Capítulo 5

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Mis labios se separaron ligeramente. No podía creerlo, Haesen no me recordaba, en el callejón me resultó difícil de creer. Pensaba que Haesen sólo fingía no conocerme para que Mathew me dejara ir, pero esto es diferente, esto es real.

-¿Ese sonrojo es a causa que se ha pasado todo el rato tuteándome? -Me preguntó señalando mi cara.

Toqué una mejilla mía como un reflejo, y efectivamente, mi cara estaba tibia.

Haesen me veía sonriente y divertido. Sonrisa que borró en cuanto escuchamos pasos acercarse a nosotros.
Volvió a tomar de mi muñeca y me jaló.

-Ahora escucheme bien señorita -Haesen me hablaba serio y concentrado -Quiero que siga bajando las escalera y salga por la puerta trasera. Espereme en el callejón de a lado. ¿Entendió? Y por favor, no se atrase o distraiga.

-¿Cómo? ¿Iré yo sola, no vendrá conmigo? -Ahora le hablé con propiedad.

-Hace unos instantes dijo que podía sola ¿Era verdad? ¿O necesita de mí? -Me preguntó con sus sonrisa de suficiencia estampada en la cara.

Mi contestación fue dar media vuelta y seguir el camino que me indicó sola.

-Eso creí -Murmuró a mis espaldas.

Bajaba las escaleras de servicio, estaba claro que esto era un hotel. Llegué al cuarto de lavado y efectivamente ahí estaba la puerta que daba a la calle. Era sencillo abrirla y salir de ahí, pero mi maldita curiosidad me orilló a acercarme a una jaula instalada en esa misma habitación. Parecía un lugar dónde colgaban la ropa limpia, tal vez sábanas por lo grande que era. Me acerqué para ver mejor, un perro negro y grande de raza pedigrí, me saltó mostrándome los dientes afilados y su fluida saliva, retrocedí dos pasos dando gracias a que la reja lo detuvo.

-¡Calla Donovan! -La voz de un hombre hizo callar los ladridos del perro. Había un hombre encerrado ahí.

No podía distinguirlo, la jaula estaba en completa oscuridad y el hombre se encontraba hasta el fondo de esta.

-¿Vas a seguir haciéndote el tonto Mathew? -El hombre preguntó con voz calma.

-No... -Susurré -No soy Mathew.

Tomé la osadía de hablar y aclarar que no soy Mathew, porque el hombre ya se encontraba encerrado y no podría hacerme daño.

Escuché como se levantó a prisa y con destreza llegó al quicio de la jaula. Era un hombre alto, uno ochenta tal vez, la piel ligeramente bronceada, el cabello negro pero con franjas de canas a los costados de su cabeza. Vestía un blaiser negro, largo y muy elegante, a decir verdad, toda su ropa era elegante y de etiqueta, hasta los zapatos relucientes de charol. Era atractivo a su edad madura, calculaba que tendría unos cuarenta años, era delgado y tenía una mirada dominante.

-Señorita -Exclamó -Por favor no tema, no le haré ningún daño.

Retrocedí dos pasos más.

-Necesito que me haga un favor, se lo suplico -El hombre se notaba desesperado.

-¿Qué cosa? -Le dije insegura.

-Sólo hágame llegar mi apreciado anillo, se encuentra en el artefacto ese que llaman secador de ropa. -Sacó una mano entre los barrotes señalando la secadora.

Miré el anillo, era grande, parecía tener una aleación de oro y plata y tenía un gran diamante negro en su centro.

Me acerqué a la secadora y tomé el anillo, el hombre me miraba expectante, su anillo era pesado para que un solo dedo lo portase.

Eternos: Memorias RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora