Dulce melodía

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...

D O S

»Hay una identidad principal, que suele tener el control la mayor parte del tiempo

...


Una melodía

Alguien tarareaba y luego cantaba, muy cerca de ella.

Abrió los ojos, pero una tela se lo impedía. Todo lo que vio fue oscuridad. Sus manos y piernas estaban amarradas cada una al extremo de una cama. Su corazón empezó a latir desenfrenado en su pecho y sus ojos se llenaron de lágrimas empañando la tela que los cubría al recordar los sucesos que la habían llevado a terminar así.

Los movimientos que realizó para comprobar que estaba inmovilizada fueron lentos, casi impredecibles. Sin embargo, el desconocido junto a ella no había hecho más que observarla sin despegar la mirada un solo segundo y al percibir que Casey se movía, una sonrisa se dibujó en su rostro.

No le esperaba nada bueno, bastaba con prestar atención a la letra de la canción que la persona junto a ella cantaba una y otra vez.

Cuando menos te lo esperes

Te voy a asesinar

Pero no te desesperes

No te quiero asustar

Lento será

Y lo voy a disfrutar

¿No piensas despertar?

Lo vas a recordar

En tus sueños te atormentará

Y jamás terminará

Era una voz que había escuchado antes, tan familiar, pero nunca había escuchado esa letra, ni nada parecido. Tenía un ritmo lento, casi como una canción de cuna. Pero nadie le cantaría eso a sus hijos, eso era seguro.

Casey escuchó pasos alejarse y la puerta cerrándose, se había ido, o al menos eso parecía. Pensó en gritar, pero se dio cuenta de lo tonto que sonaba eso. Por alguna razón no tenía la boca vendada.

Nadie la escucharía

Tiró de los amarres de sus manos y ahogó un grito de dolor, pues estos no hicieron más que ajustarse. Sus movimientos seguían siendo muy lentos, aún así movió sus brazos un par de veces más, con toda su fuerza, para ver si podía soltarse o aflojar el amarre sin éxito alguno. No podía quedarse allí. Tenía que soltarse, tenía que...

Una carcajada resonó en todo el lugar. Al instante, la chica se quedó completamente inmóvil y el miedo se apoderó de ella. El desconocido no se había ido. Había observado todo apoyado en la puerta, sin borrar su sonrisa en ningún momento.

—Casey, Casey —escuchó la voz con una nota de diversión y pasos acercandose lentamente. El colchón se hundió unos segundos después, indicándole que se había sentado a su lado— Sabía que no te harías la dormida por siempre.

El desconocido no se cansaba de observarla. Por fin lo había hecho. Por fin la tenía.

Por fin te convertiste en un secuestrador, felicidades.

Ignoró la molesta voz en su cabeza. Nada podía malograr este momento.

—Cariño, te ves tan hermosa así —dijo mientras pasaba un pulgar por su mejilla y luego sobre la tela que cubría sus ojos—. Tal vez debí amarrarte a la silla.

Casey reprimió un sollozo y la desesperación se apoderó de ella al escuchar esas palabras. Intentó soltar alguna de las extremidades de su cuerpo nuevamente sin importarle que la presión de los amarres se incrementara. Estaba con un maldito enfermo.

—Tranquila, cariño. No queremos verte lastimada —dijo a la vez que sostuvo sus muñecas y las acarició— Al menos aún no.

Sintió al instante que la presión del amarre en sus muñecas disminuyó, pero no se soltó por completo.

—Te verías preciosa con una cinta en la boca —la tomó de la barbilla y acarició sus labios—, pero no podría hacer esto.

Unos labios se presionaron contra los suyos e intentó hacerse para atrás pero estaba completamente inmovilizada.

No podía zafarse,

No podía gritar,

No podía hacer nada.



La mente del Psicópata © [Trastornos 1] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora