Paroxismo
«Es un terrible suspiro, un suspiro del alma el recordar. Es ese aliento cuando estoy a la deriva de mi pensar, cuando estoy sumida en las profundidades inhóspitas de mi memoria, sola, desganada, abandonada, y despierto; y estos me devuelven a la vida cuando realmente ansío dejarla y desaparecer eternamente de ella para que cese ese dolor de vivir encerrada en unas Criptas, condenada, junto a mi hermana; encerrada en los latidos de mi corazón sin tener ningún sentido para amarla. Los recuerdos forman parte de nuestra historia, de nuestra cultura. Imagínense una vida sin recuerdos. ¿Qué sería? Ellos, los que vagan por esta tierra, las víctimas de un proyecto ambicioso que desafiaba no sólo a la muerte y a la naturaleza sino que también a la perfección, al alma. Por eso nos necesitaban. Al fin y al cabo recordar se trata de un terrible suspiro, de un suspiro que reaviva incluso a lo que ya yace muerto.»
Anarcos, Cuentos de Hadas; Meditaciones de una prisionera I.
Dolor. Sensación.Iba y venía, el dolor. La conciencia de ser y sentir mientras despertaba y dormía, mientras vivía y moría. Era lo que sentía; el sufrir; el desaparecer; el desvanecerme por momentos y de vuelta el dolor que me rescataba de las profundidades de lo desconocido.
La más mágica sensación que nunca antes alguien haya podido experimentar, el dolor; este dolor de locura, de la más mínima cordura, de estar a la deriva de tu propia mente, de tu propia cuerda y abajo la caída; sin saber si en algún momento levantaré o seguiré en el mismo bucle de despertar, o creerlo estar, y dormir, fundirme en la oscuridad de mis recuerdos, o creerlo estar.
Quizás esto fuera morir y lo confundía con este dolor mental, este dolor que se colaba por las diminutas cuevas de mi cabeza, que las conquistaba y las consumía a la nada y que a la vez portaba miles de hormigas que traían impulsos, sonidos, sentimientos o los más recónditos e inhóspitos recuerdos.
Me reanimaba, me hacía estar consciente cuando menos me lo esperaba; cuando alcanzaba su punto culmen, el del dolor, el de la tortura, donde todos mis sentidos se activaban de golpe, renaciendo, y todos los demás sonidos externos explotaban en mi cabeza para sumirme de nuevo en la tenebrosa y tan temida oscuridad.
Algo complicado de explicar, el dolor, el padecer de este, si no se está ahí, si no se siente. Ese dolor de estar y no, la mayor confusión. Ese dolor de ser ciega y escuchar los tormentos del exterior.
Iba más allá de la simple sensación, era placer o dolor. Era en especial este último el que arrasaba con todas de las suyas hasta erradicar lo que en mí aún quedaba vivo.
Era una batalla entre el silencio y un tormento interno, o unos truenos de fuera, o que fuera la propia locura la que escribía mis pensamientos, la que me reanimaba la conciencia tras estar sumida en el más negro, lúgubre y abismal de los silencios; en un letargo atroz y asfixiante que me dejaba completamente inánime a lo que fuera que estuviera sucediendo allí donde se encontraba mi cuerpo.
Iba más allá de lo que sentía, era creer estar viva y no moverme. Era estar retenida por mi propia mente. Era un torrente eléctrico que vagaba estridente por mis articulaciones.
Eran las interminables galerías de mi alma, los recovecos de mis miedos, los lugares de mi pánico; la oscuridad de mi sentir, los cristales partidos de mi querer, la congoja de mi ser. Y todo aquello no lo veía, pero lo conocía cuando siquiera me rozaba y dolía.
Era el comienzo de un terrible suspiro, de un suspiro que me dejó helada y que me devolvió amargamente a la vida.
Estalló. Liberé el grito que una vez se halló ahogado en algún punto de aquella muerte intermitente. El dolor acribilló cada poro de mi piel, cada médula de algún hueso. Allí se instaló, en lo más profundo de mi ser para que no pudiera encontrarlo y hacerlo cesar.
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Re-Cordar, el renacimiento de Mnemosine
General Fiction«La vida es la secuencia de un ser en el tiempo, y así lo es un recuerdo». Pasó mucho tiempo hasta que pude volver a nadar en el mar, en ese momento recuperé lo que siempre había sido mío. Ahora escribo desde el océano, a la deriva de la marea fraud...