Parte 17

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Cuando llegó a Toledo lo que vio le dejó sin aliento. No podía decir que hubiera descansado mucho, pero al ver el estado de destrucción y caos en el que estaba sumida la ciudad, de repente todo el agotamiento se esfumó como azotado por un vendaval. Las sirenas, los coches de policía, hasta taxis y coches particulares iban de un lado a otro transportando heridos. Varios camiones de la UME estaban desplegando campamentos y hospitales de campaña para atender a todo el mundo. Más arriba, en la ciudad vieja, los bomberos y centenares de voluntarios se afanaban en sacar a la gente de debajo de los escombros.

Andrés corrió por las calles hasta que llegó a las cercanías del minarete. Vio los coches y a Javi y a Samu. Fue derecho a ellos.

-¿Qué ha pasado? Paloma dijo que viniera y...

-Paloma está con los templarios.- dijo Javi.- Ha logrado que dejen de forzar la cámara y los temblores han parado. Lo más seguro es que les haya prometido que vendrías, la abrirías y así acabaría todo.

Andrés frunció el ceño.

-Volviendo a casa por la puerta grande, ¿no?- murmuró entre dientes.

Samu entonces le cogió de la pechera con cierta violencia y le llevó a un aparte. Andrés le miró perplejo y recibió el golpetazo contra la pared con bastante sorpresa. Los dos se mantuvieron la mirada durante unos segundos. Andrés vio una rabia en los de Samu que nunca le había visto y que de alguna manera estaba despertando una respuesta similar en él. Justo cuando reunió la fuerza suficiente para zafarse de su compañero, Samu reforzó su agarre y le fijó a la pared.

-Duda una vez más de Paloma, Andrés, y tendrás que vértelas conmigo.

-Al final Julián va a tener razón en lo del enamoramiento, ¿no, Samu?

-Eres un gilipollas.- escupió el murciano.- Y cuando todo esto termine te darás cuenta de lo inmensamente gilipollas que eres.

Y le soltó.

-Ve allí, Andrés. Haz lo que tengas que hacer y confía en ella.

-No me ha dado demasiadas razones últimamente...

-Pues a mí sí.- la mirada que le echó Samu era tan fría que le traspasó de parte a parte... y le enfureció aún más.

Sin más, antes de que la furia le hiciera lanzarse a golpes con el que aún consideraba su amigo, se dio media vuelta y marchó hacia la puerta de la casa adyacente al minarete. Un grupo de guardias templarios le cacheó y le hizo quitarse las armas que llevaba. Desarmado, entró en la casa y después al patio estrecho con el limonero al fondo. Habían retirado las macetas y todo el cemento del suelo estaba agrietado en las líneas de ángulos rectos que hacían pensar en el sistema de seguridad favorito de los precursores, las hojas de láser a intervalos irregulares. La pared del minarete donde él sabía bien que se abría una puerta, estaba intacta.

Allí, reunidos en la mesita de jardín estaban Paloma, un hombre de espaldas y varios tipos con pinta de guardaespaldas. Paloma, por su parte, parecía ilesa. Tensa, seria, pero ilesa. Tenía un vaso con lo que parecía agua delante de ella, pero no parecía haberlo tocado. Durante un instante sus ojos se encontraron, pero no pudo leer nada de ellos.

-Buenas tardes, señor Oleguer.- dijo el templario. Era un hombre de entre 60 y 65 años, pelo cano, mirada profunda, de ojos de un verde ponzoñoso, brillante y viscoso.- Nos alegra que se haya avenido a razones.

Y como si aquello hubiera sido su pie para entrar en escena, uno de los guardaespaldas dio un paso al frente. Andrés le reconoció al instante. Era el tío que le había emboscado en su casa. El hombre le saludó con una medio sonrisa y una ligera inclinación de cabeza.

Assasin's Creed - ResurrecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora