CAPITULO 3

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La semana terminó sin contratiempos, trabajar en el aserradero no era tan malo, pero debía ser cuidadoso, uno de mis compañeros perdió dos dedos de la mano derecha en un descuido, los cortó con la sierra.

Lo que fueron dos noches, se convirtieron en más días en la posada "Rever", la verdad no pagaba tanto por la habitación, pero el acecho de la señorita Johansson me tenía al borde del suicidio, ya no la soportaba, así que ese sábado indagué la posibilidad de alquilar una casa, apartamento o lo que fuera, pero requería urgente irme de ahí.

En la estación de buses me encontré algunos avisos de alquiler, uno llamó mi atención, era un sótano, decía que estaba amueblado y el precio era razonable, memoricé la dirección y me fui a entrevistarme con la señora Wolf.

Quedaba a las afueras de la ciudad, su casa se ubicaba rodeada de jardines, por completo de madera, de dos plantas, por fuera lucia rústica y acogedora.

Toqué el timbre, me atendió una anciana, le calculé quizás unos setenta años, sus ojos avellanas me miraron con cansancio, mientras que sus canosos cabellos, los traía recogidos en un moño.

-Sí joven ¿En qué puedo ayudarle? –Preguntó.

-¿Es usted la señora Wolf? –Quise saber.

-¿Quién pregunta?

-Me llamo James, vi su anuncio en la estación del autobús, ¿Aún alquila el sótano?

-Oh sí, sí. –Sonríe y me abre la puerta para que pase. Al ingresar detallé la decoración, todo hablaba de otros tiempos, la verdad me encantó. –Tome asiento por favor. ¿Gusta tomar té o café? ¿Quizás una limonada? –Me sonríe con dulzura.

-La limonada está bien, gracias.

Me vuelve a sonreír y regresa con la bebida, colocando un plato con galletas en la mesita de centro del juego de sala.

-Son de canela, pruébalas, son mi especialidad.

Para no ser descortés lo hice, y tuve que comer otra, estaban exquisitas.

-¿No eres de por aquí cierto?

-No, recién llegué a su pueblo, trabajo en el aserradero y busco un lugar donde vivir. Me he quedado en la Posada "Rever" pero es hora de emigrar.

-Bueno, el sótano aún está disponible, podemos ir a verlo si lo deseas.

-Me encantaría.

Atravesamos la casa, un reloj cucú de pared me advirtió que ya eran las 10:00 a.m. no vi televisión por ningún lado, ni radio, u otro indicio de tecnología, lo cual me extrañó. Al llegar a la cocina una puerta daba a lo que creí era la parte de atrás de la casa y otra, por lo visto al sótano. La anciana encendió la luz recibiéndonos unas empinadas escaleras. Sujetándose del pasamanos bajó despacio y sacó de su delantal un juego de llaves, abajo se extendía una amplia estancia pude ver una lavadora con la secadora a la par, varias cajas amontonadas y todas las instalaciones de la calefacción.

-Aquí es. –Se paró justo en frente de una puerta blanca, la abrió y entramos. El lugar me gustó de inmediato, había una mesa de comedor con sus sillas, un sillón largo en la entrada, sin respaldar, una mesita esquinera con una lámpara cuya cúpula era de cristales de colores. Un desayunador, a un costado, la cama y una cómoda, más adelante un lavamanos y a la izquierda el baño, y otra habitación con el armario y un baúl. Tres ventanas pequeñas permitían que la luz iluminara el sitio.

-¿Qué le ha parecido? –Me sonrió.
–Yo puedo cocinarle, para ser sincera me gustaría un poco de compañía, desde que mi esposo e hijo fallecieron me he sentido un poco sola. –Bajó la mirada mientras que sus ojos se cristalizaban.

Almas GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora