Madrid capital tenía tres bureaus y decenas de agujeros donde un Asesino podía esconderse. Además había una verdadera red de locales y asociaciones afines que daban no sólo cobertura, sino una base extremadamente sólida a la hora de hacer cualquier cosa a nivel nacional ya que, por muy castiza que se quisiera poner de cuando en cuando, Madrid siempre sería una ciudad de inmigrantes.
Por supuesto el bureau principal, el de "centro", estaba en Lavapiés, en un bajo entre un mayorista de ropa chino y un local abandonado en el que cada fin de semana se organizaban raves clandestinas de todo pelaje. Había otro en Vallecas, el más antiguo en funcionamiento, y otro, mucho más moderno, en la zona vieja de Tetuán. Andrés sabía que había habido otros a lo largo de la historia. Hubo un tiempo en el que tuvieron una sede en la plaza de la Cebada, frente al palacio donde solían alojarse los Reyes Católicos cada vez que venían a la ciudad. "Para mirarles a los ojos", decían los entendidos con cierta sorna.
Lo cierto es que en esa época Madrid no era más que un pueblo de mala muerte en mitad de la estepa, junto a un río ridículo, que tenía la suerte o la desgracia de ser parada y fonda entre Segovia y Toledo. Y poco más. Que al friki de Felipe II se le antojara hacerla Villa y Corte era algo que aún a muchos hoy sorprendía. El caso es que ahí estaba, una urbe de más de 5 millones de habitantes que atraía y repelía a partes iguales y que, al igual que otros muchos inmigrantes antes que él, había llegado a adoptar como suya casi desde el minuto uno con tal naturalidad, que no se sorprendió nada cuando al ver su silueta en la lejanía sintió que volvía a casa.
Andrés dejó a Hugo en uno de los agujeros que mejor podía adaptarse a las necesidades específicas de su compañero y se fue a casa, una solución habitacional en medio del Barrio de las Letras en la que había conseguido cierta sensación de nido propio.
Subiendo las escaleras tuvo la sensación de que todo el cansancio, el estrés, y la pena de la última semana subían con él, apoyando todo su peso en sus hombros, tensos y doloridos. Se permitió pensar un instante en el rostro sonrojado de Paloma a apenas dos centímetros del suyo y pareció que el peso se elevaba un poco, como ahuyentado por una brisa fresca. Sacó las llaves y abrió la puerta.
Apenas pudo reaccionar cuando unas potentes manos le agarraron y le lanzaron con fuerza contra la pared, arrebatándole el aliento durante un segundo. Un rodillazo en el estómago y un golpe brutal en la cabeza con lo que parecía una porra le dejaron prácticamente inconsciente antes de que pudiera siquiera darse cuenta de lo que estaba pasando. Arrodillado y aturdido recibió una patada en el costado que pudo muy bien romperle un par de costillas y que le lanzó volando hacia la pared contraria.
Andrés vio con horror cómo el desconocido se disponía a dar los tres pasos que les separaban y sacando fuerzas y aliento de dónde fuera, agarró la palanca de hierro que tenía debajo del sofá y, desde el suelo, la blandió hacia el hombre que, por supuesto, la evitó con facilidad, pero le dio tiempo suficiente como para girarse e impulsarse hacia adelante llevándose al tipo por delante hasta estamparlo contra la puerta de entrada. Forcejearon con la palanca de hierro entre ellos hasta que el tipo, apoyándose con un pie en la puerta, le empujó hacia el otro lado de la habitación haciéndole tropezar con el taburete que hacía las veces de mesita de centro y lanzándole sobre el sofá. Allí, armado con la palanca y apuntándole al cuello con el lado plano y razonablemente afilado, el desconocido habló.
-Tienes 2 días para entregarnos el artefacto, Oleguer.
-Y una mierda.- jadeó Andrés.
El tipo sonrió y le lanzó lo que parecía una foto. Era Paloma saliendo del portal del piso donde habían encontrado a Hugo esa misma mañana.
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Assasin's Creed - Resurrección
AcciónLa Hermandad de los Asesinos en España es especial. Al contrario que en otros países europeos, la Hermandad es tricéfala con líderes pseudoinependientes divididos en 3 divisiones, Levante, Centro y Sur. Tras la muerte de Desmond Miles, la muerte del...