Cuando vosotras y vuestros amantes estéis familiarizados con los deseos y necesidades mutuos, habrá llegado el momento de sorprenderles, de confundirles, y de hacer que sean conscientes de que solo conocen una parte de sus mujeres. Puede que cada vez que intentéis algo nuevo descubráis su deseo oculto más profundo, o satisfagáis una fantasía concreta. Porque los hombres las tienen, quizá más que las mujeres.
Del capítulo titulado «Utilizar los secretos en vuestro provecho»
El destino debía estar divirtiéndose a su costa, pensó Robert abatido. Había hecho aquel comentario cínico sobre las señoritas torpes con el pianoforte y ahora estaba allí, escuchando una de las interpretaciones más sublimes posibles, a cargo de una jovencita muy hermosa y con un talento enorme.
No podía apartar la vista de Rebecca, inclinada sobre el teclado con el rostro sereno. Como estaba entre el público, tenía una excusa perfecta para estudiar la elegante postura de su cuerpo torneado, el perfil simétrico de su nariz, y la tersura de su cabello negro y brillante.
«Maldición.»
«Extraordinario» era la palabra que había utilizado en la conversación con su madre. Al oír a Rebecca por segunda vez había caído en la cuenta de que eso era quedarse corto. El suyo era un don muy inusual, una habilidad única que cautivaba tanto al auditorio que se diría que todo el mundo en la sala, incluido el más ignorante y negado para la música, había dejado de respirar. Nadie tosía, ni carraspeaba, ni se movía en la butaca siquiera.
Hasta ese punto era buena.
Robert se obligó a recordar cuál era la situación real. Rebecca acabaría casándose con algún hombre muy afortunado y aunque tal vez si él lo permitía, tocaría de vez en cuando para un público reducido como el presente, el mundo nunca tendría el placer de apreciar su genialidad.
Era una maldita lástima, en opinión de Robert, pero lo cierto es que a él nadie le había preguntado su opinión sobre el tema.
Había reconocido todas las obras que Rebecca había interpretado durante la velada salvo las dos últimas. Para estas no había utilizado partituras, y su expresión pasó de serena a contemplativa, y sus manos gráciles se desplazaron sobre las teclas como si acariciaran a un amante.
Tenía que aniquilar de inmediato esa imagen tan sugerente y esa comparación, se dijo con vehemencia, cuando se puso de pie al terminar los aplausos, y se dio la vuelta sin mirar, para ofrecerle el brazo a la mujer que estaba a su lado.
Resultó que era la señora Newman, que le lanzó una mirada provocativa con los párpados entornados y le apoyó una mano en la manga.
—Ha sido bastante agradable, ¿verdad? —Genial —dijo él con sinceridad.
—Parecía usted absorto en la interpretación.
Robert hablaba pero sabía que estaba observando a lord Knightly. Ese maldito tipo escoltaba a Rebecca, y le decía algo que la hacía reír. Se controló, atendió a lo que la mujer que llevaba del brazo acababa de decir y fingió una sonrisa, confiando aparentar indiferencia mientras pasaban al comedor.
—Me parece que todos lo estábamos.
—No tan pendientes como usted. —Ella pronunció esas palabras con delicadeza, pero le escudriñó con la mirada. —Parecía un niño frente al escaparate de una tienda de golosinas.
Robert estaba tan poco habituado a ocultar el interés —no, hasta la fecha nunca había tenido que ocultar que le interesaba una mujer, —que por lo visto no lo hacía demasiado bien.
—La señorita Marston posee una belleza poco común. Estoy convencido de que todos los hombres de la sala lo apreciaron.
Estaba convencido. Y eso le molestaba.
—Quizá sí. —Loretta Newman alzó las cejas apenas para observarle, y al llegar a la mesa, con una perspicacia mayor de la que Robert esperaba y que le sorprendió le dijo: —Va a tener usted que tomar una decisión. Me interesará ver cuál.
¿Para qué molestarse en intentar negarlo?
—A mí me interesará también —musitó, mientras le colocaba la silla.
La cena consistió en un surtido de platos aún más espléndido de lo habitual en los cumpleaños de Harry. Fue un banquete sofisticado y sin remilgos, y si Robert hubiera estado de humor para apreciarlo, habría disfrutado más. Al final comió con moderación, bebió más vino del debido y esperó con impaciencia a que todo aquello terminara. Una vez que las señoras se retiraron y se sirvió el oporto, se relajó un poco. La angustia de tener a Rebecca sentada al otro lado de la mesa, y justo enfrente por desgracia, hizo que el banquete le pareciera interminable.
Casi no participó en la conversación general, y estuvo bebiendo oporto con una avidez peligrosa. Tal vez la velada terminaría más pronto si conseguía aturdirse. Sí, puede que al día siguiente por la mañana no estuviera en forma, pero qué demonios, ahora mismo tampoco era todo sonrisas y parabienes.
Cuando llegó el momento de pasar a la salita y reunirse con las señoras, se excusó.
—Me parece que me iré a leer un rato.
—¿Leer? —preguntó Damien con una carcajada escéptica. Incluso Harry parecía extrañado. Lord Bonham levantó una ceja sorprendido.
—Por todos los diablos, a juzgar por vuestra reacción se diría que nunca habíais oído hablar de ese pasatiempo —masculló Robert. —Estoy cansado y me apetece retirarme con un buen libro. ¿Hay algo malo?
—Nada en absoluto. —Damien sonrió. —A lo mejor encuentras algo romántico en las estanterías. Algo oscuro, melodramático y gótico, acorde con la expresión fúnebre de tu cara.
A favor de Robert hay que decir que se abstuvo de incrustar el puño en la mandíbula de su hermano. En lugar de eso, giró sobre sus talones y salió dando zancadas del comedor. Por suerte, el padre de Rebecca ya había abandonado la sala y no presenció el rifirrafe. Robert tenía la sensación de que si tanto Damien como Loretta habían notado que estaba pendiente de Rebecca, quizá su padre también. Desde que sir Benedict y él habían llegado al acuerdo tácito de evitarse, no se había producido el menor comentario, pero la otra noche en la terraza, Robert había captado a la perfección el mensaje de que Rebecca era territorio prohibido.

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Lecciones de Lady Ruth
RandomNinguna dama de verdad debería tomar clases de una cortesana... ______, la nueva esposa de Harry Styles, quinto duque de Rolthven, es la encarnación de la novia perfecta. ¿Qué diría entonces la sociedad si la vieran con una copia de Los consejos de...