El segundo beso

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—¡Santo cielo!

No puedo creerlo, he manchado el vestido de sangre. Que vergüenza.

El señor Agreste me explicó con calma que era su sangre. Al parecer, tuvo que cargarme con su mano ensangrentada cuando me desmayé, eso explicaría por que llevo algunos vendajes en mis brazos y algunas pequeñas heridas en mis piernas que, aunque no fueron graves, se nota que las ha limpiado para que no sangrara. 

No me siento cómoda con todo lo que ha pasado, sobre todo por la sangre en el vestido, es una lástima que haya terminado manchado con lo hermoso que es.

—Tendrás que cambiarte para poder irte.

—Lo sé —dije dudando de lo que decía.

—¿Te sucede algo? Creí que querías irte en cuanto llegara la electricidad.

—Debería, pero...

Callé y negué con la cabeza. No podía, no podía decirle sobre el beso, lo mejor sería olvidarlo y hacer como que nunca ocurrió, de esa manera no me sentiré culpable.

—Mandaré a secar tu ropa en estos momentos.

En ese momento cuando el señor Agreste salió de la habitación el vestido se deslizó hacia abajo. Cielos, había olvidado que me había bajado la cremallera del vestido, menos mal que no se me cayó cuando me estaba besando.

«Y fue mi primer beso».

No podía dejar de pensar eso, así no era como me imaginaba que iba a ser mi primer beso, siempre me lo imaginé con Adrien. Nada salió como me lo imaginaba.

Me volví a subir el vestido aunque sabía de antemano que debía quitármelo, no quería que de un momento a otro el señor Agreste entrara y me viera desnuda.

Allí me doy un golpe fuerte en la cabeza, y pensar que estaba a punto de...No sé cual es la palabra para describir lo que él estuvo apunto de hacerme ¿Violarme? Y ahora ni un rastro de eso, tengo que hacerme a la idea de que eso jamás pasó, nunca me dio mi primer beso, nada fue real. 

Nada fue real.

Se tardaría mucho tiempo, eso pensaba, me parecía que ya habían varios minutos desde que se fue, así que miraba la habitación detalladamente, la cama si era más grande que la mía ahora que la notaba con claridad, las ventanas eran grandes como las de la habitación de Adrien, era espacio era igual de grande o incluso un poco más pequeño porque no contaba con ciertas cosas que tenía la habitación de Adrien. Y mientras miraba, mis ojos se posaron en una fotografía ubicaba en la mesilla al lado de la cama. Era la fotografía de la madre de Adrien, pero mucho más madura que la que me mostró Adrien, debía ser cuando era una adulta.

«Debió amarla demasiado para sufrir así por ella, aunque no sé con certeza cuanto la amaba, me da la impresión que fue demasiado. Y aún así era tan hermosa».

Mis pensamientos fueron interrumpidos por un ruido de carraspeo. Observé hacia donde provenía el ruido encontrándome con el señor Agreste que llevaba mi ropa seca en sus manos depositandola en la cama.

—Esperaré afuera.

Y así salió afuera para que pudiera cambiarme. Que pena me daba, siento como si hubiera hecho una travesura al mirar la fotografía, la devolví a donde estaba y me quité el vestido para proceder a ponerme mi ropa.

Una vez vestida, salí de la habitación con el vestido colgando en mi brazo.

—Lo puedo enviar a lavar, no te preocupes —mencionó él.

—Puedo hacerlo en mi casa para lavarlo si no le molesta.

—No es tu responsabilidad, Marinette.

—Lo sé, pero quiero hacerlo, en caso de que se pongan a preguntar de donde viene esa sangre.

La nínfula de GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora