Gimnasio:

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Hoy, después de algunos dos meses volví al gimnasio. Siempre estoy con mi abuela así que voy con ella. Según el doctor necesito ejercitarme, y me gusta mucho.

Hice cardio, mientras miraba por las ventanas los árboles. Me gusta estar fuera de aquí, de este mundo aunque sea en mi mente. Se siente cómodo aunque sepa que no es para nada real. El encargado del lugar se lleva muy bien conmigo y le pregunta siempre a mi abuela cómo me porto, cosa que me saca de mis casillas.

¿Él que sabe de mí? ¿Cómo se atreve a preguntar algo así?
Mi abuela cómo siempre trata de decir que sí muy sonriente diciendo que si no lo hago me darán algunos golpesitos y se ríe. Causando que vire mis ojos. Luego de eso un joven se acerca a mí, siempre me observa es muy amable, y hablamos cómo todos hablamos en el gym, estamos en lo mismo. Luchamos por mantenernos y creo que todos tenemos un mismo propósito de estar ahí así que nos animamos unos a otros sin importar la edad. Mi abuela se quedó mirando la escena, y luego que salí me pregunto que hacia hablando con ese hombre.

"Yo no hablo con nadie" decía.
Con sus ojos vigila todo lo que hago lo cuál me causa náuseas. Mientras pensaba en cómo haría para mantener mi espacio personal en la casa de mi abuela. Si, quieren cuidarme.
¿Pero acaso tengo que esconderme del mundo?
¿De verdad tiene que ser así?

Yo misma alejo a la gente, nadie tiene que hacerlo por mí.
No tengo nada, ni teléfono, ni contacto con los pocos amigos que tengo. Odio pedirle el móvil a alguien, siempre con un maldito comentario. A penas puedo hablar en paz. Quisiera encerrarme en un cuarto por horas, sin que nadie me interrumpa. Sin que nadie me altere.

Me enoje bastante, mientras regresamos a casa ella sólo habla y me hace preguntas. Yo simplemente no hablo. Truena sus dedos y me dice ¡Contéstame! Diablos, no quiero hablar. Sólo no me hablen.
¿Acaso también es malo querer silencio?

"Te llevo al gimnasio, tomas tus medicamentos ¿que más hay que hacer? Tienes que poner de tu parte."

Malditas palabras, le dije que ella no entiende, no es cómo si ya pudiera y los medicamentos fueran magia. A penas ayer los comencé. Iba a llamar a mi madre, me ahogo. Quiero ir dónde mi papá y decirle que siento tener nada. No estudio, ni trabajo. A penas me llevan a lugares por mi bien de mala gana, velandome cómo si estuviera enferma.

Claro estúpida, estas enferma. Nos paramos en una tienda, y juro que veía todo como una película. Todo lento. Todo de mentiras. Ojalá me quedara así siempre. Pero vuelvo en menos de 5 segundos a la realidad. Hay adornos de San Valentín por todas partes. Maldita sea, que asco. Miro los peluches y sonrió de pena. Juro que si alguien se atreve a regalarme le tiraré todo en la cara. Ni modo, aquí estoy sin cerrar la puerta, sin llorar, sin llamar a mi madre, sin ir a dónde mi padre. Porque al final nada de eso puede cambiar. Luego me siento pésimo por hablarle de esa manera, después de todo sé que es por amor. Me ama, y yo a ella. Aunque sienta que no la tolero. Quiero pedirle perdón pero ella ya sabe, y de seguro hace mucho ya lo hizo. Me siento cómo un asco. En la tienda habían muchas navajas, quise una, quise tomarlas y salir corriendo. Miraba todas las libretas y un sentimiento de alivio me invadió, es lo único que siento que puede ser útil. Pero al final, nunca lo es.
Ojalá tuviera sueño todo el tiempo, ojalá todo fuera una pesadilla.

Después me doy cuenta que de verdad nada pasa, que soy una exagerada. Y que estaré mejor.
Es caótico, soy caótica.

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