Capitulo 2: Lasaña para dos

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―¿Qué piensas que pasará con nosotros en dos años más?

―Pues estaremos mirando las estrellas como lo hacemos ahora ― Tyler sujetó mi mano con fuerza ― Aunque tendrá que pasar mucho tiempo para que podamos ver otra lluvia de estrellas juntos.

―¿Quieres ver otra lluvia de estrellas conmigo?

―Eres con la única persona que miraría las estrellas en vez de salir de fiesta ― Me sonrió sujetando mi rostro de manera delicada para depositar un beso tierno en mis labios ― Te amo.

―Yo también te amo.

Me senté sobre la silla de la enfermería mientras el chico de cabello negro palmeaba mi espalda nervioso sin saber que realmente hacer. El vapor de la tetera eléctrica comenzaba a escaparse, la mesa tenía algunos granos de azúcar, el libro que ahora leía Vincent era "Ami el niño de las estrellas" y yo seguía llorando sin parar. Mis ojos luchaban por aguantar las lágrimas pero al sentir el suave tacto de aquel chico sobre mi espalda entonces todo aquel ciclo comenzaba otra vez.

El aroma de la manzanilla llenó por un segundo el lugar y el choque de la cuchara con el vidrio parecía una de aquellas melodías que los monjes utilizaban para comenzar a meditar. Después de un rato una pequeña taza de té reposaba frente a mí mientras Vincent se sentaba al otro lado de la mesa, y silencioso me observaba con un constante temor a hablar, mordiendo su labio inferior con nerviosismo.

―La vida es una mierda, me quiero morir. ― solté por la desesperación sujetando la taza, e intentando beber del liquido caliente que enseguida quemaba mi lengua sin piedad ― No hago nada bien ― lloré más, tan desconsoladamente como lo hubiera hecho un niño que perdió su dinosaurio favorito.

Las cosas se me habían escapado completamente de las manos, toda mi vida me repitieron que los niños no lloraban pero ya me había tragado tantas lagrimas que parecía que 17 años de penas se hubieran acumulado para salir igual que una erupción volcánica. Comencé a soltar muchas palabras al aire, durante todo momento Vincent me observo en silencio, nunca me miraba a los ojos y eso me hacía sentir más triste, como si estuviera solo en aquel cuarto de frías paredes color crema y cortinas de encaje.

―Cuando mueres todo termina ¿Sabes? ― soltó golpeando repetidas veces el vidrio de la mesa con uno de sus dedos por los nervios.

Los dedos de Vincent eran como los de Erick, cuando él se ponía ansioso se quitaba los pellejitos hasta sangrar. Nos decía que lo hacía de manera inconsciente y por ello en periodo de exámenes Erick siempre llevaba banditas coloridas en sus dedos. Los dedos de Vincent no tenían banditas coloridas, estaban adornados con cicatrices antiguas y recientes.

―No quiero morir... ― solté escondiendo mi rostro entre mis brazos, sintiendo enseguida el aroma del suavizante de telas que usaba papá para lavar mi sweater y como la lana parecía tranquilizarme igual que cuando mis perros se frotaban en los sweaters de mi hermana― es sólo que todo es una mierda últimamente y no lo soporto. Además estoy llorando demasiado, y como no puedo parar me siento frustrado.

El silencio reinó por unos momentos más, Vincent no decía nada, los golpecillos en la mesa habían cesado y escuchaba su respiración a lo lejos, aunque muchas veces los sollozos se llevaban cualquier tipo de sonido, y las imágenes de aquel día pasaban por mi cabeza una y otra vez. Nunca pensé en mi mente como mi enemiga pero en este momento me había declarado la guerra, todo apuntaba a que mi propio cuerpo quería destruirme.

―Yo... ― pude escuchar un débil susurro escaparse de los labios de Vincent ― yo creo que es bueno que llores.

Por aquellas simples palabras llenas de inseguridad, por aquellos pañuelos que con torpeza me entregó para que me limpiase la nariz seguí llorando por un rato. No sé cuánto tiempo debí haberlo hecho, pero Vincent se quedó ahí y aunque no decía nada su presencia silenciosa me acompañaba, de vez en cuando escuchaba como su taza abandonaba la mesa para golpearla después de unos segundos. Pensé que debía estar leyendo aquel libro que una vez debí leer de niño, pero cuando subí mi mirada más calmado este tenía su cabeza apoyada sobre sus brazos, y en todo momento me observaba con un rostro de profunda preocupación. Sus ojos se reflejaron por un momento en los míos y así nos quedamos por un rato, solamente nos mirábamos mientras mis sollozos poco a poco se calmaban.

Té de Manzanilla Donde viven las historias. Descúbrelo ahora