Capítulo 11

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Reloj de arena

«Se dice que cuando alguien se introduce como novato en la desesperación existe otra analogía. El mayor miedo se recrea en un sujeto, el más abominable o el más bello de todos. Nos manipula. Nos engaña. Nos amaga con su belleza o con su crueldad. Nos envuelve con su fuerza. Nos seduce como la serpiente del edén. Nos enseña a huir y no a afrontar nuestros problemas. Hasta que nos percatamos de quién es, de lo que es, y no paramos de correr. Y el sentimiento más preciado está cuando eres capaz de revelar la identidad de este ser dentro de la locura crónica. Pero ya nadie te creerá. Te habrás vuelto loco por un ser, por la realidad que este te hace creer.»

"La Odisea de nuestra Relegación" de la Recopilación de Memorias por el linaje de Quarter X.; Sin Empleo Sin Altillo 3842, Amanda


Corría. Siendo el único pensamiento programado e instalado en mi cabeza, corría. No había otra cosa en la que pudiera pensar: huir, correr, no mirar atrás, seguir corriendo.

Me perseguían, ¿el qué? No me atrevía a volverme y admirar aquello que producía esos alaridos estridentes que me erizaban la piel. Toparme con aquello tan indeseable y desperfecto. Al final el juego siempre se repetía, ¿no? Aunque me aterrara, acabaría por girarme y contemplarlo, por caer en sus redes.

Me impulsaba hacia delante olvidándome de lo que hubiese detrás aunque me lo pudiese imaginar.

Sentía los pasos a mis espaldas, pasos de los que debía huir y que hacían dirigir mi rumbo hacia una única dirección, la única que era capaz de ver, la única que me era posible y que ya me conocía. Pasos que me presionaban a ejecutar aquel único pensamiento, correr, porque aquellos pasos me obligaban a hacerlo, aquel ser que me seguía las espaldas me obligaba.

Iba en mi búsqueda por alguna razón, estaba recorriéndose mis ensueños, e incluso las raíces bajo el suelo, para atraparme, para que me traspasaran sus uñas y su más que rematada locura.

No me hundía al pisar en la arena mojada, no me dolía cuando se clavaban las diminutas piedras en los dedos. Sí, mis pies estaban repletos de magulladuras y ampollas pero no estaban abrasados. Así que ligeramente podía disfrutar del frescor de la arena y de los pequeños montículos erosionados por la marea.

El escenario se había deteriorado en comparación con la otra vez, porque reconocía este lugar, tenía la sensación de haber estado aquí, corriendo, ya, en bucle, como si nunca terminase la lucha entre mis recuerdos y lo que confundía con sueños.

Como si hubiera dentro de mí, alguien, yo, que vivía en una constante de huir. Huir. Ser perseguido. Huir. Esconderse. ¿Pero de qué? ¿De quién?

Volvía a ser la misma playa la que me acechaba, los mismos límites en el fondo, el mismo acantilado. Pero esta vez había más de una presencia ajena.

Volvía a estar mojada como si estuviera destinada a sólo poseer raciocinio, consciencia, en esta parte de la pesadilla donde algo anterior había sucedido y que por ello yo estaba embadurnada de agua. Quizás fui ahogada en las olas que bailaban a mi izquierda.

Lo llamaba pesadilla porque desconocía que fuera otra cosa. ¿Era de verdad una simple pesadilla? ¿O era una realidad? ¿Estaba corriendo, huyendo, para salvarme de verdad? ¿Peligraba mi existencia?

Todas estas preguntas me atosigaron mientras corría y no paraba, mientras notaba a mi respirar desfallecer por momentos y no importaba. ¿Y si era verdad que yo pudiera morir a manos de aquel ser y me parara porque pensara que no era más que un sueño y que aquello me llevara al peor olvido de todos, el eterno, la muerte?

Re-Cordar, el renacimiento de MnemosineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora