido demasiado. —objeta él.

—Oh por Dios, ¿por qué todos lo chicos con los que me encuentro tienen que parecerse a mi padre? —Me quejo, alargando quizá demasiado las vocales.

El señorito barman se ríe. En realidad es una sonrisa bastante atractiva, y su cabello rubio ceniza y ojos marones también lo son. O tal vez era el alcohol que me hacia verlo atractivo, ¿quién sabe?

—Anda, dame otro trago —le ordeno—. Estoy más que despechada y necesito ahogar mis penas en alcohol.

Él se rinde y opta por cumplir con su trabajo, llenándome de nuevo mi copa, la cual vacío de nuevo por la mitad. El vodka me provoca picor en los ojos y ardor en la garganta, pero agradezco que esté logrando nublar mi mente. Necesito no pensar en lo despiadado que fue Leandro conmigo en la tarde.

Tampoco soy de las chicas que tengan demasiada resistencia al alcohol, puesto que no tomo muy seguido (salvo en mi primer año de universidad cuando lo hacia con bastante frecuencia), pero me alegro de haber venido a este bar corriente y embriagarme. A veces es la mejor cura para un corazón despachurrado como el mío.

Mi mirada vaga por los alrededores y se fijan en la entrada del local y en el grupo de chicos ruidoso que ingresan. En realidad todas las chicas se fijan en ellos, pero yo quiero meterme debajo de la barra cuando reconozco a tres de ellos. Es lunes en la noche, ¿qué se suponen que están haciendo aquí?

Me levanto a duras penas de mi banquito alto para irme al baño antes de que Ignacio y sus amigos me vieran, pero ya no era necesario. Ya me había visto.

—Mer, qué sorpresa —dice apenas me tiene al frente—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Eso es justo lo que yo me pregunto.

—Estoy jugando Lego con el barman. —contesto sarcástica, provocando que el susodicho se ría entre dientes. Ignacio, por el contrario, frunce las cejas y me observa mejor.

—Estás borracha —concluye y se escucha como si fuese un pecado—. ¿Por qué?

—¿Qué te importa? —Le suelto de mala gana—. Tú y yo no somos nada, ni siquiera amigos. Me lo resaltaste el otro día.

Él aprieta los dientes y me sujeta del brazo para detener mi tambaleo. Su toque me genera una descarga eléctrica, que me recuerda a Leandro y rompo a llorar ahí mismo, delante de más de cincuenta personas. Ignacio abre los ojos sorprendido, abrazándome con torpeza.

No olvides que te amo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora