Epistolar II

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Dolor

La nariz me sangraba. Algo típico. Mi cuerpo estaba colisionando ante el esfuerzo que esto me suponía.

No he querido intervenir durante el relato, me ha costado, pero he conseguido evitarlo.

Había veces que no podía soportarlo más, no podía soportar vivir así una vez más. No lo soportaba, recordar, y por ello lloraba. Era dolor. Era sufrir. Era de nuevo sentirme Emma Rogers cuando hacía mucho que Emma Rogers, esa quien siempre fue, desapareció, se la tragaron las personalidades, esas grandes mentiras o las mayores verdades.

Me estoy volviendo loca. Esto no era lo que yo pensaba. Desahogarme, hablar finalmente con alguien me está consumiendo también por dentro. Recordar, unirme, no es lo que yo pensaba. Me están torturando, los recuerdos.

Aquí, físicamente me tratan bien, soy un cero a la izquierda. No se meten con mi soledad. Sólo se detienen a mirar a esta extraña, a la forastera que con recato y misterio les examinaba para calcar sus movimientos y que yo, la intrusa que se tapaba el rostro siempre que podía con una tela, pasara aún más desapercibida. Ellos me miraban con desprecio y yo se las devolvía con fiereza, con lo que realmente me representa.

Contribuyo cuando no estoy aislada o escribiendo. Me uno silenciosamente a ellos en las tinieblas del barco como yo llamo a la parte subterránea donde dormimos, donde la democracia resurge de las cenizas o literalmente de las aguas. No porque estemos en un barco sino porque la mar se lo tragó todo. Hizo las mentiras suyas. Hizo a las ciudades de su desierto. Ganó y estoy orgullosa de ello, de que lo que tanto hube amado, aunque ella no lo supiera, hubiera vencido a los bosques de metal y rascacielos.

Poco a poco me voy enterando de lo que está sucediendo. Un desastre, una barbarie, una catástrofe natural. Y se congeló por aquel momento mi corazón, este se ruborizó, porque temió que hubieran descubierto mi verdad, quién era yo de verdad. Pero no, se referían al mundo, la tierra también se había enfurecido y cambió las tornas del destino, los mares se quejaron, los volcanes lloraron, porque el ser humano los estaba destrozando.

Me sentí en parte absurda, egoísta, por creer que esta devastación era hazaña mía. Pero no. Recordé, ahora, que los seres humanos no podían ver más allá del cuerpo y que iba a ser imposible que me descubrieran. Con ese pequeño recuerdo me quedé tranquila.

A esto, a las mares en picadas, a las tormentas ácidas, lo llamaban "El Gran T". Y de esta manera entendí las similitudes entre mi alma y la naturaleza. Con esto comprendí que por eso nos atribuían la pureza, porque yo, nosotras las aimas, y la naturaleza compartíamos los impulsos de las emociones sinceras, la verdad y esa complejidad del sentir que un cuerpo era incapaz de poseer aunque sí capaz de fingir. Así los que sólo eran cuerpo llegaban a las guerras, al poder, a eso, al Gran T, porque era imaginario, no era real, sólo imitaban lo que veían o lo que inventaban, la fe, en lo que creían o soñaban.

Únicamente en el mundo reinaba lo que no estuviera corrompido por ellos la humanidad, lo inalcanzable por ellos las creaciones egoístas de entre todo el universo, lo desconocido por ellos los acaparadores y victoriosos del supuesto conocimiento y razonamiento; el alma y la naturaleza.

En las tinieblas y entrañas del barco me uno silenciosamente a sus reuniones democráticas donde son dos los que siempre hablan, los que piensan tener la solución para uno, llegar a tierra firme, y dos, frenar a la naturaleza que estaba haciendo de las suyas y que parecía querer destruir la tierra con todas y cada una de sus más que temibles armas. Lo imposible de contener para la raza humana, pero ellos seguían en su divertir y creer que eran capaces de sobreponerse a ello.

Re-Cordar, el renacimiento de MnemosineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora