Letur era un pueblo recóndito. Muy recóndito. Google se perdió un par de veces antes de llegar y él, otras dos. Se le hizo bien de noche antes de que viera el cartel blanco y negro con el nombre del pueblo en el margen derecho de la carretera y siguió las indicaciones que Hugo le había dado para llegar al centro del pueblo.
Al llegar a la plaza, la luz naranja de las farolas iluminaba los arcos de los soportales del ayuntamiento y las callecitas aledañas. No había ni un alma por las calles. Eran más de las 2 de la mañana de una noche de invierno por lo que no era extraño. Fue hasta el punto donde supuestamente se encontraría con el equipo asignado e iluminado débilmente por una farola a unos cinco metros de distancia, comenzó a trepar por la gastada pared de piedra hasta llegar al tejado. Al llegar, se calentó las manos heladas con su aliento y miró a su alrededor. Nada. Había mandado un mensaje cuando llegó. ¿Lo habrían recibido? Miró su móvil. No había mucha cobertura... No tuvo que esperar mucho antes de oír unos pasos sobre las tejas de arcilla. La figura se acercó a él. Cuando por fin pudo distinguir su rostro en la oscuridad, una sonrisa se le dibujó de oreja a oreja.
-¡Joder! ¿Ann?- dijo yendo a abrazar a su antigua compañera.- ¡No sabía que ibas a estar tú aquí!
-Ya ves. ¿Acabas de llegar? - dijo ella respondiéndole con una sonrisa no menos radiante. Se dieron dos besos.
-Sí...- Andrés estaba francamente sorprendido y contento.- No te veía desde hacía...
-Seis años, compañero, seis años. Y ni me escribes, ni me llamas, ni ná de ná... ya te vale...
Andrés no pudo evitar reírse. Siempre había encontrado el acento malagueño de la mujer y su manera de hablar tremendamente graciosas y se dio cuenta de lo mucho que lo había echado de menos. Quería hablar con ella, preguntarle qué había sido de su vida, qué había hecho desde entonces. Sabía que cuando se separaron a ella la enviaron a apoyar a la gente de Reino Unido. Al fin y al cabo, ese pelo rubio, esos ojos verdes y esa cara de animadora sólo podían venir de la hija de uno de los muchos militares estadounidenses que vivían en la base de Rota. Ann Lindsey Jackson, primogénita de un teniente coronel de la marina estadounidense, con un inglés perfecto y un malagueño de pura cepa, cara de guiri y un genio tremendo, había entrenado, como él, en las bases de la Hermandad en Girona con Carles, Julián y compañía. Cuando su entrenamiento hubo terminado, cada uno fue enviado a donde sus superiores les iban mandando y poco a poco, al especializarse y seguir su propio camino, se fueron distanciando. El trabajo, las movidas y la vida en general había hecho que apenas notara morriña, pero ahora, al estar a su lado y volver a encontrar la misma camaradería de antaño, se percató del hueco que algunas personas dejaban en uno a lo largo del tiempo.
-¿Estás tú sola?
-Uy, no. Anda que no la tenemos liá con esto ni ná, como para comérmelo yo solita. ¡Ja! Pero no te vas a creer quién ha venido.
-Hombre, se me ocurren varios, aunque sea porque les quede cerca esto.
-Pfff, ¡qué va, qué va! Ahora, te vas a reir.
-¿Quién?
-El Gordo.
Andrés se quedó parado en mitad del tejado.
-No me jodas...
-Sí te jodo.
-Pero...
-La Susana, Andrés, la Susana. Esto ha sido por la Susana, que es más mala que la quina. O si no a ver quién te crees que le ha mandao.
Andrés se encontró encogiéndose de hombros.
-Bueno, si nos encontramos algo realmente chungo, no podría pensar en nadie mejor.
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Assasin's Creed - Resurrección
ActionLa Hermandad de los Asesinos en España es especial. Al contrario que en otros países europeos, la Hermandad es tricéfala con líderes pseudoinependientes divididos en 3 divisiones, Levante, Centro y Sur. Tras la muerte de Desmond Miles, la muerte del...