Capítulo 35

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Aleksandro quedó solo, en la inmensa casa. Batió todo lo que tenía a su paso, jarrones,  sillones, artesanías, cuadros, tanto que la casa quedó vuelta mierda.

Se tiró en el suelo y se dio un par de golpes contra la pare en la frente. La estaba cagando y grandemente.

No sabía porque se había lavado el cerebro a sí mismo de manera que a la única mujer que lo amaba la lastimaba.

Hacía pasado mucho tiempo ya, pero supo que no era tarde, pero organizaría sus ideas, porque Fiorella salió con la mirada tan decepcionada que supo que no sería fácil convencerla de volver.

Tuvo su primera idea. Él últimamente no tenía detalles con ella. Llamó a la floristería que a ella le gustaba, pidió un ramo de cuarenta girasoles amarillos. Sus flores favoritas, mandaría la nota echa a mano por fax para que la imprimiesen allá.

Escribió en la hoja, justo en la esquina: «Soy un imbecil, pero el imbecil que más te ama, perdóname por todas las rabietas, sabes que yo no soy así. Tuyo siempre, te ama, AKT" hizo su firma y la envió.


Fiorella llegó, todos la recibieron cariñosos, los niños volvieron a sus cuartos con sus cosas, subió a su cuarto y abrió la puerta y el aroma a él estaba ahí.

Abrió el vestidor, más de la mitad de la ropa de él estaba ahí, no se había llevado todo, solo una parte.

Consiguió la camisa que usó el día de su matrimonio civil, recodaba perfectamente esa camisa, ella misma la escogió.

La tomo y la olió. Lo extrañaba, era normal, era el amor de su vida.

Al día siguiente al despertar consiguió a Antonella leyendo con Jacob una nota, cuando miro a un lado consiguió el gran ramo de girasoles el cual hizo que el corazón se le pusiera como una pasa.

—¿Qué es eso? —le preguntó a los niños.

—Dice algo pero mejor léela tu, mami— dijo Jacob quitándosela a Antonella.

Fiorella leyó la nota y sintió como el corazón le latió fuerte. Era una nota escrita a puño y letra por él, reconocía esa caligrafía floja y descuidada donde fuese.



Pasaron tres semanas, Aleksandro había ido a ver a sus hijos, pero ella salía o se iba a trabajar, la había llamado pero no sabía qué decirle, todos los días le llegaban cosas a la casa o a la clínica, si se reincorporó en su trabajo.

Con una nueva secretaria, el día pasó bien, había visto a sus respectivos catorce pacientes diarios. Había quedado libre temprano y estaba oyendo música en su computadora mientras acomodaba un poco su consultorio.

Su secretaria toco y la dejo pasar.

—Doctora hay un paciente afuera que dice si lo puede atender— ella apago la música y vio la hora, al ver que aún era temprano le asintio. Salió y entró la silueta más conocida por ella.

Aleksandro Kozlov se sentó en la silla, mirándola con una sonrisa ladina, ella que dio un golpe en la frente y negó.

—Esta es la única manera de verte la cara, reina, en serio estas molesta— ella asintió.

—No vengas a joderme aquí Aleksandro, si quieres espera afuera, por el amor a Dios— dijo ella parándose de su silla.

—¿Quién dijo que vine a hablar? —preguntó él— No vengo a eso, vengo a que me revises, Marie me dijo, ya que pues, no estoy tan bien.

Fiorella abrió los ojos grandes y asintio.

—¿Qué tienes?— le preguntó interesada.

—Desde hace tiempo cada vez que miro mucho algo en específico, siento que se me mueve lo que estoy mirando— Fiorella asintióoyendolo atenta mientras miraba el techo pensativa.

Amor Sin Límites ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora