Te amo, Gabriel

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La tormenta era demasiado fuerte, que no se podía ver nada en el camino. Por un lado me alegraba tener que ir a la mansión Agreste, así estaría un rato con Gabriel antes de volver a mi casa, por otro lado, me apenaba que hubiera sido por la tormenta que era tan fuerte.

Cuando estábamos entrando a su mansión, la nieve nos dejó cubiertos, terminamos empapados cuando entramos a la mansión y la nieve se derritió.

—Nathalie, estamos congelados.

—Debe cambiarse, señor, les daré una manta a Marinette y Joel. Llamaré un taxi para que los lleve a casa cuando pase la tormenta —empezó a decir Nathalie.

Entonces así es como se llama el enfermero de Gabriel, Joel. No sé si él sepa algo de lo nuestro pero parece que prefiere hacer su trabajo a inmiscuirse en la vida ajena, al menos a mí me lo pareció porque ni siquiera me ha hecho miradas o Gabriel me ha comentado algo sobre alguna sospecha de que él tenga.

Mientras veía como Gabriel ella llevado por él, Nathalie me llevó en búsqueda de una manta para mí, yo la acompañé luego hasta la cocina por una taza de té caliente para pasar el frío que tenía.

—Te hará sentir mejor —me dijo.

—Gracias.

Ella me miró por unos segundos y me sonrió. Me estaba pareciendo muy extraño verla sonreír de esa manera.

—¿Crees que mi relación con Gabriel esté mal?

—Tengo mis principios para saber que no estuvo bien de tu parte, jovencita, ni tampoco de él, pero desde lo que ocurrió en aquel incidente no puedo dejar de sentir un remordimiento y notar lo mal que se ha sentido por ti. Su salud se estaba deteriorando, si seguía así podría haber muerto.

Ahora siento un poco de remordimiento por eso, pero ya lo perdoné y él está arrepentido de lo que hizo. Sé que ahora las cosas no van a ser tan terribles, al menos eso es lo que espero. No ha sido muy fácil para nosotros, cometió un error y ha pagado las consecuencias.

Al mirar por la ventana de la sala había notado que la tormenta ya había cesado, Nathalie me dijo que iba a llamar un taxi y le dije:

—En unos minutos, quiero estar un rato con Gabriel.

—Un rato nada más, luego voy a llamarte el taxi.

Me dirigí hacia su habitación encontrándome con él acostado en su cama, me acerqué hacia el mueble y me senté al borde de la cama, agradecía que la cama fuera muy grande porque tendría espacio para sentarme a su lado.

—La tormenta ya pasó, pero no quiero irme todavía —le comenté.

—Deberías irte antes de que anochezca.

—Lo sé, pero aún no.

Temblaba por el frío que estaba sintiendo a pesar de haber tenido la manta encima y haber bebido un poco de té, todavía me sentía congelada.

—¿Tienes frío?—Me preguntó

—Solo un poco.

—Acércate.  

Así que dejé la taza en la mesilla que estaba cerca de la cama. Me acerqué más a él acostándome encima rodeándolo con mis brazos su cuello. Podía sentir como sus manos fueron hacia mi espalda hasta descender a mi cintura.

Y comencé a sentir que el calor volvía a mí, junto a Gabriel, sentirlo tan tibio era una sensación de comodidad que no quería que desapareciera. Podía sentir como me acariciaba mi espalda hasta ascender una de ellas hasta mi rostro acariciando mis mejillas sintiendo la suavidad y ternura que tenían. Instantáneamente, fui acercando mi rostro al suyo, recorriéndolo con mis labios hasta la comisura de sus labios, estaba tan cerca, mis labios tan cerca de los suyos que se rozaron hasta profundizarlo en un beso mientras de sus manos tomaba mi cabeza y la otra mi cintura.

La nínfula de GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora