Prólogo

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Era el último día de escuela, debería ser una etapa feliz en mi vida, todo debía ser bello y hermoso, los mejores años de mi vida según los maestros ¿Por qué conmigo no era así? ¿Qué había hecho mal? Yo solamente quería ser amigo de todos, yo solamente quería poder tener una vida igual que los demás ¿Es porque no tengo padre? ¿Es porque me enfermo mucho?

―Eres repugnante.

―Muérete rápido, igual que tu padre.

―No sirves para nada, vas a ser un borracho igual que tu madre.

―Espero no volverte a ver nunca.

Los golpes simplemente llegaban y no podía detenerlos por más que quisiera, cuando me resistía entonces era peor. Siempre me preguntaba ¿Por qué lo hacían? ¿Por qué me golpeaban si no me defendía? ¿Si no daba pelea? ¿Tanto les divertía verme así de miserable? ¿No les bastaba con sus incesantes y horribles bromas, con quitarme a todos mis amigos y apropiarse de mis cosas? ¿También debían golpearme hasta aburrirse?

Observé los lejanos ojos de una chica de otra escuela que pasaba por aquel oscuro callejón, eran tan azules como el cielo de primavera y me observaban con lástima, podía ver la impotencia en ellos, las ganas de decirles a esos abusones que se detuvieran, pero no hacía nada, nadie hacía nada. Todos simplemente pasaban y dejaban que me golpearan, no servía nada ver el acto y pensar en lo que harías si simplemente se te quedaban mirando pensando "pobre muchacho", si al final para ellos yo no era nada, no ayudabas a alguien que para ti nada era.

Al final debía ser eso, yo no era nada, no era importante para nadie y nunca lo sería.

―Tengo que ir a buscar a mi hermanita

― ¿Vamos a ir a jugar futbol hoy?

―No, Tengo que acompañar a mi abuela al hospital.

Podía observar sus cuerpos alejarse, el sol del atardecer hacía que sus siluetas se alargaran más. Al fin podía descansar un rato sobre aquel charco de agua donde me habían golpeado. Me levanté con cuidado, sintiendo como todo mi cuerpo dolía por las contusiones. Observé mi reflejo en el charco, ya no me gustaba mirarme, todos me habían dicho tantas cosas que ya pensaba que eran verdad, me sentía horrible y similar a un monstruo, estaba tan delgado por no comer debido a la ansiedad que muchas veces me decían esqueleto. Mi nariz nuevamente estaba sangrando, era la segunda vez en la semana, me extrañaba que no se hubiese quebrado.

Limpié con cuidado la sangre que caía e intenté ordenar mi sucio uniforme, me acerqué a la destartalada y rota mochila para comenzar a arrastrarla hasta llegar a casa. Las personas solamente me miraban, para los adultos era problemático meterse en los problemas de un niño, no querían involucrarse en algo que les podía quitar tiempo. Con los maestros pasaba igual, lo que ocurría fuera de horario de clases no era importante, muchas veces les gustaba simplemente anularme al igual que mis compañeros.

Ya no sentía nada, ni siquiera podía llorar por la profunda tristeza que día a día me consumía, quería escapar, quería irme lejos, donde nadie me conociera, donde pudiese ser feliz ¿Existía un lugar así para alguien como yo? ¿Un lugar donde pudiera dormir sin los gritos de mamá? ¿Dónde no me golpearan a diario? ¿Dónde me recibirían con una comida caliente día a día?

Abrí la puerta con cuidado, sintiendo el olor a encierro y suciedad. Mamá roncaba sobre el sofá con la televisión encendida, nuevamente la habían despedido y las botellas de vodka vacías me decían que despertaría de mal humor. Recuerdo que cuando le dije a papá que me golpeaban en el colegió me abofeteó diciéndome que debía ser más fuerte o el mundo me destruiría. Se burló de mi porque según él lo merecía por ser un afeminado.

Té de Manzanilla Donde viven las historias. Descúbrelo ahora