Dormir contigo

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Nunca comprendí como era posible que después de un disgusto volvíamos a estar juntos por una reconciliación, supongo que fue porque al final comprendí que debido a nuestras diferencias de edad esos ataques de celos fueran así. Pero aún así, debe tenerme confianza, yo jamás le haría eso a menos que me de una razón justa para acabar con nuestra relación.

Y se lo tuve que aclarar un día cuando fui a tomar el té en la terraza. No quería que volviera a sentirse nuevamente celoso, me desespera que no pueda tenerme confianza. Tal vez yo me pondría celosa, pero él es un adulto, debería ser más maduro en su prejuicio.

—Créeme, Gabriel, no hay manera que me enamore de Adrien o pose mis ojos en otra persona. Ninguno me hará sentir de la misma forma que me haces sentir a mí.

—Eso tú no lo sabes, Marinette.

—Por eso no quiero averiguarlo nunca —respondí de manera segura de mis palabras.

Si eso iba a hacer que se sintiera mejor de sus celos, era mejor habérselo dicho, quizás, en realidad nunca podré ver a nadie como veo a Gabriel, sería casi imposible con todo lo que me ha mostrado él.

Así que, para sellar nuestra confianza, me fui acercando a su rostro besándolo detenidamente. Sentí como me abrazaba profundizando nuestro beso, aprovechando la ocasión, me moví hasta quedar sentada en sus piernas.

Lo acariciaba, él me acariciaba, nos besábamos sin detenernos, nunca supe en que momento nuestras ropas fueron desapareciendo de nuestros cuerpos hasta terminar ambos desnudos en el sofá. Gabriel no dejaba de acariciarme y yo me sentía dichosa por aquellas manos que van recorriendo cada centímetro de mi cuerpo.

No dejamos de besarnos y acariciarnos hasta que me abrió las piernas y las caricias de una de sus manos terminaron por acariciarme mi intimidad. No podía dejar de soltar gemidos por aquellas caricias, sintiendo como aquellos dedos recorrían mi sexo. El calor de mi cuerpo aumentaba, mi corazón no dejaba de bombear sangre, estas sensaciones se sienten tan agradables.

Nos recostamos en el sofá cuando terminó por acariciarme, penetrando su sexo dentro de mí sintiéndolo tan duro que al gemir de placer por impulso arqueé mi espalda. Si no fuera por que ya lo habíamos hecho antes, habría tenido miedo que me fuera a romper.

Acabé recostada sobre el pecho de Gabriel, me sentía agotada, él también lo estaba, el calor de nuestros cuerpos nos hizo sudar a ambos.

No podía negar que me encantaba estar así con él.

Sin embargo, eso no evitó que lanzara un largo suspiro pensando en los pocos días que me quedaban libres por la Toussaint.

—¿Por qué tan callada? —me preguntó acariciando mi cabello con ternura.

—Pensaba sobre esto, no va a durar mucho cuando  esté de vuelta a la escuela.

—Entonces —empezó a decirme tomándome del rostro para que lo mirara a los ojos. —Será mejor disfrutarlo como podamos hacerlo.

Acarició mi rostro, usando sus pulgares acariciaba mis mejillas y mis labios los cuales fue besando, un beso que fue lleno de pasión, de los cuales no podía dejar de entregarme, sintiendo sus manos acariciar mi espalda desnuda, una firmes manos que sabían lo que hacían.

—La próxima vez lo haremos en mi habitación.

Y ambos seguimos repartiéndonos besos entre nosotros.

—¿Tienen que viajar?

—Es un amigo mío —explicó mi padre. —Está muy enfermo, necesita nuestra ayuda, vive en Bagnolet.

La nínfula de GabrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora