Epilogo

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Damien Northfield estaba cómodamente apoyado en el respaldo de la butaca, con las piernas cruzadas a la altura del tobillo, y una botella de whisky justo al alcance de la mano. Su partida hacia España se había retrasado por diversos problemas burocráticos, lo cual era frustrante, aunque había otros asuntos que habían terminado de forma satisfactoria.
Su hermano menor se había casado. Y se había casado bien. Rebecca incluso estaba pendiente de una especie de estreno de sus composiciones musicales en un recital público inminente. Robert nunca había sido de los que respetan las convenciones al dedillo, y exhibir el talento extraordinario de su esposa era una audacia típica de él.
Harry también estaba más contento y más abierto que nunca, en opinión de Damien. La futura paternidad le sentaba bien a su hermano mayor, y lo cierto es que Brianna estaba radiante de felicidad aunque se sintiera algo pesada. Se diría que estaba más bella que nunca, lo cual era decir mucho.
Damien dedicó una perezosa sonrisa a sus hermanos, sin molestarse en ocultar la carga de ironía.
—¿De modo que ambas lo leyeron?
—Y solo Dios sabe a quién más es capaz de prestarle el libro mi osada esposa. —Harry levantó una ceja. —Yo ya he dejado de intentar controlar siquiera lo que hace.
—Lo que quieres decir —intervino Robert con evidente malicia —es que se lo permites todo. —Quizá. —Harry parecía indiferente, y a la vez relajado.
Relajado.
Harry.
Eso era una gran cosa.
—A mí el libro me parece bastante admirable —dijo Robert y bebió un sorbo del vaso. — Damien, cuando te cases, tal vez deberías pedirle a Brianna que se lo preste a tu esposa. Te prometo que si se lo das a tu amada, no te arrepentirás. Digamos que lady Rothburg no tiene ningún problema en comentar al detalle ciertas cosas que un caballero no trataría con su esposa.
Si la mueca pecaminosa de su hermano significaba algo, eso debía ser verdad.
—Mañana regreso a España —señaló Damien. —Así que dudo que me esperen romances de ningún tipo en un futuro, pero lo tendré presente.
—Nunca se sabe —comentó Harry. —Si alguien me hubiera dicho que me esperaban a mí, yo habría protestado con vehemencia.
Qué gran verdad. ¿Quién hubiera predicho que su estricto hermano mayor se casaría con una encantadora aunque impulsiva joven, y que conseguiría convertirse en un hombre distinto al recto e irreprochable duque de Rolthven?
En el mismo sentido, ¿quién podía imaginar que Robbie se casaría con una jovencita respetable, y que le convencería de tocar el chelo en público, nada menos?
Sus secretos eran mucho más volátiles y privados.
Damien cogió el vaso y lo alzó.
—¿Brindamos por ella, pues? Por la sabia, aunque perversa, lady Rothburg.

Lecciones de Lady RuthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora