Capitulo 4: Dientes de león y Mirlos

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El pecho me dolía al respirar.

A veces pensaba que aquel dolor nunca se iría, siempre me seguiría hasta que muriera, ese vacío negro que me recordaba constantemente lo solo que estaba, lo miserable que era, lo débil e inútil que me sentía. Cada vez que lo notaba me daba cuenta de lo diferente que era de los demás, de que posiblemente nunca llegaría a ser feliz o de tener una vida normal.

¿Tan difícil era alcanzar la felicidad?

―Vincent hoy va a ser un buen día ― le susurré a mi reflejo en el espejo repetidas veces. Tal vez era algo inútil pero el terapeuta decía que era bueno hacerlo, que me entregaría confianza y optimismo.

Salí del cuarto de baño encontrándome con aquellos muebles antiguos a los que a pesar de los años no me acostumbraba, el olor a cera y a limpia muebles llenaba el lugar y deseaba que en muchos años más al recordar aquel aroma pudiese sonreír con alegría. A lo lejos podía oír como mi abuela ya estaba moviendo algunas cosas en la cocina y a mi abuelo cantándole una dulce balada romántica a la mujer de su vida. Observar desde lejos aquella bella postal de dos ancianos sonriéndose y dándose algunos mimos me hacía sonreír, tal vez esto era lo más cercano a la felicidad que conocía, tal vez la tranquila y pacifica vida que estos ancianos me habían regalado era lo mejor que me podía haber pasado.

En silencio me senté en la mesa junto a mi abuelo, observando a la mujer regordeta con las mejillas sonrojadas que enseguida besaba mi frente con cariño. Olía a pan casero, hierba buena y albahaca. Me gustaban sus delantales de cocina floreados y sus vestidos con lunares, cómo su cabello blanco y rizado iba corto enmarcando su rostro amable y los collares de perlas que atesoraba. Mi abuela era una persona maravillosa, una persona alegre y llena de vida, sacada de un bello cuento o película de los años ochenta.

―Hola mi ratoncito ― me dijo cariñosa ― ¿Por qué será que lo quiero tanto?

―Hola abuelita, yo también la quiero ― frote mi cabeza en su brazo, sintiendo como ésta enseguida me abrazaba con cariño. Los días como estos me gustaban, si tan solo no tuviera que cargar con toda la ansiedad tal vez siempre me sentiría de esta manera tan agradable.

Mi abuelo era todo lo contrario a la dulce mujer, sin embargo a él solamente le gustaba ser un estereotipo, de vez en cuanto me contaba que gozaba atormentando a los niños de la cuadra o peleando con los vecinos, su papel en la vida era ser "el anciano cascarrabias", pero era amable, siempre se estaba preocupando de que nada me faltara, de que me sintiera tranquilo y calmado.

―Apúrate muchacho que vas a llegar tarde ― soltó el hombre huesudo y con rostro de pocos amigos.

― ¿Cómo está? ― le pregunté respetuoso.

―Bien, ahora anda a ordenar tus cuadernos que tu abuela te va a hacer la lonchera. ― comenzó a levantarse buscando su boina gris y preparándose para salir.

―Tómese sus pastillas y vaya a ordenar su mochila, ya le dejé todo guardadito para que coma.

Asentí, recibiendo las píldoras que mi abuela administraba. Nunca me gustó mucho la idea de tomar tantos medicamentos, pero mi abuela decía que si un doctor lo recetaba entonces debía hacerle caso. Ellos me cuidaban mucho, hace unos años ni siquiera sabían que tenían un nieto, nunca olvidaré esos rostros repletos de lágrimas y el cartel con bella caligrafía con mi nombre escrito en el cuándo me fueron a buscar por primera vez a la terminal de buses.

Luego de ordenar un par de cuadernos y reportes que debía entregarle a algunos maestros me puse la mochila y salí, para encontrarme con mi abuelo y los primeros rayos de sol que me recibían. Howard tenía la costumbre de irme a dejar todos los días hasta una cuadra antes de llegar al colegio, aunque era un pueblo tranquilo con un nulo índice de crimen, él se sentía seguro así. Los primeros días me dejaba en la puerta del colegio hasta que le dije que me daba un poco de vergüenza. De vez en cuando me compraba algún dulce en el camino y me hacía prometer que no le diría a la abuela. Aunque él decía que en realidad no lo hacía por mí, era que quería jugar Pokémon GO y por eso me acompañaba, desde que había ganado un Smartphone en una rifa no se despegaba de su Pou o algunos juegos que lo mantenían divertido durante el día.

Té de Manzanilla Donde viven las historias. Descúbrelo ahora