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La vida está llena de sorpresas, y el amor es el misterio más desconcertante de todas ellas.

Del capítulo titulado «Conservad lo que tenéis»

Era el único modo posible de actuar. Robert ya había saltado al abismo aceptando la proposición de Rebecca y haciéndole el amor de una forma salvaje y muy satisfactoria, de manera que lo mínimo que su hermano podía hacer era acompañarle, y proporcionarle cierta respetabilidad y apoyo cuando abordara a su padre. Ella había manifestado que se casaría con él en cualquier caso, y ahora era imprescindible que lo hiciera, pero era mejor para todo el mundo que sir Benedict aprobara el enlace.
—Si no te importa —dijo por segunda vez, ya que Harry no le había contestado. —Si tengo alguna posibilidad de convencer a sir Benedict para que me permita casarme con su hija, es a través de ti.
Harry, reclinado en la butaca de su escritorio atiborrado de correspondencia, seguía callado.
—¿Te importaría decir algo, maldita sea? —masculló Robert.
—Me parece que me he quedado mudo hasta la eternidad —contestó su hermano, mirándole sin dar crédito. —¿De verdad me estás pidiendo que te acompañe a pedir la mano de una joven?
—Sí —confirmó Roben, y aunque le costó cierto esfuerzo, añadió, —por favor.
—Deseas casarte.
—No, claro que no. —Robert no pudo evitar un tono mordaz y se levantó otra vez. Tenía ganas de pasearse. —No seas estúpido.
Harry arqueó una ceja.
—Intento no serlo, pero mi esposa te dirá que no siempre lo consigo.
Robert no pudo evitarlo y se echó a reír. Hacía mucho tiempo que no veía muestras de sentido del humor en su hermano.
—Si no lo deseas, ¿por qué estás pensando en casarte con la señorita Marston?
—Lo único que quería decir es que no me he sentado a pensar que quería casarme. De hecho me he estado resistiendo como un jabato, pero ha ganado ella, y para mi sorpresa la derrota no ha sido tan dolorosa como imaginaba.
La derrota, si usaba el término para definir esas horas de ternura en sus brazos, había sido un triunfo.
—No te pediría este favor si no fuera importante, Harry —añadió Robert en voz baja.
—El matrimonio suele ser importante, si se me permite ser simplista sobre algo que no es simple en absoluto. —Harry juntó la punta de los dedos de ambas manos. —Por supuesto que iré contigo. ¿Acaso lo dudabas?
—Queremos una licencia especial. Harry levantó las cejas.
—¿La necesitáis?
Ese era el problema. La gente pensaría que había seducido a Rebecca si se casaban enseguida. El hecho de que la seducción hubiera sucedido al revés era irrelevante. Eso solo era asunto de ellos dos, pero Robert odiaba la idea de que su esposa fuera protagonista de cotilleos maliciosos.
Y puede que estuviera embarazada de su hijo.
—¿He dicho yo que la necesitáramos? —Replicó con impaciencia. —La queremos. Tanto ella como yo.
Habían pasado varios días desde la aparición de Rebecca en la fiesta, acompañada de un grupo de mujeres de mala vida, y no había habido ningún comentario, lo cual era un alivio. Pero aun sin el posible escándalo, no quería tardar en convertirla en su esposa.
Era curioso, pero una vez hubo aceptado la idea, la incorporó a su vida. Quería a Rebecca en su lecho, en su hogar, pero sobre todo, en su vida.
—Obtengamos primero el permiso de sir Benedict antes de hablar de una licencia especial, ¿te parece? —Dijo Harry con ironía. —Yo, que te quiero, me imaginé lo peor. No es necesario que levantemos sus sospechas en un principio.
¿Harry, el estirado y abstraído Harry, acababa de decir que le quería, sin inmutarse? Robert, paralizado de asombro, miró a su hermano al otro lado de la mesa. Al cabo de un momento, consiguió decir con el mismo aplomo:
—De acuerdo.
—Iremos esta tarde. Le diré a Mills que mande a alguien para asegurarse de que nos esté esperando. Mientras tanto, vuelve a sentarte. Necesito tu consejo.
Robert se sentó. De hecho, lo necesitaba.
Su hermano mayor no pareció notar su cara de estupefacción. Miró los montones de papeles que había en su mesa y luego levantó la vista.
—No quiero sermones, ¿está claro?
—Casi nadie los quiere —acertó a decir. —Aún no he conocido a nadie que pida uno por favor. Pero ¿por qué demonios iba yo a sermonearte?
—Yo, en concreto, no quiero ninguno. Estaba muy claro. Robert reprimió la risa. —Comprendido.
—_____ está furiosa conmigo.
Ah, o sea que esto era sobre la encantadora esposa de su hermano. No le sorprendió en lo más mínimo. Ella era el centro de su vida, lo admitiera o no. Robert arqueó una ceja.
—Ya que recurres a mi consejo, ¿se me permite preguntar por qué?
—Contraté a un hombre para que la siguiera y _____ se enteró no sé cómo.
Robert casi nunca había visto a Harry tan incómodo. Tardó un minuto en asimilar la información. Estaba desconcertado.
—¿Por qué?
—Porque ese bastardo inepto metió la pata, es evidente.
—No, me refiero a por qué contrataste a alguien para seguir a ______.

Lecciones de Lady RuthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora