Capítulo 25

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No me sentía con las suficiente confianza para salir por las calles yo sola, así que opté por divagar en los interiores del edifico, era de una sola planta, pero muy espaciosa y grande, tanto que hasta poseía una especie de jardín, con pasto y una fuente vieja en la parte de atrás. Me senté ahí resignada a pasar dos horas de letal aburrimiento, había muchas personas, sí, pero todas estaba ocupadas con los diversos talleres que había. Eché mi cabeza hacia atrás, sentía como la sangre corría hasta mi cerebro relajándome y aburriéndome más. Suspiré fuertemente.

-Hola -Escuché una pequeña voz. Abrí mis ojos y me encontré con un hermoso niño rubio y de ojos grises, aproximadamente de unos cuatro años, sonriéndome y con un libro entre las manos. Vestía con una camisa color gris, unos pantalones cortos y calcetas hasta sus pequeñas rodillas.

-Hola -Le devolví el saludo junto con la sonrisa. A su falta de palabras me dio otra sonrisa hermosa con esos ojos increíbles y luminosos. -¿Cómo te llamas?

-Alex -Me dijo y con mucho trabajo se subió a la fuente para sentarse a lado mío.

-Mucho gusto Alex, yo soy Alicia. -Me sonrió enseñándome sus pequeños dientes de leche en forma de cuadritos.

-Me preguntaba si no está ocupada -Me dijo apenado y mostrándome el libro que tenía en las manos. Este era el niño más hermoso que jamás había visto.

-¿Quieres que lo lea para ti? -Asintió efusivamnete. Era el libro de blanca nieves, en una versión sin ilustraciones, raro para ser un libro infantil.

Al pasar poco más de una hora, Alex estaba recargado conmigo y escuchando atentamente, mientras que unos nueve niños más estaban sentados alrededor mío escuchando y sin hacer ruido, hasta dos mujeres estaban ahí con un bebé cada una, suponía que eran las que cuidaban de los niños.

-Y vivieron felices para siempre -Terminé de decir el celebre final feliz y los niños se emocionaron.

Estaba encantada, todos los niños tenían menos de cuatro años, por mucho les calculaba cinco y todos eran muy tranquilos y callados, incluso los bebés no habían llorado. Una de las maestras se acercó a mí, se presentó y yo me presenté. Acordé con ella de venir todos los viernes a leerles a los niños, también le dije que si podía otro día entre semana vendría.

-Hoy vengo con Sebastián Vólkov -Le expliqué.

-¿Trabaja para el doctor Vólkov? -Estaba sorprendida y le pareció mucho mejor escuchar su nombre de mis labios.

-No, no. Vengo de acompañante, venimos del palacio cristal.

-El doctor Vólkov es muy apreciado aquí, ya veo por qué te trajo -Me sonrió la señora que no le calculaba más de treinta años. Le devolví la sonrisa.

Alcé mi cara y vi a Sebastián hablando con la otra chica, Sebastián estaba atento al escucharla. Ambos cruzamos miradas, como él no la apartaba de mí, me fui acercando hacia él.

-Sí, creo que es buena narradora -Sebastián le decía a la otra mujer aún con el bebé en las manos.

Poco después nos fuimos. Yo iba realmente emocionada en el camino, me encantó esa experiencia con niños pequeños.

-¿Puedes cambiar esa cara?, empieza a ser fastidioso. -Me dijo a unos pasos adelante de mí, subíamos la colina para el palacio cristal.

-No es malo estar alegre por algo -Le respondí.

-Pues no será por mucho esa alegría -Se detuvo a mirarme.

-Eso no lo decides tú, yo me hago cargo de mis emociones, gracias.

Eternos: Memorias RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora