Huésped
«Al que le pertenecen los cielos y el que domina el resto, Shenia, te arropará con su manto cuando caiga la tercera noche. Si hiciste bien, te acompañará con él a la eternidad y formarás parte del Reencuentro que Dios te da como regalo. Si hiciste mal, te perdonará, no obstante, recibirás el castigo en los Dominios y formarás parte de su venganza. Cuando la venganza esté realizada, el Tribunal dirigido por el que surca los cielos, te asignará el camino hacia la libertad y Shenia te dará, por fin, la paz.»
El Huésped, 39; Libro de las Ánimas
En un instante, el ruido de los pitidos de una máquina creció paulatinamente hasta invadir y detonar en mis oídos.
El engranaje parecía oxidado, iba encendiéndose con calma. Sentía a mi mecanismo regenerarse de un desasosiego abandono.
Una sensación eléctrica creció en mi abdomen, sabía que estaba despertando, sabía que esa electricidad provenía del bombeo de mi corazón.
La energía rodaba por mis venas produciéndome un hormigueo allí por donde pasase y también sentí a mis emociones descontrolarse, alegrarse por vencer a las sombras, excitarse por volver a la vida.
Exhalé el oxígeno retenido lentamente, como si expirase una pequeña alma de mi interior. El vaho chocó contra una especie de recipiente, invadiendo mis fosas nasales con un aire espeso y sofocante. Aquello me estaba impidiendo respirar y, aunque aún me hallaba durmiendo plácidamente en algún recoveco de mi mente, mi sistema ansiaba tomar las riendas por sí mismo.
De forma graduada, los pitidos ascendían, sincronizados a mis pulsaciones. Lo sentía. Y eso hacía enfurecer a la energía que se iba acumulando en mi cuerpo, átomos que danzaban y ardían para recomponerse detenidamente.
Entre el estridente ruido y el agobio por la falta de oxígeno, de repente, una luz blanca estalló en mis pupilas.
A mis ojos les costó acostumbrarse a la repentina luminosidad de la sala después de haber estado sumergida en la infinitud de la oscuridad.
Retiré la mascarilla que me cubría tanto la nariz como la boca. Un olor a suero y a medicamentos, un olor saneado, purificado e higiénico, penetró en mis fosas nasales. No era ni mucho menos una fragancia desagradable. Pero sí sorprendió a mis sentidos que se aturdieron por momentos debido al impacto de los estímulos que encontraban por todas partes.
Observé a mi cuerpo entumecido debido a la frialdad. Tenía cables adheridos a mi piel y tubos perforándola, conectándose a mi esqueleto sanguíneo, cada uno transportando al parecer líquidos diferentes.
Comencé a mover lentamente mis frígidas extremidades. Un dolor punzante en el costado erizó mi piel y opté por quedarme quieta.
Dudaba si alguien vendría. No sabía siquiera cómo había llegado hasta aquí. Todo me resultaba nuevo, como si empezase a partir de una tabla rasa.
Pasaban minutos y seguía sola, habituada a los latidos de mi corazón que la máquina se encargaba de reproducir. El blanco de las paredes tampoco ayudaba.
Esos ligeros pitidos, mis pulsaciones, se acabaron convirtiendo en una musiquilla dentro de mi cabeza. Al menos conseguí cubrirme con la sábana para adueñarme de un poco de calor.
Me sentía extraña, extrañamente gélida, extrañamente dolorida, extrañada. Era un malestar, más mental que físico.
Escuché el manillar de la puerta ceder y una mujer con bata blanca irrumpió en la desolada habitación y en mi desconsolada memoria.
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Re-Cordar, el renacimiento de Mnemosine
General Fiction«La vida es la secuencia de un ser en el tiempo, y así lo es un recuerdo». Pasó mucho tiempo hasta que pude volver a nadar en el mar, en ese momento recuperé lo que siempre había sido mío. Ahora escribo desde el océano, a la deriva de la marea fraud...