Capítulo 13

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Paladares de venganza

«La gente está sufriendo y no por una patología procedente de un fallo en la antigüedad. Quieren taparnos con sus errores. Nuestra gente está sufriendo y ya es tiempo de salir de las maderas y de las ascuas de invierno*. Nuestro pueblo tiene una misión, ser liberado de la represión autoritaria del SEC.

*Ascuas de invierno= fuego que no se adapta al invierno, tiempo meteorológico; marginación; miseria.»

Natalie Clive, Capítulo 4 "La verdad tras el más allá"; Cortafuegos.


Nos gastábamos a lo largo del tiempo, todos, nos marchitábamos. Nos consumíamos como un producto adictivo. Nos deteriorábamos conforme el fuego invadía nuestro territorio, envejecíamos. Pero vivíamos como si fuéramos eternos y como si nunca fuera a llegar nuestra última despedida en este mundo, nuestro último suspiro con quien más amábamos.

El mundo, la sociedad, se llevaba tanto a las malas pulgas como a los sensibles de corazón. Unos antes que a otros. Unos presionados por el terror y la sagacidad de la humanidad, otros tumbados en una sala rodeada de flores y familiares desconsolados. Y podríamos hablar de injusticias pero sólo trataban de marcar la diferencia.

Aque enrollaba una gasa, tela de lino, en mi cintura protegiendo la tarjeta de identidad, y otra en mi pecho. Daba vueltas sobre mí para que quedaran perfectamente colocadas y ajustadas. Comprimían, apretaban demasiado. Aún me dolía en el costado, aún sentía miles de agujas rasgándome, aún recordaba y rezaba a quien fuera para que mi dolor desistiera.

No me quejé. Me contenía y reprimía la angustia. Pareciera como si las cicatrices se estuvieran descosiendo y se abrieran para proceder a otro colapso y conducirme así hacia aquella profunda oscuridad llamada desconexión, el agujero negro de los sueños y las pesadillas, una caja de recuerdos; como si quisieran desgarrarse para influirme en la hibernación.

– ¿Para qué me pones esto? – Le cuestioné intrigada a la pelirroja quien estaba concentrada en no fallar en su labor que era envolverme en tela.

– Para que no mueras. – Le clavé mi mirada perpleja y bastante aterrorizada. Después me pasó una chaqueta. – Vamos a hacer algo muy ilegal. – Y sonrió enseñándome los dientes. No me conmoví, era algo lógico y ya lo traía concienciado desde casa.

A los segundos añadió: – Esta tela tiene cosidos inhibidores que modulan la frecuencia en la que las señales se envían e interpretan la localización de la persona. Es para que retengan tus señales aquí, en tu última posición, y las paralice. No quiero que esto les dé una excusa esta vez para al fin procesarte y encarcelarte, lo que no pudieron hacer a la primera. Tenemos que aprovechar tu libertad.

Aprovechar mi libertad, ¿en qué sentido? ¿Aprovechar que estaba en la cuerda floja? ¿Aprovechar que estaba entre la espada y la pared y que no había salida? ¿Aprovechar que si daba un paso en falso todo se acabaría, que acabaría cayendo al abismo bajo mis pies? ¿Aprovechar aquel parásito que tenía en mi interior? ¿Eso era mi libertad? Al fin y al cabo, dejaba de ser por momentos y no importaba que alguien más me usara para sus propios beneficios.

La chaqueta olía a rancio y a humedad. Me estremecí con una mueca desagradable y traté de alejarme lo máximo posible de la prenda aunque fuese inevitable. Tenía el pelo recogido en trenzas, como siempre, como una rutina, como otro mísero aspecto más del pasado que me abandonó en la cuneta para dar paso a este presente maldito.

– ¿Incómoda con estos nuevos colores? – Supuse que me preguntó debido a mis expresiones de desagrado. Parecía que el anterior portador se hubiera desintegrado allí mismo, en la chaqueta. Y parecía también que el calor fuera a hacer lo mismo conmigo.

Re-Cordar, el renacimiento de MnemosineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora