Decepción

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Inicio de fin de semana, un pequeño respiro, sólo uno pequeño, debo continuar con las tareas que me faltan e ir a casa de Alya a buscar los apuntes que le presté. No me los pudo devolver el día de ayer debido a que se empezó a sentir muy mal; y hasta ahora es que está comenzando a hacerlo todo, pobre Alya, espero que no vuelva a sentir otra decaída. Pienso que está haciendo su mayor esfuerzo para poder aprobar el examen a pesar de estar enferma.

Cuando terminé la tarea de Historia de Francia, bajando las escaleras le anuncié a mi madre que iría a buscar los apuntes a casa de Alya para devolverlos a Adrien. 

—Cuídate, Marinette. Y si vez que no estoy en casa o en la pastelería, es porque salí al mercado.

—Muy bien mamá, nos vemos después.

Son sonreímos mutuamente antes de marcharme.

En cuanto Alya me entregó los apuntes no pude dejar de exclamar de la emoción que volvería a ver a Adrien. 

—No desperdicies esta oportunidad—sugirió Alya, —en cuanto le entregues los apuntes, invítalo a salir al cine. 

—¿Y si me quedo atorada nuevamente y sólo balbuceo?

—Vamos, Marinette. Sé positiva, confía en mí.

Y me agarró de mis hombros mostrando una sonrisa.

—Gracias, Alya —le dije sonriendole por su optimismo.

Optimismo, eso me hace tanta falta a mí para poder hablarle al chico que amo.

Al llegar a la casa de Adrien, pensé en lo que había ocurrido, mis emociones por ver a Adrien disminuyeron ¿Y si no me dejan entrar esta vez? Es lo que pensaba en cuanto toqué el timbre, pero no iba a irme sin al menos hablar con Adrien, a pesar de la exigencia de la asistente de dejar los apuntes en el buzón, le seguí insistiendo en que me dejara entrar para dejarselos en persona a Adrien.

—Dígale entonces al señor Agreste que me dé permiso para entrar.

Pasaron varios minutos y sorprendentemente para mí, la asistente anunció que podía pasar. Me quedé en el vestíbulo, esperando por órdenes de la mujer como si estuviera en una recepción.

«Seguramente va a avisarle a Adrien que estoy aquí».

Mientras veía todo alrededor respiraba profundamente y me decía a mi misma en voz baja:

—Tú puedes Marinette, mírale a la cara e invítalo a salir—.

Cuando escuché pasos por las escaleras me volteé emocionada, pero mi emoción se desvaneció al ver que no era Adrien el que bajaba, era Gabriel Agreste, con una postura firme y una mirada llena de seriedad se acercó hacia mí, dándome un poco de temor por aquella dura mirada que transmitía.

—Mi hijo no puede ser molestado en estos momentos —me explicó. —Yo mismo le entregaré sus apuntes, personalmente.

Y extendió el brazo para recibir los apuntes que en aquellos momentos ahora los tenía en mis manos y los abrazaba contra mi pecho.

—Esperaba entregárselas yo misma.

—No podrás, señorita Dupain-Cheng, mi hijo tiene un estricto horario que tiene que cumplir, lo dejo descansar un poco antes de su sección de fotos.

—¿No puede hacer una excepción?

Por favor, que haga una excepción por mí, no sabe cuanto deseo invitar a Adrien a salir.

—Me temo que no.

Y se acercó más a mí para tomar los apuntes de mis manos.

«Que decepción».

La nínfula de GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora