Si él cambia de comportamiento, anotad la fecha y analizad la causa. Puede que le hayáis impresionado.
Del capítulo titulado «Causa y efecto»
Sus padres no eran las personas más sutiles con las que el Señor había bendecido la tierra, decidió Rebecca, con ganas de meterse bajo la mesa de la cena.
Era doloroso y obvio, y tenía la irritante sensación de que todos los presentes sabían que la estaban llevando a rastras ante las narices de Damien Northfield, como si fuera una vaca premiada, exhibida ante un granjero rico.
Para empeorar las cosas, también parecía evidente para todo el mundo que la señora Newman le había echado el ojo a Robert. Quién sabe si se trataba de una tentativa en toda regla de atrapar al soltero más reticente de Inglaterra, o el simple deseo de un interludio placentero, pero si la mujer pensaba que actuaba de manera discreta acerca de sus intenciones, estaba muy equivocada.
Al fin y al cabo, ¿qué era una reunión campestre sin la seducción correspondiente?, pensó Rebecca con tristeza, mientras cogía la copa de vino. En aquel momento, la encantadora Loretta se inclinaba provocativa ante su presa, mostrando el escote para sacar el máximo partido de su postura, pues el escaso fruncido del corpiño no conseguía ocultar la curva superior de sus senos en su totalidad.
—Tal vez debería modificar su expresión.
La afable sugerencia la sobresaltó, y el vino salpicó con cierto peligro el borde de su copa. Damien, sentado a su lado gracias a las maniobras de su madre, se le acercó como si le dijera algo privado.
—Él está hablando con ella, pero la mira a usted. Hacía años que no me divertía tanto.
¿Robert la estaba mirando? No sabía si era así, pero lo cierto es que ella se estaba esforzando muchísimo en cambio para no mirarle.
—¿Mi expresión? —preguntó con la voz tomada.
—Se diría que tiene ganas de arrancarle el corazón a ella y eso, durante la cena, resultaría excesivo y fuera de lugar.
—Veo que se lo está usted pasando muy bien, milord.
Damien rió por lo bajo y desvió la vista hacia el plato de pescado.
«Maldito sea.» Rebecca disfrutó maldiciendo en silencio, y ahogó un quejido ante aquella perspicaz observación. Su madre, que probablemente había visto aquel aparente intercambio íntimo desde el otro lado de la mesa, sonreía radiante.
«Dios bendito, qué pesadilla.»
Rebecca se dedicó al bacalao al horno con fingido entusiasmo, pese a que no tenía ni pizca de apetito. Consiguió engullir unos cuantos bocados y fingió estar centrada en la comida, cuando en realidad estaba pendiente de la sonrisa de Robert, legendaria y contagiosa. La luz del candelabro
conseguía un efecto malicioso en la estructura de su rostro, que enfatizaba la elegancia de sus pómulos y el trazo seductor de su boca.
«Para —se conminó a sí misma —antes de ponerte en ridículo y de que los demás empiecen a darse cuenta.»
¿Qué aconsejaría lady Rothburg en esta situación? ¿El mismo aleteo de las pestañas y ese coqueto comportamiento que la señora Newman desplegaba al otro lado de la mesa? Seguro que había un método mejor, pero Rebecca no tenía ni idea de cuál era. Quizá podía pedirle el libro a _________ esa misma noche. O bien optaba por esa medida radical, o abandonaba, acataba la voluntad paterna y elegía marido.
Rebecca abordó el rosbif con puré de patatas con sombría determinación, aunque tenía el estómago un poco revuelto. Con la llegada de los postres le invadió una sensación de alivio. En cuanto retiraran los platos de la cena y sirviesen el oporto a los hombres, las mujeres se reunirían a chismorrear un poco. Ella, por otro lado, podía aducir un dolor de cabeza y huir a su dormitorio.
Era un plan perfecto, pues realmente sentía un martilleo en las sienes.
Hasta que se frustró por completo.
Cuando intentó excusarse, su madre le lanzó una mirada capaz de pulverizar una montaña y convertirla en un montón de escombros.
—A lo mejor lo que necesitas es un poco de aire fresco. Sal a la terraza, querida. Puede que lord Damien te acompañe.
Para Rebecca era impensable soportar durante cuatro días que les emparejaran con tanto descaro. Carraspeó:
—Estoy segura de que él espera con tanta ansia el oporto como el resto de los caballeros. Yo estoy a gusto sola.
—Estoy segura de que insistirá.
«Bueno —pensó enfadada, —ahora no tiene más remedio.» Damien inclinó la cabeza.
—Estaría encantado, por supuesto. Pero antes le prometí a la señora Newman que esta noche le enseñaría un peculiar mapa de Manchuria de la biblioteca. ¿Tal vez Robert podría acompañar a la señorita Marston en mi lugar?
Una expresión de horror cruzó el rostro de su madre. Rebecca reprimió una sonora carcajada. En efecto, una cosa era empujarla a salir del brazo de uno de los solteros más codiciados de la reunión, y otra muy distinta enviarla alegremente a pasear con un conocido libertino, aunque ambos fueran hermanos.
—Yo... yo, bueno...
—Por supuesto, será un placer —intervino Robert con finura y quizá con la intención de ayudar a Damien a huir de esa maniobra evidente, o puede que le pareciera divertido burlarse de su madre, o... Rebecca no sabía si creerlo, ¿podría ser que su hermano tuviera razón, y que Robert estuviera interesado de veras?. —A mí también me apetece un poco de aire fresco.
¿Vamos? —musitó él.
Y así, sin más, Rebecca se vio de su brazo, y esa proximidad hizo que su corazón empezara a palpitar. Aunque por suerte no repitió la actuación de su último encuentro, y no chocó contra él cuando ambos salieron del comedor.
Fue un comienzo mucho mejor que la última vez que estuvieron juntos a solas. Aparte de que tampoco tenían al voraz lord Watts pisándoles los talones, pensó, sin saber si debía estar agradecida a Damien o no. Estaba claro que el que ella estuviera enamorada de su hermano menor, a él le divertía lo suficiente como para interferir, o tal vez solo intentaba no ser víctima de la estrategia casamentera de su madre.
¿De verdad Robert la había estado observando durante la cena?
Rebecca bajó las pestañas y observó con disimulo al hombre alto que tenía al lado. No le salían las palabras, como la última vez. Si existiera la posibilidad de que él la considerara la mitad de atractiva que ella le consideraba a él... bien, tenía que saber si eso era cierto.
Estaba desesperada por saber si era cierto.
«Necesito ese libro endemoniado...»
—Fuera hace frío. ¿Quiere usted un chal?
Al oír la pregunta dio un salto, sin ningún motivo.
—Mmm, no... No, gracias. Ahí dentro hacía bastante calor. Este fresco es una delicia. —Tiene usted las mejillas un poco sonrojadas.
Por supuesto que las tenía. Tal como Damien había señalado, se ruborizaba siempre en presencia de Robert. Era irritante no poder controlarlo y, ahora, incluso él lo había notado. Menuda tortura.
—Estoy bastante bien, se lo aseguro. —Aquello sonó más expeditivo de lo que pretendía.
—Por supuesto. —Robert la siguió fuera. El traje de noche a la medida y esa sutil sonrisa en los labios le daban un auténtico aspecto de granuja elegante. —Y, dígame, señorita Marston, ¿está disfrutando de la fiesta hasta ahora? He notado que mi cuñada le hizo el favor de no incluir al persistente lord Watts en la lista de invitados.
—Eso es porque ________ sabe que la habría estrangulado si le hubiera invitado —dijo con vehemencia. —Mis padres le consideran muy buen partido. Pero mi opinión es algo distinta.
Soplaba un aire fresco de otoño y a ella le pareció maravilloso sentirlo sobre los hombros desnudos. Durante del día se habían formado algunas nubes, y la bruma oscurecía la luna. Cerca de allí, un pájaro cantaba en un tono sordo y lastimero. Se oía el eco de sus pisadas sobre la piedra pulida y, salvo por su presencia, la enorme terraza estaba desierta.
Estaban solos.
Bueno, por el momento. Su madre no toleraría esa situación durante mucho rato, y Rebecca no quería ni pensar lo que su padre era capaz de hacer.
Robert levantó una ceja con aire travieso.
—Y ahora se diría que están a favor de Damien.
Se había dado cuenta de eso, también. «Bueno, tal vez no deberías sentir tal oleada de felicidad», apuntó una voz en su interior. Lo más probable era que no significara nada. Sin duda todos los invitados habían notado que sus padres la estaban arrojando en brazos de su hermano.
—Sí —murmuró Rebecca. —Pobre hombre.
Robert se echó a reír.
Aquel sonido contenía una nota irresistible que ella deseó poder traducir a música. Cuando esbozaba esa sonrisa fascinante y característica, su cara también poseía algo especial, que conseguía que a ella le temblaran las rodillas. Puede que ambos hermanos fueran igualmente apuestos, pero lo que a Rebecca le atraía de Robert era su carisma. Era una energía, una fuerza real, y aunque no fuera en absoluto experta en temas de seducción, suponía que si su éxito con las mujeres se debía a algo, era a ese innegable tirón.
—Sobrevivirá. Uno tiende a olvidar que mi hermano mayor aconseja a algunos de los hombres más ilustres de nuestro tiempo —comentó Robert mientras se dirigían hacia la balaustrada. Apoyó la cadera en ella y se volvió para mirarla. —Damien no parece astuto, pero lo es. ¿Vio la habilidad con que actuó ahí dentro? Un rescate rápido, gracias a una pequeña pero inventiva maniobra.
Rebecca no pudo evitar una sonrisa.
—Imagino que con «rescate» se refiere usted a escapar de las técnicas más que obvias de mi madre.
—De hecho, yo pensaba más en mí mismo y en la insistente señora Newman. ¿Cree de verdad que a ella le interesa un mapa de Manchuria? Personalmente lo dudo. No creo que la geografía esté entre sus aficiones. Más bien parece pendiente de la última moda en sombreros que de cordilleras de países lejanos.
—Yo creía que a usted le gustaba ella. —Probablemente Rebecca no debería haber dicho eso, pero se le escapó de todas formas. Enseguida rectificó: —Al menos me dio esa impresión.
—¿De veras? —Robert respondió con sequedad. Volvió la vista hacia los jardines y se encogió de hombros. —No pretendo parecer descortés. Es una joven bastante agradable.
Rebecca se sintió muy aliviada, pues eso no sonaba al comentario de un amante. Seguro que él no se mostraría tan distante si ambos hubieran desaparecido antes para un romántico encuentro clandestino. Puede que Robert tuviese fama de cultivar aventuras pasajeras, pero ella no había oído comentar nunca que huyera dejando atrás una estela de corazones rotos. Si fuera tan cruel no le apreciaría todo el mundo, de manera que si al encoger de modo fugaz esos hombros enormes traducía algo, el leve coqueteo no había desembocado en una seducción.
Aunque ella no tenía derecho a sentirse aliviada, se dijo.
No tenía ningún derecho en absoluto sobre el hombre que estaba de pie a su lado.
—Ya entiendo. —No fue un comentario muy brillante, pero dudaba de que «brillante» sirviera para describirla cuando estaba con él.
—¿Ah sí? —preguntó él en voz baja y mirándola de un modo que Rebecca sintió el corazón en la garganta.
Robert tenía ese poder, se dijo con dureza. Seducía con una mirada, con una sonrisa, con una caricia. Eso no significaba que Damien estuviera en lo cierto.
Pero le daba esperanzas de que tal vez lo estuviese.
—Eso creo. Nos coartamos a nosotros mismos con todas esas normas de urbanidad —murmuró su acompañante, —y ello puede inducir a que alguien crea que existe un interés, cuando en realidad, solo estamos siendo educados.
Robert apenas oía lo que ella decía.
Azabache. Ese era el color de su cabello. Llevaba toda la velada intentando definirlo. Denso, oscuro, reluciente. Contrastaba con la pureza de su tez blanca de un modo que atraía las miradas, y sus ojos color cobalto completaban esa tentadora imagen. Robert maldijo para sí. Estaba seguro de que Damien creía que le ayudaba distrayendo a la señora Newman.
No le ayudaba en lo más mínimo, porque eso colocaba la tentación ante sus narices.

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Lecciones de Lady Ruth
RandomNinguna dama de verdad debería tomar clases de una cortesana... ______, la nueva esposa de Harry Styles, quinto duque de Rolthven, es la encarnación de la novia perfecta. ¿Qué diría entonces la sociedad si la vieran con una copia de Los consejos de...