Parte 9

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El fulano, un tal Ruperto López Terol, un tipo de aspecto de jefe de cártel colombiano de los 80, conversaba animadamente con los parroquianos en uno de los bares del pueblo. La hora del vermú se estaba acercando peligrosamente a la de la comida y el buen Ruperto se disponía a marcharse dando las últimas palmadas varoniles en las espaldas de sus conocidos y terminando la copita de anís que se había servido hacía un rato sin intención ninguna de pagar por ella. Salió del bar como si le perteneciera, ufano y confiado, sin duda en dirección a casa de sus padres. Andrés mandó un mensaje a Ann para que estuviera preparada. Terminó su café, pagó y salió tranquilamente.

Ann le contestó indicándole la ruta que había seguido Ruper (Andrés cogía confianzas en seguida) y la imitó, a un pasito más vivo. No tardó en verle doblando la siguiente esquina. Ann estaría siguiéndole por los tejados a dos pasos por delante y bien sabía que Pedro le esperaba al final.

Cuando el pobre Ruper llegó a la casa y cerró tras de sí, no se esperaba nada, realmente. Olía a las lentejas de su madre y de fondo podía escuchar el transistor de su padre, pero no encontró a ninguno en casa. En su lugar, un hombre alto, delgado, con la cabeza cubierta por una capucha y la cara cubierta con una braga apareció ante él jugueteando con una navaja que en ciertos lugares del mundo tenía categoría de machete. Al tratar de escapar, vio que otro hombre encapuchado y con la cara igual de cubierta, entraba por la puerta y le bloqueaba el paso. Finalmente, una mujer, también encapuchada y oculta, aparecía por la puerta del salón arrastrando a su anciano padre, amordazado, maniatado y muy, muy asustado.

-Buenos días, señor López.- dijo Pedro con una cortesía tan poco natural en él que hasta a Andrés le dieron escalofríos.- Por favor, siéntese.

El hombre no pudo más que dar medio paso hacia atrás, pero Andrés le puso una mano en el hombro y le empujó suavemente hacia el salón. Allí, su anciana madre también estaba sentada, amordazada y maniatada, y unas lágrimas enormes surcaban su rostro. Ann indicó al padre que se sentara a su lado. Sentaron a Ruperto en uno de los sillones y Pedro cogió otro para ponerse justo delante de él. Andrés y Ann se colocaron detrás del pobre desdichado.

-Señor López, lamentamos profundamente perturbar la vida de su familia de esta manera. No creo que desconozca la organización a la que representamos por lo que espero que a buen entendedor, pocas palabras basten. ¿Me equivoco?

Ruperto tragó saliva y negó. Pedro, pensó Andrés, era un tipo perfecto para este tipo de cosas. Ni Ann ni él jamás podrían tener esa capacidad de aterrorizar tan pura que tenía Pedro. Era como uno de esos asesinos en serie americanos, salidos de una peli chunga de terror adolescente.

-Bien.- aprobó Pedro aún jugueteando con la navaja.- Hablemos de negocios.

Pedro sacó de su abrigo las fotos de las empresas filiales que habían estado pinchadas en el corcho de la cocina hasta esa misma mañana. Ruper palideció y miró a Pedro aterrado, pero ahora parecía que el terror venía de otro sitio y no de él.

-Yo... yo no sé nada, de verdad. Me lo encontré y... y lo retiraron, pero yo no sabía nada.

-Su reacción no concuerda mucho con sus palabras, señor López y tiendo a tener poca paciencia con los comportamientos incoherentes.

El hombre jadeó desesperado.

-Le juro por mi vida que yo no tenía ni idea de lo que hacían. Sólo me pidieron utilizar los almacenes y una de las cámaras. Estuvieron allí durante unos 9 meses y luego se fueron dejándolo todo como la patena.

-¿En cuál?

-E... ésta... - el hombre señaló una foto.

-¿Quién se puso en contacto con usted? - el hombre gimió, claramente pensando que si hablaba le matarían.- No les tenga tanto miedo, señor López. Ellos no están aquí y yo sí. Conteste.

Assasin's Creed - ResurrecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora