Anamnesis
Solía amar el mar y los secretos que albergaba. Porque no importaban los secretos en los gajes del amar.
Solía amar. Pero amar en este mundo no era lo correcto, no para mí. Solía amar. Ya nunca más.
Hay rutinas que simplemente nunca cambian. Sostenía el bolígrafo sobre mis dedos, desbocándolo al papel que había encontrado por ahí e hice lo que solía hacer. Hice esto, hablar, porque era lo único que parecía entenderme. Esto era mi intimidad dentro de un bote compartido con otra decena más.
Más rutinas de un pasado que se desvanecía conforme respiraba segundos en esta tierra y cerraba mis ojos, olvidando la otra que me dio vida. Mis manos temblaban al sentir y trabajar forzosamente para escribir estas palabras, sin embargo lo necesitaba.
Necesitaba hablar y que me escucharan. Necesitaba que alguien no me juzgara por mi historia, por mi rostro que aterrorizó a la vida, no nunca jamás. Necesitaba algo de vuelta, algo que no fueran miradas hostiles o habladurías extraterrestres. Sólo sentía...
Y tanto debate en mi interior, en mi cabeza, me había provocado una confusión sinfín, un aletargamiento de mis neuronas que vaticinaban en el olvido por momentos. Y mi importuno latir lo aclamaba, aclamaba una compañía y una respuesta, una salvación, una despedida que ansiaba para mi viaje al más allá.
Aunque no me merecía eso, no me merecía a alguien a mi lado porque la acabaría destruyendo, acabaría en las destrezas de mis manos, desfallecido, hundido en la desesperación, ensangrentado, con sus pupilas dilatadas ante el terror personificado que era mi persona. Así que sólo tenía este manojo de papeles que cedían a la humedad y a la tempestad y al vendaval de la tinta de este bolígrafo. Y que también se hundía entre mis garras, desfallecido, como todos.
Pero nada de lo que viajaba aquí en este bote tenía sentimientos. Ninguno de los que estábamos aquí o presenciábamos el forzoso oleaje los teníamos. Y por supuesto yo me incluía. Nada se libraba de mi sed de oscuridad ensombrecida.
Y estaba aquí, rozando las caricias de las olas, las crestas que chocaban contra el bote que nos salvaba la vida en cada tormenta, en cada mar picada, incluso en los vientos elíseos. Escribía mientras abrazaba mi otra mano aquello que solí amar.
Con una peinaba la mar oscura y con la otra le hablaba a alguien aunque sabía perfectamente que nadie leería esto, que este diario se quedaría flotando en la marea como todos los demás que vi y que me dieron la idea.
Fui tentada a alargar mis brazos y cogerlos en muchas ocasiones. Leerlos. Honrar a aquellos que los escribieron guardando sus recuerdos conmigo, amparándolos. Pero eso sería una rutina más de mi pasada vida, eso sería volver y unirme de nuevo con ella y entonces haber renacido por última vez se convertiría en un fracaso más.
Al menos me servía para hablar con alguien porque los que se hacían llamar humanos y me rodeaban, de mí no se fiaban. Me tenían miedo. Algo en mí me diferenciaba de ellos y me gustaría poder mirarme en un espejo. El mar, no como antes, no me devolvía la mirada. Sus aguas eran oscuras y espesas y desconocía el hecho de su tan lúgubre oscuridad.
Que sus pupilas centellearan de miedo cada vez que se dirigían a mí, me advertía de que eran obvias mis grietas corporales en comparación con las suyas. ¿Qué sería? ¿Qué sería lo que tanto les asustaba?
Tal vez mi notoria soledad. Tal vez lo era mi lenguaje. Tal vez la ausencia de vida en el color de mi iris.
Trataba de aprender el suyo, de calcar sus movimientos para integrarme mejor hasta finalizar mi tarea. Trataba de ser ellos, de ser los humanos verdaderos y aquello me hacía pensar más de la cuenta. ¿Cuál de nosotros, de los supervivientes, éramos más humanos? ¿Qué nos hacía humanos?
Desvarío. La soledad me está volviendo loca. Ha pasado demasiado tiempo a la deriva hasta que un chico a bordo de esta embarcación me regaló este manojo de papeles, algunos quemados y otros demasiados húmedos como para sostener la tinta. No me importaba, seguían sirviendo.
Para ellos me fui convirtiendo en alguien hostil. Intentaban descifrar de dónde venía, yo me callaba porque ni yo misma lo sabía. Me hallaba en tierra de nadie. Mi hogar se desmoronó porque debía y este próximamente lo haría.
Aunque estos humanos eran diferentes. Eran tercos. Reanimaban a aquellos que caían por deshidratación, insolación o por débiles de corazón. Y ahora sentía mis labios agrietados. Sentía la sed y tragué con aspereza para olvidarla, como hacía con el resto de sentimientos.
No sé por qué he dicho que estos humanos eran diferentes. A lo mejor es porque quería que fueran distintos a lo que hube conocido. A lo mejor sí era verdad que me quedaba algo de esperanza.
Mi misión ahora es dejar en constancia mi recuerdo. Dejar en constancia de lo que me arrepiento, mis desahogos, en el interior de una botella de cristal en medio del océano como las mariposas blancas en mitad de la revolución industrial, como un gato negro en mitad de la nieve. ¿Para qué? Para desprenderme del recuerdo, para que éste pase a estar en un papel y no en mi cabeza. Para autodestruirme antes de que el mundo se autodestruyera así mismo y yo me quedara flotando en el limbo.
Les dejaría mi recuerdo a las generaciones futuras así no cometerían los mismos errores. El recuerdo de alguien que se convirtió en historia, en la peor historia.
Se dice aquí, lo que voy entendiendo de sus habladurías, que la historia se repetía. Esperaba con ansias que yo no me repitiese otra vez en la historia.
También decían que íbamos a alcanzar tierra firme. Mentira. ¿Y por qué lo sabía? La marea seguía siendo alta y no le veía su fondo. Amabas lo que conocías. Y hubo un tiempo donde yo solía amar.
Ahora mismo quería entender qué había sucedido en este mundo. Qué había sucedido para que yo abriera de seguida los ojos y resurgiera de las aguas, ahogándome. Este mundo parecía estar desmoronándose por sí solo y era demasiada coincidencia que mi recuerdo renaciera de nuevo.
Debía encontrar mi motivo en este mundo. El por qué mi recuerdo quiso traerme aquí, el por qué vivía entre esta gente. Quién era yo. Cuál era mi nombre. A lo mejor así podría investigar y llegar a un origen.
A veces, durante la noche, a la luz de las velas, le daba vueltas al dado y observaba a dos personalidades. Al perfecto y al humano. A los más complicados de descifrar. A los que más mentían. A los que más costaba en desenmascarar.
Solía amar. Y conocía los precios por amar. Una búsqueda por la libertad. Un salto de fe. Una guerra sin rostros. Creer que podía solucionar y curar la vida. Recordar a menudo. Ser marionetas del destino. Rezar. Temer. Matar. Dejarme seducir. Llorar. Reír.
Al fin y al cabo eso era una vida. Mentiras.
Mi nombre solía ser EmmaRogers y este era mi recuerdo.
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Re-Cordar, el renacimiento de Mnemosine
General Fiction«La vida es la secuencia de un ser en el tiempo, y así lo es un recuerdo». Pasó mucho tiempo hasta que pude volver a nadar en el mar, en ese momento recuperé lo que siempre había sido mío. Ahora escribo desde el océano, a la deriva de la marea fraud...