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Todo el mundo trata de realizar algo grande, sin darse cuenta de que la vida se compone de cosas pequeñas.
Frank A. Clark
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Actualidad

Ya estaban haciendo mucho por mi y no me atrevía a cambiar el turno. Se me había hecho demasiado tarde para el ensayo que tenía en treinta minutos y aún seguía en la clínica, mi chofer me esperaba en la entrada como todos los 17 de cada mes. Me coloqué los guantes y el gorro de lana tratando de apurarme lo mayor posible

—Señorita Anderson— llamó por mi una enfermera, mientras yo seguía de pie en el recibidor de la clínica poniéndome lo que me faltaba de abrigo

—¿Si?— pregunte acercandome más a la puerta

—Hay algo importante que debemos informarle— se notaba un poco nerviosa, sus manos se sujetaban muy fuerte unas a otras y no dejaba de moverse, agarre el picaporte sin querer ser descortés pero mi tiempo ya estaba corriendo y sabía que al llegar mis padres me matarían

—Lo dejamos para el próximo mes, estoy algo apurada ahora— le sonreí tratando de no sonar demasiado ruda, si algo andaba mal con mi sangre de todos modos no quería saberlo y prefería no tener ninguna mala sorpresa al llegar a mi casa, no podría explicarles mi expresión y todo resultaría más sospechoso—adiós nos vemos —le dije a aquella muchacha, la cual suponía que era su primer año de enfermería porque no la había visto veces anteriores, salí a toda velocidad para llegar al auto donde Henry me esperaba con la puerta de su Audi A5 abierta y el motor encendido —Gracias— dije mientras el cerraba la puerta y corría al volante.

Era diciembre, el tiempo era gris y nos encontrábamos al norte del Liffey en la ciudad de Dublín, vivía con mis padres al sur del Liffey en El Barrio liberties que quedaba a justo treinta minutos de la clínica, si es que las calles estaban despejadas, el cual no era el caso, Henry intentaba tomar atajos y manejaba lo más rápido posible, el se había convertido en mi mejor amigo con el paso del tiempo, era al único que le había contado acerca de mis donaciones de sangre y de la mala relación que tenía con mis padres

—la enfermera quería decirme algo, dijo que era importante pero la deje con las palabras en la boca ¿andará algo mal?— pregunté mirando por la ventana

—no te preocupes linda, estaremos aquí el próximo mes y sabrás que era lo que iba a decirte no hay nada malo contigo— comentó y me sonrió, le devolví el gesto. Henry Era un hombre de unos sesenta y cinco años de edad con canas en su abundante cabello negro y una sonrisa que te hacía pensar que todo estaba bien siempre, gracias a la seguridad y el cariño que me daba se había vuelto la única persona en la que me sentía segura de poder confiarle mis secretos.

Cuando estaba por cumplir la mayoría de edad le pedí si me hacía el favor de llevarme a alguna clínica para poder ser donante, siempre desde pequeña había soñado con salvar vidas y fue mi única alternativa al ver que mis padres no me dejarían entrar a la universidad. Henry me ayudó y encontramos una clínica en la cual, gracias a el, mis padres no fueron informados, me hice muchísimos estudios y pude comenzar a donar, a los Anderson les dije que salía a comer y a pasear con Henry ya que era lo único que me permitían, pero la realidad era otra, ya que todos los 17 me encontraba en ayunas y pasaba la mañana en una clínica.

Llegamos a mi gran casa en aquel hermoso barrio de Dublín y para cuando me desabroché el cinturón Henry ya se encontraba al otro lado de mi puerta tendiéndome un paraguas por las pocas gotas de lluvia que habían comenzado a caer, abrió mi puerta y me ayudó a bajar

Life Under Lies ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora