Capitulo 7: Cambios

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―Vincent hoy va a ser un buen día, Vincent hoy va a ser un buen día ― le dije a mi reflejo en el espejo como todos los días.

Salí del baño escuchando a mis abuelos conversar sobre ir a la ciudad a comprar caramelos para Halloween ya que el día se acercaba. El aroma a los panqueques de mi abuelita me encantaba, sentía que todos los olores que percibía en esta casa en muchos años me llenarían de hermosos recuerdos y cariño por mis queridos abuelos.

―Buenos días ― les dije sentándome mientras esperaba que mi abuela empacara mi almuerzo y desayuno.

―Que tienen de buenos ― soltó mi abuelo luego de una risotada ― Buenos días Vincent.

―Buenos días mi niño hermoso ― dijo mi abuela sujetando con fuerza mis mejillas y repartiendo besos en mi cara.

Tal vez estaba algo grande para estas cosas, pero cada vez que mi abuela me abrazaba, que mi abuelo me compraba caramelos o me daba a escondidas un poco de dinero, aunque estuviéramos solos, llenaba mi pecho de un sentimiento indescriptible que no me dejaba parar de sonreír. Eran gestos pequeños que me hacían sentir como la persona más afortunada de todo el mundo.

―¿Abuelo, sacaste las semillas?

―Sí, hombre sí.

―Y también ― no me dejó terminar.

―Si, saqué las plantas hombre.

―Bueno ― le sonreí.

―Ya está listo el desayuno, venga y tómese sus pastillas. ― me dijo mi abuela mientras me entregaba las pastillas y un vaso de agua.

―Vamos andando ― soltó mi abuelo saliendo antes como siempre y atando una bufanda a su cuello.

Recogí mis cosas apurado para salir, observando el pequeño carrito donde mi abuelo había puesto algunas plantas para trasplantar. Me sentí emocionado por hacer esto, por finalmente poder ser útil en algo. Sujeté el carro y comencé a arrastrarlo mientras mi abuelo me comentaba como debía plantarlas y cada cuanto regar, que esperara un poco para las semillas y que no olvidara de trabajar bien la tierra. Me hablaba del fertilizante y de que nunca olvidara hablarle y cantarle a las plantas ya que ellas al igual que los humanos se sentían solas también. Cuando mi abuelo arreglaba jardines siempre cantaba, mi voz no era tan agradable como la suya pero cuando nadie estuviera cerca entonces les cantaría bajito a todas las plantas.

―Te dejo aquí, voy a hablar con Roman ― dijo refiriéndose a su amigo, el dueño de la florería.

Desde que conocí a Kevin mi abuelo me dejaba cada vez más lejos de la escuela, como si presintiera que ya no sentía la misma ansiedad de antes al entrar. Era increíble la manera en que una persona podía ayudarte.

A lo lejos pude ver su cabello cobrizo resaltar entre los demás. Miraba a todos lados como si esperara a alguien. Mi corazón latía fuerte y mis mejillas se ruborizaban al saber que ese alguien era yo. Me acerqué a él sintiendo mi estómago extraño, todos me miraban y eso hacía que me pusiera terriblemente nervioso pero la voz grave y la sonrisa de Kevin enseguida me tranquilizaban. Me costaba creer que existiera en el mundo una persona con el poder de calmar mi ansiedad de manera casi instantánea.

En la canasta de su bicicleta llevaba una maceta con hortensias de un suave color violeta.

―¡Dios trajiste muchas cosas! El director dijo que nos iba a dar presupuesto también.

―Los invernaderos no se llenan solos. ― le comenté mientras entrabamos a la escuela. Era extraño entrar acompañado de alguien como todos siempre lo hacían. ― Espera, déjame firmar.

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