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La auténtica prueba del amor de un hombre es su capacidad para pedir perdón cuando se ha equivocado. Si lo hace, sabréis si es sincero por la mirada que haya en sus ojos. No puedo describirla, pero lo sabréis, creedme. El amor tiene un brillo propio.

Del capítulo titulado «Me quiere o no me quiere»

Brianna se detuvo en la puerta de su alcoba. Había alguien dentro, cosa que ya esperaba, pero lo que no se había imaginado era que el ocupante fuera su marido. Había un camisón extendido sobre su cama, y Harry estaba sentado en una de las butacas junto a la chimenea, con la mirada fija en ella, que permaneció de pie en el umbral. Sostenía una copa de coñac en la mano y parecía relajado, pero al ver la rigidez de sus hombros, ella comprendió que esa despreocupación era fingida.
—¿Vas a entrar? —le preguntó al ver que se quedaba allí quieta.
—No lo sé —admitió Brianna. Se preguntaba cuánto tiempo iba a seguir mostrándose ofendida. Era imperdonable que hubiera sospechado de ella. Absolutamente.
Pero le preocupaba pensar que ya le hubiera perdonado. Le extrañaba. Cuando la afrenta se convirtió en tristeza, quizá había comprendido un poco sus dudas, hasta cierto punto. Eso no le excusaba, pero Brianna suponía que su propia inexperiencia también había sido parte del problema. Ella solo había querido complacer a su marido, algo que en aquel momento le había parecido sencillo.
Pero ahora, con ese distanciamiento que había entre ambos, no era sencillo en absoluto.
—Es tu dormitorio. Alguna vez tendrás que visitarlo —dijo él en tono afable. —¿No ibas a cambiarte para salir? Para hacerlo tendrás que entrar.
Esa había sido su intención al aceptar la invitación. Pues aunque su vida personal fuera un desastre, si toda la alta sociedad se enteraba empeoraría aún más las cosas.
—¿Dónde está mi doncella?
—Le he dicho que podía retirarse por esta noche. Ante tal presunción a ella se le escapó un leve gemido. —Supongo que puedo peinarme yo misma.
—O no peinarte.
—Harry...
—Cuando murió mi padre, me sentí perdido. —Sus palabras invadieron poco a poco la habitación. —No pretendo que esa tragedia suponga mi absolución, pero soy tu marido, y como tal solicito una oportunidad para explicar mis recientes actos. ¿Serías capaz de concederme eso?
El nunca hablaba de su padre. Y la palabra «solicito» implicaba una humildad muy elocuente. Brianna entró en el cuarto, cerró la puerta y se sentó en el tocador frente a él, sin decir palabra.
Necesitaba eso que iba a suceder en aquel momento. Ambos lo necesitaban.
—Solo tenía veinte años —continuó con una débil sonrisa. —La edad que tú tienes ahora, así que tal vez puedas imaginártelo. A veces tengo la sensación de ser mucho más viejo. De repente todas esas personas dependían de mí. Mi padre era fuerte. Vigoroso. No había motivo para pensar que empezaría a toser un día y al poco se habría ido, literalmente. Yo seguí sin creérmelo hasta que mi madre se volvió hacia mí llorando, y me preguntó qué íbamos a hacer. Todos me estaban mirando, a mí, para que les guiara. Entonces fue cuando me di cuenta de que en realidad no lo sabía.
Brianna vio cómo su marido se esforzaba por revelar sus sentimientos y lo supo, supo que si Harry deseaba disculparse, esa era la mejor forma de todas. Tal vez si se hubiese deshecho en tópicos y hubiera intentado explicar sus actos, ella habría pensado que era una excusa para que ambos se olvidaran del incidente.
Pero esto, no. Esto le costaba.
Él desvió la mirada y ella habría jurado que detectó un ligero brillo en sus ojos.
—No sabía qué hacer. Siempre fui consciente de que probablemente sería duque algún día, pero ni mi padre ni yo imaginamos nunca que ocurriría de ese modo. Ah, sí, me habían formado, educado y aconsejado, pero nadie me dijo nunca que la maldita transición sería tan dolorosa. Ser un heredero es un concepto abstracto. Heredar es algo muy distinto.
—Querido —dijo ella con la voz tomada y sin el menor rastro de ira, ante la crudeza que vio en su expresión.
—No, déjame terminar. Te lo mereces. —Él tensó los músculos del cuello y tragó saliva. —Me parece que aquel día me sentí traicionado hasta cierto punto. Por él. Por morirse. Es una ridiculez, ¿verdad? Aunque era joven yo ya era un hombre. Pero simplemente no esperaba que sucediera tan pronto. Él debería estar vivo ahora. Tuve que dejar a un lado la tristeza, porque la verdad es que no había tiempo para eso. De manera que me sumergí en el papel de duque lo mejor que supe, y creo que tal vez olvidé algunas otras cosas importantes de la vida. Por suerte para mí, tú estás haciendo todo lo posible para recordármelas.
Brianna estaba paralizada. El Harry que ella conocía no hacía esto. No abría su alma.
—Así que, ¿podría pedir cierta indulgencia por tu parte ante mi estupidez? Yo suelo buscar la lógica en todo. Tus actos, por muy cautivadores y placenteros que me resultaran, me confundieron. —Su marido la miró desde la butaca con su estilizado cuerpo en tensión. —Lo cierto es que ni yo mismo soy capaz de perdonarme por haber pensado lo peor, aparte de que contigo siento una vulnerabilidad que no había experimentado desde hace mucho tiempo. Nueve años, de hecho. Súmalo a que esperamos un hijo y que tenía la sensación de que me estabas ocultando algo. Tuve esa misma sensación de estar abrumado. De modo que hice todo lo que pude para controlar la situación de la única forma que sabía. Soy un idiota, pero al menos soy un idiota que ama a su esposa hasta el punto de perder el juicio.
Antes Brianna se había quedado inmóvil, pero ahora no podía moverse aunque quisiera.
—Debe ser así —continuó él con evidente esfuerzo, —de lo contrario no habría actuado de una forma tan irracional.
Brianna adoró todavía más a Harry por esa lógica tan suya, que surgía incluso cuando lo que estaba intentando era que su disculpa fuera de lo más efectiva.
Entonces la derrotó con la afirmación más convincente de todas.
—No me di cuenta de que eso me había pasado a mí. A nosotros.
Brianna, sentada con aplomo en la banqueta frente al tocador, juntó las manos con calma y miró a su marido.
—¿No sabías que me amabas?
El era alto, guapo, poderoso, rico... todo lo que un hombre podía ambicionar. Sin embargo parecía perdido. Entonces se frotó la barbilla y dijo con la voz ronca:
—No me di cuenta. Y sí, Brianna. Dios, sí. Te amo.
Todo fue más fácil.
Decirle esas palabras a Brianna no había sido el problema en realidad. Fue no admitir ante sí mismo que la amaba lo que se había interpuesto entre ellos. Ambos se querían. Esa era una revelación aún mayor.
Antes, ni siquiera había tenido la intención de decirle a Robert, de hermano a hermano, lo que sentía por él. Le salió sin más. En esta ocasión, Harry tenía la intención de decirle a Brianna que la quería, pero no había previsto que su voz tuviera ese matiz ronco, ni la intensidad del momento.
Y ese niño que crecía dentro de ella... Harry no era capaz de expresar ante sí mismo hasta qué punto le conmovía el hecho de que fueran a tener un hijo.
Vio lágrimas en los ojos de su esposa y de nuevo era culpa suya. Pero al menos esta vez no era porque le hubiera hecho daño. La sonrisa trémula de sus labios le llenó de alivio. Brianna se puso de pie y cruzó la habitación. Y, aunque él también debía levantarse por cortesía, se limitó a quedarse sentado y esperar, incapaz de moverse del sitio al ver la expresión de aquel rostro encantador.
Ella le quitó la copa de coñac de los dedos y la depositó en la repisa de la chimenea. Luego se sentó en su regazo y le acarició apenas la mejilla con la mano.
—Somos muy afortunados, ¿verdad?
Harry la miró a los ojos, mudo de emoción.
—Yo ya te había perdonado, sabes. No soy capaz de estar mucho tiempo enfadada contigo, por fastidiosamente torpe que seas a veces.
Su acogedora boca estaba a muy poca distancia, tentándole.
—No pienso discutir ni tu acusación, ni tu generosidad —dijo con emoción.
—Supongo que yo no soy inocente del todo. —Ella le dibujó con los dedos el perfil de la barbilla, fue más allá y le acarició los labios. —Mi intención era buena, pero a lo mejor no debí comprar el libro de lady Rothburg. Fue impropio.
—Mucho —confirmó él, aunque añadió, —pero esa mujer me parece muy brillante. No puedo decir que esté de acuerdo con todas las observaciones que hace sobre los hombres, pero en general creo que tiene bastante razón. Es muy perspicaz.
La mano de su esposa se detuvo en seco, y sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Lo leíste?
—En efecto. Palabra por palabra. Al fin y al cabo, tú lo dejaste en mi escritorio.
—Es muy poco convencional hacer algo así, Harry. —Brianna bajó los párpados un milímetro con ironía.
El recordó con una punzada de dolor contenido el comentario mordaz que ella había hecho cuando se encaró con él en el estudio.
—En el futuro me las arreglaré para ser más abierto de mente.
Brianna se inclinó hacia delante y le lamió el labio inferior. Fue tan solo un roce, delicado y lento, con la punta de la lengua, pero provocó un espasmo que recorrió el cuerpo de Harry.
—Dime, ¿cuál de sus consejos te gustó más? Como mujer siento curiosidad —murmuró ella.
—Definitivamente eres una mujer —masculló sujetándole las caderas y acomodándola en la posición adecuada en su regazo. Su creciente erección tensaba la parte delantera de sus pantalones. —¿Qué me has preguntado?
—Qué —le besó —te gustó —volvió a besarle —más.
—Tú. No importa lo que hagamos, lo mejor de todo eres tú, Brianna.
—¿Estás diciendo que puedo volver a atarte en la cama algún día, si me apetece? —sonreía, juguetona y provocativa.
Harry emitió un leve gemido cuando ella movió las delicadas nalgas contra su ingle dolorida. Recordaba muy bien ese episodio placentero, con todo lujo de detalles.
—Yo siempre estoy a tu servicio, madame.
—Eso suena prometedor. Entonces, ¿puedo quedarme el libro?
—Lo consagraré en una urna de cristal.
—Le sacó los alfileres del cabello y le frotó los labios contra el lóbulo de la oreja.
Una carcajada arrebolada le acarició la mejilla.
—Estoy segura de que lady Rothburg se sentiría halagada, pero no hace falta que llegues a ese extremo. No obstante, hay un favor que me gustaría pedirte.
El había movido la boca hacia el costado del grácil cuello de su esposa, y asintió con un sonido incoherente.
—A partir de ahora me gustaría que compartiéramos cama.
—Estamos a punto de hacerlo, créeme —juró Harry, excitado de modo evidente.
—No, bueno, sí, pero no me refiero a eso. No quiero solo acostarme contigo, sino a tu lado. En mi dormitorio o en el tuyo, no importa. Pero cuando hacemos el amor y tú te vas, me siento...
Harry la tenía entre sus brazos y notó que se había puesto tensa. Se echó atrás lo bastante como para poder verle la cara. Si algo había aprendido de los últimos días, era que uno de sus mayores puntos débiles era dedicarse a la tarea de intentar entender lo que sentían los demás.
Esto era importante para su esposa y ella era todo su mundo, así que le importaba a él.
—Sigue, por favor —le dijo en voz baja.
—Apartada de ti. No solo de un modo físico. —A Brianna le temblaban los labios, muy poquito, pero lo suficiente. —Puede que te parezca ridículo porque tú siempre eres muy práctico. Pero yo deseo oír tu respiración al despertarme, notar tu calidez a mi lado, compartir algo más que la pasión.
El comprendía lo que significaba sentirse apartado. Estar distanciado de los demás por su rango, por su responsabilidad, pero sobre todo por los muros interiores que había construido para protegerse a sí mismo de las ataduras emocionales y el compromiso.
Trazó con el índice la curva de una de las cejas perfectas de Brianna y sonrió.
—Estaré encantado de que duermas a mi lado todas las noches. Ves, ya está hecho. ¿Qué más puedo darte? Pídelo y lo obtendrás.
Ella meneó la cabeza.
—No se me ocurre qué más puede desear una mujer aparte de estar con el hombre al que ama y gestar a su hijo.
Era una mujer casada con uno de los hombres más ricos de Inglaterra, y tenía la sociedad a sus pies como duquesa. Su belleza era increíble y disponía de una vida de privilegios, pero solo deseaba el más simple de los regalos. Una de las cosas que él amaba de Brianna, y que captó desde el principio, era que nunca había pensado en su existencia ni en su matrimonio de forma calculadora. Si él hubiera sido un pastor de ovejas, ella le habría amado en igual medida.
Podía pedirle lo que quisiera y sabía que él tenía medios para proporcionárselo.
Pero lo que deseaba era dormir a su lado.
¿Cómo había encontrado Harry ese tesoro?
Probablemente no la merecía, pero podía esforzarse. Se puso de pie con ella en brazos.
—¿Nos quedamos en casa esta noche? Podemos cenar en nuestras habitaciones y disfrutar de la compañía mutua.
Brianna sonrió, lánguida y seductora.
—Suena maravilloso. ¿Recuerdas que lady Rothburg tiene todo un capítulo sobre que algunas mujeres son más apasionadas cuando están embarazadas? Creo que tiene razón.
Dios santo, eso esperaba. Harry ya había visto antes esa luz intensa en los ojos de su esposa, y solo con abrazarla ya tenía el cuerpo más que preparado y listo.
—Esa mujer es una erudita de primer orden —dijo entre dientes mientras llevaba a su mujer al dormitorio. Abrió la puerta con el hombro y fue hacia el lecho enorme. —Una experta brillante, y generosa por compartir su sabiduría con el mundo. Un dechado de virtudes.
A su esposa le sobrevino la risa.
—¿Acabas de llamar dechado de virtudes a una cortesana, a una mujer promiscua? ¿Tú, el duque de Rolthven, que jamás cometería una falta de etiqueta?
Harry la depositó sobre la cama y se inclinó sobre ella, mirándola a los ojos.
—Lo he hecho, en efecto.
Entonces empezó a desnudarla, intercalando besos cálidos y prolongados, y susurrando palabras maliciosas.
Y la respuesta desinhibida de ella demostró que tenía razón. Lady Rothburg era una mujer de una sabiduría excepcional.

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