Capitulo 10: Los primeros días lluviosos

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El día después de Halloween Kevin se quedó a almorzar en mi casa, estando con él siempre me olvidaba del mundo que me rodeaba, podía quedarme recostado sobre la alfombra hablando de cosas sin importancia por todo el día sólo escuchando su voz y su risa. Cuando nuestros ojos se encontraban, Kevin siempre se sonrojaba cosa que me hacía reír nervioso y de vez en cuando molestarlo picando sus mejillas siempre tan coloradas. Mis abuelos se reían de mi por mi resaca y con ternura me daban aguas de hierbas para que no me sintiera tan mal, pensé que me regañarían pero simplemente me tomaron el pelo durante todo el día.

A veces son pequeños recuerdos los que quieres mantener en tu mente, recuerdos sin mucha importancia, simplemente un día frío junto a tu amigo y tu familia.

Creo que siempre recordaré el frío de ese día y como por el vapor que salía de la cacerola las ventanas de la cocina se empañaban mientras con Kevin jugábamos scrabble esperando para que nos sirvieran sopa en un plato hondo con flores pintadas en él.

Kevin se fue, sonriéndome preocupado y preguntándome una y otra vez si ya estaba mejor, pero en el fondo sabía que no lo decía por mi resaca. No recordaba mucho de la noche anterior, pero entre esos recuerdos la espalda de Kevin bajo mi cuerpo mientras me cargaba por las calles vacías no se había querido desvanecer. Él era cálido y a su lado me sentía como un polluelo bajo el ala de su madre. Muchas veces pensé que tal y como Daniel lo había hecho se acercaba a mí para hacerme daño, pero el tiempo sólo demostró que Kevin era un chico muy bueno, que nunca me haría daño, cuando pensaba en eso mi pecho se sentía cálido y una sonrisa se dibujaba en mi rostro haciendo que cualquier sensación desagradable se fuera.

Me desperté sintiendo las gotitas golpear el techo, Cardamomo se me subió encima restregando su nariz húmeda en mi cara y caminando sobre mi pecho para despertarme. Me levanté con pereza haciendo que el gato de malas ganas se acostara a mi lado. Detrás de las cortinas podían verse las pocas gotitas resbalar por el vidrio como si hicieran una carrera entre ellas. Me puse las pantuflas y me dirigí al baño para ducharme, cuando llovía y me quitaba la ropa sentía más frío y entonces cuando el agua caliente golpeaba mi cuerpo una sensación relajante me llenaba, no quería salir nunca.

Al salir de la ducha me miré al espejo para repetirme lo mismo de todas las mañanas, pero las palabras no salieron de mi boca, me sentía mal, hoy no iba a ser un buen día.

Me vestí más lento de lo normal, mirando las quemadas de cigarrillos en mis brazos y las feas cicatrices de cortes que habían quedado en mis muñecas y que no habían adelgazado con las cremas que me había comprado mi abuelita. Suspiré buscando unos calcetines de lana para ponerme sobre los de algodón sabiendo que hoy me iba a dar más frío de lo normal, aunque no era como si un par de calcetines fuesen a evitar que mis pies se congelaran por la ansiedad.

Ver a mis abuelitos desayunando siempre me calmaba un poco, aquella bella postal, el sonido de la tetera bajo el fuego de la estufa, las tostadas con mermelada de frambuesa y el té con canela me daban a entender que fuera de las paredes de esta casita nada malo nunca me pasaría.

―Hola... abuelita, quiero comerme aquí el desayuno hoy ― no quería ir hoy al colegio, ver a Daniel aquel día me había dejado mal, su recuerdo había hecho que todo lo que había logrado estos meses se hiciera nada.

―Pero ratoncito, vas a llegar tarde a estudiar. ― dijo la mujer mirándome con preocupación.

―No importa... y además está lloviendo, quiero quedarme un ratito más.

―Pero sólo hoy, le voy a hacer unas tostaditas ,¿bueno?

―Bueno... ― me senté junto a mi abuelo mientras este me servía té y me saludaba.

Té de Manzanilla Donde viven las historias. Descúbrelo ahora