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Evitad a los hombres que fingen ser lo que no son. La personalidad de un amante siempre es importante, aunque lo único que busquéis en sus brazos sea un goce transitorio. Yo siento un particular afecto por los jóvenes licenciosos, porque son francos y claros sobre la naturaleza fugaz de su interés. También poseen un encanto irresistible. La mujer que logre conquistar el cariño sincero de uno de ellos, será en verdad afortunada.

Del capítulo titulado «Esos adorables caballeros traviesos»

Los caballos eran dos animales magníficos que avanzaban a la par, pero los hombres que los montaban eran muy distintos. Robert, por supuesto, había escogido un semental árabe, su raza favorita; una bestia que podía ser difícil de dominar, pero el esfuerzo valía la pena si lo que buscabas era resistencia y velocidad. Su hermano mayor, como era de esperar, montaba un purasangre con las patas esbeltas, unas ancas enormes y unos cuartos creados para las distancias cortas. Era un velocista extraordinario y famoso entre los purasangres británicos. Thebes había ganado una fortuna en premios, y ahora estaba retirado y dedicado a la cría, pero Harry  lo montaba porque además de ser una inversión, era su caballo favorito.
Robert pensó con ironía que eran muy apropiados el uno para el otro: un aristocrático duque y un distinguido campeón. Aunque en ese momento la serenidad y prestancia contenida, habituales en su hermano, se ocultaban bajo una expresión severa.
—Mi mujer me tiene desconcertadísimo.
—¿Confundido por una mujer? —Era imposible no reírse. —Qué concepto tan novedoso. Harry le lanzó una mirada de reproche.
—Tus burlas no me ayudan.
—¿Es ayuda lo que quieres?
Al cabo de un momento, Harry se mostró evasivo.
—Tal vez. Ella se comporta de forma errática.
Era una tarde de otoño preciosa y el parque estaba bastante lleno. Ambos saludaron a varios conocidos y siguieron avanzando en silencio, hasta que volvieron a quedarse solos. Sobre ellos se extendía un cielo de un azul exquisito, salpicado de nubes diáfanas.
—La semana pasada, en el almuerzo de cumpleaños de la abuela, _______ me pareció de lo más normal —comentó Robert con discreción. —Yo no la habría calificado de errática, pero también es verdad que no la veo a diario.
Era cierto. El tenía casa propia en la ciudad, y prefería no vivir en la grandiosa residencia familiar de Mayfair. Robert no era el duque, ni siquiera el segundo en la línea sucesoria (su segundo hermano, Damien, era quien ostentaba tal distinción en ese momento), y a él le encantaba actuar a su antojo, sin cortapisas.
De nuevo Harry vaciló de un modo evidente, y tensó tanto las riendas que Thebes sacudió la cabeza. Él le palmeó el cuello a modo de disculpa.
—No es algo que se aprecie desde fuera, pero tengo la endemoniada convicción de que hay una diferencia.

No era frecuente ver en su hermano una incomodidad tan palpable. Robert tuvo que admitir que sentía una curiosidad terrible. Le echó un vistazo con el ceño fruncido.
—Vas a tener que explicarte, Harry.
—Sí, por todos los diablos, ya me doy cuenta.
La airada respuesta de Harry  era aún más intrigante que esa inusual propuesta de salir a cabalgar de buena mañana. Robert esperó con paciencia, disfrutando de la pacífica calidez de aquel buen tiempo mientras sus monturas avanzaban indolentes a lo largo del sendero que transcurría sinuoso entre la hierba y los árboles.
—La otra noche ella... bien, digamos que fue inesperado.
No era que eso le aclarase nada, pero Robert tuvo por fin cierta noción de a qué se refería, o de a qué no se refería de hecho, porque en la cara habitualmente muy serena de su hermano apreció un leve rubor.
—¿Te refieres en la cama? —le preguntó con franqueza. Harry  le miró un segundo y asintió apenas.
—Sí.
—Inesperado, ¿en un sentido bueno o malo?
Al fin y al cabo era Harry  quien le había enviado una nota proponiéndole salir a cabalgar de buena mañana y era Harry  quien le pedía consejo. Si él tenía que renunciar a levantarse tarde por aquella conversación, era necesario que hablaran en serio sobre el asunto y se dejaran de circunloquios.
—Bueno —dijo Harry sin más. Y luego rectificó: —Muy bueno, si necesitas más detalles.
—Yo no necesito ningún detalle sobre las intimidades de tu matrimonio, Hazza, pero tú has sacado el tema.
—Ya me doy cuenta. —El duque de Rolthven parecía fuera de sí. —Perdona. —Y añadió en un tono más conciliador: —Una cosa es hablar sobre mujeres en general, pero cuando se trata de mi esposa es muy distinto.
Robert no tenía nada que comentar al respecto. En su vida no había precedentes que le permitieran hablar sobre una esposa, así que ¿cómo iba a saberlo?
—Es privado —concluyó Harry.
—Me lo imagino. —Su hermano era una persona muy reservada en general, de modo que la conversación era cada vez más intrigante.
Harry fijó la mirada en un grupo de árboles, como si fuera la cosa más fascinante sobre la tierra.
—Oh, demonios, bien, de acuerdo. Ella... bueno, hizo algo que no había hecho nunca.
«Ah, eso es de gran ayuda.»
—¿Pidió un té luego? —Murmuró Robert. —¿Cantó una canción mientras se desnudaba? ¿Bailó sobre la repisa de la ventana completamente desnuda? ¿Propuso que la doncella se uniera a vosotros? Vas a tener que ser más directo. La sutileza es para féminas que se sientan a beber sorbitos de jerez y a intercambiar chismes. Yo no puedo leerte la mente.
—De acuerdo, de acuerdo —gruñó Harry. — ________ se la metió en la boca. Y lo que es más, lo hizo francamente bien.
Pese a que lo primero que pensó fue que el incidente convertía a su hermano en un hombre en verdad afortunado, Robert se abstuvo de comentarlo.
—¿Y tú estás en contra de eso? —preguntó con cautela.
—Dios santo, claro que no. —Pero la carcajada de Harry fue breve, y en sus ojos azules había una mirada de preocupación. —Solo me pregunto de dónde sacó la idea.
—¿De ti, no?
—No, de mí, no. Es una dama. Nunca se me ocurriría pedirle algo así. Clareaba. Sentado en su silla con naturalidad, Robert reprimió una carcajada.
—¿Te das cuenta de que te agobias por algo que la mayoría de los hombres estaría celebrando y brindando? El sexo es un proceso normal e instintivo. _______  tiene amigas casadas, puede que haya algún marido que no sea tan correcto. Las mujeres hablan entre ellas. Es uno de sus pasatiempos favoritos.
—Sobre lo que ocurre cuando se cierra la puerta del dormitorio, no, seguro. —¿Por qué no?
—Es un tema muy poco delicado.
Robert se preguntó con ironía si crecer a la sombra de las restrictivas responsabilidades del ducado minaba hasta tal punto la capacidad de atención de un hombre que dejaba de fijarse en el mundo real.
—Piénsalo, Hazza. A las mujeres les fascinan los asuntos del amor por naturaleza. Están mucho más pendientes del tema que nosotros. No, yo no creo que hablen a todas horas sobre la mecánica del acto, ¿para qué? Se trata de un hecho bastante universal. Hay una parte que entra en otra parte. Si se hace bien resulta de lo más placentero para ambas, y aunque existen algunas variaciones, los principios básicos son siempre los mismos. Los hombres se fijan en cosas como el tamaño de los pechos, o en la disposición y la destreza de la pareja, pero lo que les gusta a las mujeres son otras cosas. Unas palabras cariñosas, la caricia lánguida de tus dedos enredados en su cabello, una frase poética sobre el sol que despunta al alba, cuando ambos yacéis abrazados en la cama. Y en todo eso no hay nada poco delicado.
—Lo cual confirma lo yo que digo —dijo Harry, mordaz. —¿Quién le aconsejaría que quizá me complaciera ese comportamiento tan lascivo?
—Creía que acababas de admitir que te gustó.
—Eso es otra cuestión, Robbie.
Esa era la cuestión, pero Roben se abstuvo de decirlo. En lugar de eso explicó con paciencia:
—Aunque ellas vean la relación sexual de un modo distinto al nuestro, a mí me parece natural que una de sus conocidas comentara lo fascinado que queda un hombre cuando una mujer hermosa le chupa el miembro. No en la forma como nosotros hablaríamos de ello, claro, sino de ese modo más delicado con el que las mujeres tratan esas cosas. Imagino que ellas hablan de lo que nos gusta. Ellas no son tan exigentes ni tan egoístas como nosotros, que tan solo solemos pensar en nuestras preferencias.
Su hermano mayor le miró con desconcierto.
—Pero ¿tú de qué lado estás?
Robert era un hombre hasta la médula, pero en temas de poder reconocía la falta de equidad entre sexos, tanto en la cama como fuera de ella.

Lecciones de Lady RuthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora