Capítulo 22

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Cuanto más caminaba más me gustaba el instituto, no parecía triste y olvidado como Antares y Kligooth. Me encantaba toda su decoración, cada detalle, cada pieza me hacían más anticuaria.

Ya llevaba como una hora recorriendo todo el lugar, obviamente todo el día no me alcanzaría para conocerlo hasta el más recóndito rincón. De tanto subir y bajar, de andar de aquí allá, el aire se me hacía escaso y poco transitable por mis pulmones, no quería armar una escena de asma y robar la calma de los demás, ni tampoco llamar la atención a costa de mi salud, así como había dicho Haesen.

Salí a conocer un poco el jardín, que más bien, a unos metros más, parecía bosque, al salir me di cuenta que el castillo estaba sobre una colina, pude notar todo el pueblo en dimensiones diminutas por la altura. Caminaba al rededor del castillo, al doblar en una esquina de este me encontré con Sebastián, me oculté en un pilar, no quería hablar con él. Estaba arremangado y su camisa desabotonada de los primeros botones, cortaba pequeños troncos para hacer leña, un trabajo pesado que se notaba en el cabello alborotado y un ligero rocío sobre su frente, lo secó con el dorso de la mano y continuó golpeando el acha contra el leño.

Me acerqué a él, no había notado mi presencia y pensé que era de mala educación espiarlo en sus espaldas, además que no quería tener miedo de él.

-¿Le gusta lo que ve? -Me dijo cuándo su tronco se partió en dos y dejo de talar y hacer ruido.

Fruncí el ceño, no comprendía su pregunta. Tomó un pañuelo y lo pasó por su rostro.

-Parece sorprendida de verme, o más bien, gustosa. -Sonrió de lado.

Mis circuitos conectaron, Sebastián tenía el poder de dejarme sin palabras y hacerme sentir estúpida.

-Es sólo que no parece el tipo de chico que realice este tipo de trabajos -Traté de coordinar las palabras.

Sebastián frunció el ceño y tomó otro leño para partir.

-Soy un hombre Alicia -Blandió el hacha contra el tronco -Cualquier hombre que sea digno de llamarse hombre, sin importar su estatus social o raza, realiza este tipo de trabajo duro.

-Supongo que esa costumbre se ha ido perdiendo -Musité.

-Pues no conmigo -Dijo y volvió a golpear el tronco. -¿Por cierto qué haces aquí?

-Carlo me dio permiso de conocer el lugar, así que estaba explorando y me tope contigo. -Expliqué.

-¿O será que has venido por otra excitante mordida? -De nuevo me arrebataba las palabras, no sabía cómo contestar a eso. -Anda, sirve de algo y pásame esa lija -Me dijo al notar mi silencio.

Le pasé el artefacto y él comenzó a sacar filo a su hacha, ambos estábamos en silencio, cada quien en sus pensamientos. ¿Por qué no me iba? ¿Por qué me quedaba, qué me detenía?

-¿Te hago una pregunta? -Le dije después de un rato.

Sebastián suspiró y me miró a los ojos.

-Escucho -Dijo cuándo apartó su amarilla mirada y volvió a su trabajo con el hacha.

-¿Qué pasó después de entrar a tú habitación y desmayarme?

-Nada- Dijo encogiéndose de hombros -quería que recordaras mi mordida así que esperé el momento oportuno y rogaba por que no perdieras la conciencia. -Explicó sin muchos detalles, no era la respuesta que quería, pero ni siquiera sabía cómo formular la pregunta a lo que quería saber.

Suspiré y le di la espalda para seguir con mi camino, cuando Laura salió de repente, me giré a verla, llevaba una charola de plata con una jarra y un vaso lleno de limonada, se veía muy bien, a juzgar por las rodajas de limón y naranja dentro del vaso.

Eternos: Memorias RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora