Capítulo 17

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Siendo amnesia, promesas

«Decimos que padecen exclusión de personalidad aquellos sujetos que se asocian con normalidad a un estado de conciencia pero luego no cumplen con o desarrollan los puntos neuronales prosopocráticos requeridos en dicho estado de conciencia. El excluido de personalidad se aleja de las personalidades primarias y sus pensamientos se derivan a la toxicidad y al ungüento peligroso ya que no están conectados al programa predeterminado por dicho estado de conciencia. Es decir, se alejan de la sociedad, formando la suya propia y enfermando porque no encajan en ningún sistema prosopocrático. La exclusión de personalidad deriva en impulsos, en locura, en las distintas personalidades que esconden, y en desconocimiento debido a que no son capaces de manejar su independencia cerebral, un pensar independiente que les sumerge en una soledad, en un descontrol emocional al no verse ellos reflejados en los semejantes que le rodean. Las personas que presentan esta enfermedad niegan la pseudogénesis en la que se basan nuestros principios. Con nada más su existencia, un error, insultan al resto. A pesar de ello y aunque contemos con escasos y aislados casos, estamos dispuestos a abrir un campo de investigación para ayudar a los desfavorecidos de personalidad que no debieran de existir porque son capaces de su enfermedad en legados venideros esparcir.»

Conferencia sobre las depuraciones y los internamientos masivos de gente en el hospital, Kalim Sec

Simple y sencillo.

La cerradura crujió ante la intrusión de las llaves después de tanto tiempo. El cerrojo tenía indicios de haber sido forzado y cedió con dureza a las vueltas y con facilidad el pestillo se deslizó. La puerta de lo que una vez fue nuestra casa se abrió.

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Era una leve penumbra gris e intermitente debido a la contaminación lumínica de la noche que acribillaba las ventanas del piso de mi marido. Era una mezcla de colores azulados y ligeros ronquidos provenientes del salón.

Con una extrema y medida lentitud despegaba mis pies arrastrándolos silenciosamente para no despertarle en mi llegada tardía de otro fracaso que se sumaba a la lista.

A pesar de ello, aulló la tranquilidad cuando me adentré al salón y mi pie se encontró de lleno con la mesilla, camuflada con la oscuridad, y tropecé.

Me quejé y me revolví en la penumbra con la única iluminación de la televisión con el sonido apagado. Propagaba un conjunto de luces, a veces suaves y otras veces cegadoras. En ese conjunto reprimí un alarido para que la paz no se viera interrumpida y, con el dedo meñique palpitando de dolor, me encaminé hacia el cerco que formaban los sofás tapizados y la alfombra cubriendo el suelo.

Eric estaba despatarrado, únicamente en calzoncillos, en una postura incómoda para cuando despertara porque era demasiado alto como para acomodarse con simpleza en el sofá, emitiendo aquellos ronquidos que más bien parecían suspiros, con su pelo azabache cayendo en forma de cortina en su frente y con sus párpados relajados ante el placer que era descansar.

Se apreciaba también el tatuaje de su espalda, tintando de negro su piel por la nuca y parte de los hombros. No eran alas de ángeles. Eran las alas que le cortaron el primer día que nació y que nunca, nadie, recuperaríamos de vuelta.

Apagué el televisor a lo que, desde la apreciada somnolencia y sus ensueños que le provocaban la inconsciencia, respondió con un quejido vago y ronco. Yo sonreí por lo frágil que parecía así, dormido mitad en costado mitad de espaldas, prácticamente babeando sobre los cojines.

La penumbra nos acogió y nos arropó hasta el cuello, olvidándome de lo que ocurrió hacía unas horas, suspirando por estar de vuelta en casa en tan sublime oscuridad y estupor que me producía la madrugada.

Re-Cordar, el renacimiento de MnemosineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora