Capítulo 30

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La miraba fijo y ella sonrió, Alesandro dudo.

—Si empiezo no parare y lo sabes— ella asintió—, sabes que no soy suave todo el tiempo— ella asintió—, sabes cómo me gustan las cosas en la cama.

—No necesito que pares, ni mucho menos que seas suave— confesó—, ni tampoco necesito que apartes tus gustos. Es más, quiero todo, pero todo tal cual como siempre.

Alesandro sonrió y la atrajo hacia él, aún le quedaban un par de morados, sobre todo en la cara interna de los muslos y en las caderas.

Salió del baño con ella cargada, le beso el cuello y le apretó el culo, olvidándose del mundo. Ella gimió y supo que era la aprobación.

Jugó con sus senos, chupandolos y mordiéndolos, hizo un chupon entre ellos y sonrió.

Con su lengua recorrió su abdomen, bajando y bajando, mientras ella gemía. Llegó a su entrepierna y la penetro con su lengua, mientras le abría las piernas gustoso.

Chupo su clítoris y la volvió a penetrar, una y otra vez, sintió como se corrió en su boca. Bebió cada parte de lo segregado con gusto, beso las partes donde aún le quedaban moretones.

Fiorella lo miraba con la respiración acelerada. Sonrió cuando la beso con rudeza, así, dejándole los labios hinchados y rojos, como le gustaba.

Alesandro la sentó para que quedaran mirándose, la ereccion de él estaba pegada en su abdomen.

—Esta grande — dijo la mordiéndose el labio.

—Por ti, siempre — susurro Alesandro besándole el cuello. Ella se estremeció y Alesandro levantó la cara—, quiero que me mires a los ojos en todo momento.

Le levantó la cadera y introdujo la punta soltando un jadeo y ella gimió, mirandolo. Entro todo no con mucha fuerza y ella gimió con satisfacción.

—¿Todo bien?— ella asintió jadeando.

—Rico— susurro— más, más rápido, duro— pidió.

Él la miraba mientras la penetraba, rápido, duro, pero sin profundizar, gemía mirándolo, pidiendo más, se sonrió y aumentó aún más la velocidad.

Sintió como ella apretaba aún más su hombro, supo que llegaría al orgasmo. Ahí le tomó más cadera y la ayudo a penetrar completo y rápido cuatro veces y después gritó mientras se corría, luego hizo lo mismo dos veces más y se corrió él.

Fiorella sonrió satisfecha, mirando a su esposo, el cual le sonrió con amor.

—Ayúdame, porque me están temblando las piernas aún— salió de adentro de ella dándole una sonrisa.

Busco una toalla húmeda y la limpio, luego la desechó:— ¿Quieres algo para dormir? ¿Una camisa, un camisón, algo?

—Quiero que vengas y me hagas cariño— pidió—, odio dormir con ropa.

Alesandro se acostó junto a ella y la abrazo.

—Te amo— susurró—, eres mi vida entera. Sin ti lo pierdo todo.

— ¿Cómo te sentiste cuando te dijeron que me había muerto?

— Una parte de mí se estaba muriendo contigo, sentí que no tenía juicio ni motivo para respirar, me sentía muerto en vida— confesó, mirándola con amor—. Treinta y tres minutos me sentí así y fueron los peores minutos de mi vida.

—Yo, yo, sentí algo raro— le contó—, estaba muerta, oí cuando los médicos dieron mi hora de muerte, pero razonaba a cada cosa que decían y a lo lejos oía tus gritos, no sabía qué hacer para decir que aún tenía algo de vida, cuando sentí el primer choque, luego el segundo y al tercero tome aire y mi corazón latió de nuevo.

Amor Sin Límites ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora