A veces es necesario chocar con los obstáculos que encontramos en el camino en lugar de intentar esquivarlos. Con el amor sucede lo mismo.
Del capítulo titulado: «La filosofía del romance»
Tengo entendido que Robert se marchó muy temprano.
Rebecca alzó la vista de pronto, sin saber cómo interpretar el comentario de Loretta Newman, si es que había que interpretarlo de algún modo. Puede que la mujer solo quisiera charlar.
—No me diga. —Rebecca cogió un trozo de tostada y le dio un mordisquito.
—Al amanecer. Hace un día horrible para viajar, ¿verdad?
La señora Newman echó un vistazo a las manchas de humedad que había en la ventana. Era una mañana melancólica y gris, pero al menos coincidía con el final y no con el principio de la reunión. Cuando Rebecca se levantó y bajó a desayunar al enorme comedor, descubrió que Robert había sido fiel a su palabra, y se había marchado a Londres horas antes, pese a la llovizna que no cesaba de manar de un cielo brumoso.
—Al menos hemos disfrutado de mucho sol durante nuestra estancia.
Fue una observación banal. Rebecca confiaba en que la bonita viuda intentara entablar conversación sin más, pero el tema que había escogido la puso en guardia. Ellas eran las dos últimas invitadas que habían acudido a la colación matutina, y se sentaron con una relativa privacidad en un extremo de la mesa. Rebecca estaba casi segura de haber dormido apenas una hora, dudando si aquel beso turbador era algo que debía celebrar, o si tan solo estaba destinado a ser un recuerdo agridulce.
Loretta se acercó la mermelada.
—Bien, sí, el clima ha sido generoso. La compañía deliciosa, también. La duquesa ha realizado una labor admirable para ser alguien tan joven y nuevo en su posición. Al fin y al cabo se ha casado con un miembro de una familia muy ilustre. Estoy segura de que usted estará de acuerdo, ya que también aspira a formar parte de ella a través del matrimonio.
Rebecca, que esperaba cualquier cosa menos ese comentario tan franco, se comió una cucharada de huevos revueltos para disimular que se había quedado sin habla. Luego se dio unos toquecitos en los labios con la servilleta y murmuró:
—Lord Damien sería un buen marido.
—No. —La señora Newman meneó la cabeza y sonrió con malicia. —Sería un buen marido, en opinión de sus padres. Seamos francas. A usted quien la atrae es Robert.
Así que ya había una lista de personas que se habían dado cuenta de su interés por el menor de los Northfield. Su padre. Damien. Ahora la señora Newman. ¿Cuántos más? ________ no había dicho nada, pero la verdad es que estaba ocupada seduciendo a su duque.
—Estoy convencida de que usted lo comprenderá —repuso con tanta ecuanimidad como pudo, pese a estar ruborizada, —puesto que también le atrae.
—Veo que ahora hablamos de mujer a mujer.
—Eso parece.
Hubo una pausa mientras Loretta bebía un sorbo de té. Luego lo dejó a un lado con total parsimonia.
—No es usted tan simple como pensé en un principio, y ya que estamos siendo tan sinceras, le deseo suerte. Es verdad que en cuanto llegamos me di cuenta de que lord Robert podía ser un delicioso... pasatiempo, pero empecé a notar que sus intereses estaban en otra parte. Si desea saber mi opinión, por la forma cómo actúa yo creo que existe la esperanza de que usted triunfe y le conduzca al altar. Ahora, si me disculpa, creo que mi carruaje ya está preparado para mi partida.
Rebecca, bastante estupefacta, la vio marchar.
Necesitaba hablar con Damien. Se levantó a toda prisa y salió del comedor sin terminar de desayunar.
Lord Damien, según le dijo el protocolario mayordomo, estaba con el duque en su estudio.
El corazón se le cayó a los pies. Llamar a la puerta del estudio del duque de Rolthven y pedir hablar con su hermano sin más era inconcebible. Rebecca estaba segura de que ni siquiera __________ interrumpía a su marido cuando este se aislaba para trabajar. En cualquier caso, también era muy posible que Robert no hubiera dicho nada del beso. Puede que solo manifestara su disgusto por la heterodoxa treta de Damien para emparejarles, y nada más.
Así, ¿qué hacía ahora?
«... usted no es como...»
No, no lo era. Ella no se parecía en nada a las bellezas experimentadas que solía perseguir el notorio Robert Northfield. Pero él se sentía atraído hacia ella en cualquier caso. Lo suficiente para haberla besado de un modo que hubiera colmado las fantasías de cualquier jovencita. Rebecca recordaría hasta el momento de su muerte la caricia de esos labios cariñosos y tiernos en su boca. No había sido algo feroz ni pasional, ni algo arrebatador pensado para perturbarla, había sido perfecto. Y a menos de que ella fuera una tonta enamorada, y no estaba segura de no encajar en tal descripción, pensaba que para él también había sido algo distinto. Había cierta reverencia en el roce liviano de la mano de Robert en su cintura, y habría jurado que la emoción de su rostro también era genuina.
En resumen, pensaba que tal vez él estaba tan confundido como ella, y para un experimentado libertino, eso era decir mucho.
Rebecca irguió los hombros.
—¿Podría ver a la duquesa?
El majestuoso mayordomo de los Rolthven inclinó su cabeza cana.
—Me parece que está en el vestíbulo, despidiéndose de un invitado, milady.
Allí estaba, en efecto, descubrió Rebecca minutos después con el eco del tictac del reloj resonando en su alma. Cuando lord Emerson hizo una reverencia y abandonó la estancia, ella esperó a que el lacayo cerrara la puerta tras la salida del caballero, antes de decir con la misma premura que utilizaba cuando eran niñas:
—____, necesito un favor.
__________ captó la urgencia del tono.
—Claro —contestó sin más, —lo que quieras. ¿Qué es?
Eso era jugársela de verdad, pero Rebecca ya se había olvidado de la prudencia.
—¿Te importaría hacerme el favor de entrar en el estudio e interrumpir al duque y a Damien? Yo no me atrevo a llamar a la puerta y pedírselo, pero la verdad es que necesito hablar con él.
Su amiga abrió la boca, sorprendida.
—Por supuesto que lo haré si es lo que quieres. ¿Con cuál de los dos necesitas hablar?
Rebecca reprimió una risita.
—Perdona, ya sé que digo tonterías, pero mis padres están a punto de bajar y nos iremos enseguida y, bueno, necesito ver a lord Damien un momento, si es posible.
_________ vaciló un segundo, con la intención evidente de preguntar por qué, pero demostró ser una gran amiga y se limitó a asentir.
—Hay una salita que estará desierta a estas horas. La abuela de Colton solo la utiliza para contestar la correspondencia. ¿Te parece bien?
—Perfecto. Gracias.
Decir que estaba agradecida no bastaba para describir los sentimientos de Rebecca, porque en realidad nunca en su vida había estado tan nerviosa.
Tras toda esa introspección nocturna había llegado a unas conclusiones muy alarmantes.
La más firme de todas era que ella solo deseaba casarse por amor.
Y la segunda era que si ese beso de Robert iba a ser un incidente aislado en su vida, se sentiría desamparada para siempre.
Rebecca entró detrás del sirviente a quien ________ había ordenado que la guiara, y se vio en un espacio reducido y encantador, con una elegante mesa de escritorio bruñida, pegada a una ventana. El amarillo claro de las paredes contrastaba con la deprimente vista de los restos de lluvia en el vidrio exterior y los jardines encharcados. Se acercó hasta allí y miró afuera, preguntándose qué iba a pedir.
Cuando Damien entró pasados unos minutos, ella seguía allí, contemplando los setos y los arbustos repletos de rosas empapados.
—¿Se da cuenta de que si su madre se entera de que desea verme en privado antes de irse, empezará a planear nuestra boda? —En su pregunta había un deje de fina ironía.
Rebecca se dio la vuelta, con una sonrisa melancólica.
—De hecho estaba aquí preguntándome qué diantre quería decirle.
El entró en la salita, con esa media sonrisa que le favorecía tanto.
—Ah, en eso radica la maravilla de tratar con un experto en espionaje. Nosotros sabemos lo que piensan las personas antes que ellas.
Rebecca arqueó las cejas.
—¿Usted es un experto en espionaje? Creí que era una especie de consejero táctico o algo así.
—Yo tengo muchas facetas. —Le señaló una butaca. —Ahora, tome asiento y hablemos de qué hacer con el tozudo de mi hermano.
Decir que estaba agradecida no bastaba para describir los sentimientos de Rebecca, porque en realidad nunca en su vida había estado tan nerviosa.
Tras toda esa introspección nocturna había llegado a unas conclusiones muy alarmantes. La más firme de todas era que ella solo deseaba casarse por amor.
Y la segunda era que si ese beso de Robert iba a ser un incidente aislado en su vida, se sentiría desamparada para siempre.
Ella se sentó, de todas formas tenía las piernas entumecidas. Damien se acomodó en un sofá tapizado con mariposas. Su flagrante masculinidad contrastaba con la feminidad de la decoración, y alzó una ceja con un gesto que ella ya conocía.
—Veamos —dijo con calma, —deduzco que las cosas fueron bastante bien anoche, visto el malhumor que Robert mostró después.
—¿Podría definir bien? —Rebecca se recogió la falda. —Él no está interesado en el matrimonio. Eso lo dejó muy claro.
—Mi querida señorita Marston, detesto decirle que hay muy pocos hombres que se levanten una mañana y decidan que lo que más desean en la vida es estar atados a una mujer para siempre. Diría incluso que los hombres como Robert, que no necesita un heredero, que ya posee una fortuna y a quien la mayoría de las mujeres consideran irresistible, son particularmente inmunes. En este momento de su vida, él hace lo que le place y cree que es feliz.
Ella sabía que todo eso era verdad, y en esencia, era lo que Robert le había expresado sin rodeos.
—¿Él es feliz? —preguntó, intentando ocultar el titubeo.
—Si yo opinara eso, ¿me habría colocado en la ridícula tesitura de empujar a una joven dama a través de la ventana de una biblioteca?
Tenía razón y ante la rotundidad de la respuesta, a ella se le escapó una carcajada, en parte de desesperación y en parte de regocijo.
—Supongo que no —admitió. —Incluso la señora Newman me dijo esta mañana que creía que el interés de Robert podía ser sincero.
—¿Ella lo sabía? Creo que no me sorprende, porque cualquiera se habría dado cuenta si hubiera estado atento. Entonces, una vez establecido que sus intenciones son sinceras, debemos trazar un plan.
—¿Un plan? —Rebecca sintió un espasmo en el estómago. —O como quiera llamarle. Si lo que pretendemos es que abandone sus recelos y vea lo que tiene delante. Odio tener a un bobo tozudo por hermano, eso deja en mal lugar el linaje familiar.
Era el cumplido más ambiguo de la historia, y aunque Rebecca había recibido de otros caballeros requiebros suficientes para toda una vida, nunca se había sentido tan conmovida.
—Gracias —musitó.
El hizo un gesto de aparente indiferencia con la mano, pero sus ojos oscuros brillaban perspicaces.
—No me dé las gracias todavía. Aún no tengo una estrategia preparada. Tendré que pensar en ello. Derrotar a los franceses supone un desafío, pero poner de rodillas a determinado soltero puede ser una tarea mucho más ardua. Creí que aquí me aburriría mortalmente durante mis días de permiso. Por fin, se presenta algo parecido a una misión.
Rebecca no pudo evitar una mueca.
—Robert dijo que compadecía a Bonaparte si debía enfrentarse con usted.
Damien no se inmutó.
—Más le vale. Imagine el peligro que acecha a mi hermano. Yo ya saboreo la victoria.

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Lecciones de Lady Ruth
De TodoNinguna dama de verdad debería tomar clases de una cortesana... ______, la nueva esposa de Harry Styles, quinto duque de Rolthven, es la encarnación de la novia perfecta. ¿Qué diría entonces la sociedad si la vieran con una copia de Los consejos de...